JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 24 de diciembre de 1995
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. «¡El Señor está cerca: venid, adoremos!».
Con estas palabras, durante los días del Adviento, la Iglesia invita a los creyentes a redoblar sus esfuerzos a fin de prepararse dignamente para acoger al Señor que viene a visitar a su pueblo en Navidad.
«Hoy sabréis que viene el Señor (...), y mañana contemplaréis su gloria», así canta la liturgia de hoy, exhortándonos a disponer el corazón para celebrar, mediante la adoración y la alabanza, el sorprendente encuentro con el Hijo de Dios, que se hizo hombre por nuestra salvación.
2. A lo largo del itinerario del Adviento, la Iglesia nos ha propuesto a los antiguos profetas como modelos de preparación concreta, nos ha hecho escuchar la palabra de san Juan Bautista y encontrarnos con san José y, sobre todo, con María, la madre del Emmanuel.
Las palabras de los profetas han alimentado nuestra esperanza, alentándonos a confiar en la fuerza del amor del Señor, incluso ante la cerrazón del egoísmo y los escenarios de la muerte. Las numerosas invitaciones de Juan el Bautista nos han exhortado a una verdadera conversión a fin de preparar el camino del Señor, sugiriéndonos, con su testimonio austero, un camino concreto para dejar espacio a Dios en nuestra existencia. La obediencia y la fe de san José nos han impulsado a discernir con perseverancia y paciencia los signos de la perseverancia divina en los acontecimientos diarios, para estar dispuestos a colaborar con el eterno designio salvífico del Padre.
La liturgia del Adviento nos invita, sobre todo a dirigir nuestra mirada a María, la nueva hija de Sión, ejemplo perfecto de una espera del Señor rica en silencio, en oración, en confianza y en disponibilidad pronta a la voluntad divina, acompañada por gestos de generosidad y amor.
3. Amadísimos hermanos y hermanas, ¡contemplemos a María! A ella dirige su mirada la Iglesia mientras, con gran alegría y el corazón lleno de esperanza, espera el nacimiento de Jesús. Con ella repite: ¡Ven, Señor Jesús!
Frente a la tentación insidiosa del desaliento y de la pérdida de los grandes ideales, la Virgen nos invita a tener confianza en el Señor, acogiendo sus grandes perspectivas sobre la historia e imitando su estilo de gratuidad y misericordia. Junto con la Madre de Dios, la comunidad cristiana invoca el don de la paz para todo el hombre y para los pueblos de la tierra. ¡Viene el que es nuestra paz! Acojámoslo con gran apertura de espíritu.
En esta víspera intensifiquemos nuestra oración para que, abriéndonos a la gracia del Señor que viene a salvarnos, podamos acoger con renovado júbilo los dones de la Navidad de Cristo, Redentor del hombre.
Que la Madre del Señor sea modelo y guía de nuestra espera.
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