JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 27 de agosto de 1995
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Ante la cercanía de la Conferencia de Pekín, deseo subrayar hoy la importancia de una valoración mayor de las mujeres en la vida pública.
Una larga tradición ha visto comprometidos en la política sobre todo a los hombres. Hoy es cada vez mayor el número de las mujeres que se afirman en ella, incluso en los niveles representativos más altos, tanto nacionales como internacionales.
Se trata de un proceso que hay que alentar. En efecto, dado que el fin de la política es la promoción del bien común, no puede menos de beneficiarse de los dones complementarios del hombre y la mujer. Desde luego, esperar milagros sólo de esto sería ingenuo. Para las mujeres, al igual que para los hombres, es verdad sobre todo que la calidad de la política se mide por autenticidad de los valores que la inspiran, así como por competencia, el compromiso y la coherencia moral de quienes se dedican a este importante servicio.
En todo caso, las mujeres están demostrando que saben dar una aportación tan cualificada como la de los hombres; más aún, esa aportación se vislumbra particularmente significativa sobre todo en los sectores de la política que conciernen a los ámbitos humanos fundamentales.
2. ¡Cuán grande es, por ejemplo, el papel que puede desempeñar en favor de la paz, precisamente comprometiéndose en la política, donde se decide en gran parte el destino de la humanidad!
La paz, amadísimos hermanos y hermanas, es la gran urgencia de nuestros días. Hoy, más que nunca, es preciso un esfuerzo colectivo de buena voluntad para frenar el delirio de las armas. Pero la paz no se limita al silencio de los cañones. Se alimenta de justicia y libertad. Tiene necesidad de una atmósfera del espíritu rica en algunos elementos fundamentales, como el sentido de Dios, el gusto de la belleza, el amor a la verdad, la opción por la solidaridad, la capacidad de ternura y la valentía del perdón. ¡Cómo no reconocer la aportación valiosa que la mujer pude dar a la promoción de esa atmósfera de paz!
3. Invoquemos a la Virgen santísima, Reina de la paz, para que dirija su mirada hacia los países del mundo en los que el desencadenamiento del odio está causando, desde hace ya demasiado tiempo, devastación y muerte. En este marco, mi pensamiento no puede menos de dirigirse a las miles de madres, esposas e hijas —croatas, musulmanas o serbias—, que, en los países de la ex Yugoslavia, se ven obligadas aún a abandonar sus casas y a sus seres queridos, a menudo son objeto de tratos inhumanos y están expuestas a un futuro muy incierto. Me afligen, de modo especial, las graves noticias provenientes de Banja Luka. Estoy cercano al celoso y generoso obispo monseñor Franjo Komarica, que esta asistiendo, casi impotente, a la expulsión forzada de sus sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles. Tiene derecho y desean poder seguir viviendo en sus hogares, permaneciendo en esos lugares como signo de la reconciliación anhelada y de una convivencia aún posible entre los pueblos de diversa nacionalidad y religión.
¡Ojalá que abran los ojos los responsables de tanto dolor! Es preciso que las mujeres, especialmente las madres, de los frentes opuestos, se den idealmente la mano en una gran cadena de paz, que en cierto modo obligue a los gobernantes, a los combatientes y a los pueblos a recobrar la confianza en la validez de las negociaciones y en las perspectivas de una convivencia pacífica.
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Después del Ángelus
Deseo saludar ahora a los peregrinos y visitantes de América Latina y de España, y a cuantos participan en esta oración mariana mediante la radio y la televisión. Al invitaros a todos a intensificar la vida de familia durante las vacaciones, os encomiendo a la misericordiosa protección de nuestra Madre, la Virgen María, y os imparto con afecto mi Bendición Apostólica.
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