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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

 Domingo 3 de septiembre de 1995

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El martes pasado, durante mi encuentro con la delegación de la Santa Sede que participará e la IV Conferencia mundial sobre la mujer, que comienza mañana en Pekín, reafirmé el compromiso de la Iglesia en favor de la mujer, invitando a las comunidades y a las instituciones eclesiales a realizar gestos concretos, sobre todo al servicio de las niñas y las adolescentes, especialmente de las más pobres.

Hago hoy un llamamiento a toda la comunidad eclesial para que en su vida interna favorezca del mejor modo posible la participación femenina.

Ciertamente, ese compromiso no es nuevo, ya que se inspira en el ejemplo de Cristo, que, aunque eligió a sus apóstoles entre los hombres —elección que sigue siendo normativa también para sus sucesores—, no dejó de valorar también a las mujeres para la causa de su reino; más aún, quiso que fueran las primeras testigos y heraldos de su resurrección. En efecto, numerosas son las mujeres que han destacado en la historia de la Iglesia por su santidad y su eficaz genialidad. Y la Iglesia siente cada vez más la urgencia de que se las valora más aún. En la multiplicidad de los diferentes dones complementarios que enriquecen la vida eclesial, son muchas e importantes las posibilidades que se les abren. Precisamente el Sínodo sobre los laicos de 1987 se hizo intérprete de esa realidad, pidiendo que «las mujeres participen en la vida de la Iglesia sin ninguna discriminación, incluso en las consultas y en la toma de decisiones» (Propositio 47; cf. Christifideles laici, 51).

2. Éste es el camino que hay que recorrer con valentía. En gran parte se trata de valorar plenamente los amplios espacios que la ley de la Iglesia reconoce a la presencia laical y femenina. Pienso, por ejemplo, en la enseñanza de la teología, en las formas permitidas del servicio litúrgico, incluido el servicio del altar, en los consejos pastorales y administrativos, en los sínodos diocesanos y los concilios particulares, en las diversas instituciones eclesiales, en las curias y los tribunales eclesiásticos, y en tantas otras actividades pastorales, incluidas las nuevas formas de participación en la atención de las parroquias, en caso de escasez del clero, salvo las tareas propiamente sacerdotales. ¿Quién puede imaginar qué grandes beneficios recibirá la pastoral, qué nueva belleza tendrá el rostro de la Iglesia, cuando el genio femenino actúe plenamente en los diversos ámbitos de su vida?

3. La Virgen santísima, modelo de la Iglesia e ideal de la femineidad, acompañe y apoye los esfuerzos de tantas personas de buena voluntad comprometidas en la Conferencia de Pekín. La Madre del Señor ayude a toda la humanidad a progresar en el respeto y la promoción de la verdadera dignidad de la mujer; y obtenga que la comunidad cristiana, a imitación de las grandes mujeres que han marcado su historia, sea cada vez más fiel al designio de Dios.

* * *

Después del Ángelus

Saludo ahora cordialmente a los peregrinos de América Latina y de España, y también a cuantos siguen por la radio o la televisión esta plegaria mariana del “Ángelus”.

En estos días de la Conferencia de Pekín sobre la mujer, os invito a pedir a la Virgen María que se trabaje por preservar la verdadera dignidad y derechos de todas las mujeres del mundo. Con afecto os imparto mi Bendición Apostólica.



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