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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

 Domingo 29 de enero de 1995

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Esta mañana, en la basílica de San Pedro, he proclamado cuatro nuevos beatos: cada uno de ellos nos ofrece un ejemplo concreto de fidelidad a Dios y de amor a los hermanos. Son también, modelos de intensa devoción a la Madre del Señor.

Queridos hermanos y hermanas: el beato Rafael Guízar Valencia, obispo mexicano, afrontó con valentía la dramática situación de su país católico, en el que la Iglesia era perseguida. Lo sostuvo en ello y lo inspiró siempre la íntima unión con la Eucaristía y con María santísima, pilares de su vida espiritual. En efecto quiso que en su escudo episcopal figurase la Virgen de Guadalupe de rodillas ante el Santísimo Sacramento.

De origen humilde, huérfana y minusválida era la beata Genoveva Torres Morales. En su debilidad se manifestó la fuerza de Dios. Ella siguió el ejemplo de María: como la humilde muchacha de Nazaret, pronunció también su fiat confiando en el poder del Señor y recibiendo de Él la ayuda necesaria para responder generosamente a la vocación religiosa y fundar un nuevo instituto.

2. El padre Modestino difundió el culto a la Virgen del Buen Consejo, a quien veneró ya desde niño. María lo guió en su apostolado diario, impulsándolo a amar sin reservas a esa gente, hasta pagar con su vida la asistencia a los enfermos de cólera.

Por último, el beato Grimoaldo de la Purificación es para los jóvenes de todas las épocas un ejemplo significativo de confianza filial en María, pues vivió una profunda y filial consagración a la Virgen, cuya presencia sentía especialmente durante la santa misa. A ella se dirigió siempre, con confianza ilimitada, ante cualquier dificultad.

Amados hermanos y hermanas, en comunión con estos nuevos beatos, renovemos también nosotros nuestro sí a Dios, según el modelo de María, discípula perfecta del Señor, y pidámosle nos ayude a realizar fielmente nuestra vocación cristiana.

3. El 50° aniversario de la liberación de los detenidos de Auschwitz nos trae a la memoria una de las horas más oscuras y trágicas de la historia. En Auschwitz, como en otros campos de concentración, murieron numerosos inocentes, de diversas nacionalidades. En particular, los hijos del pueblo judío, cuyo exterminio sistemático había programado el régimen nazi, sufrieron la dramática experiencia del holocausto. Fue un oscurecimiento de la razón, de la conciencia y del corazón. El recuerdo de ese triunfo del mal no puede menos de llenarnos de profunda amargura, en solidaridad fraterna con cuantos llevan el signo indeleble de esa tragedia.

Pero, por desgracia, nuestros días siguen marcados por mucha violencia. Quiera Dios que mañana no haya que llorar por otros Auschwitz de estos años.

Oremos y actuemos para que eso no suceda. ¡Nunca más el antisemitismo! ¡Nunca más la arrogancia de los nacionalismos! ¡Nunca más genocidios! Que el tercer milenio inaugure una época de paz y de respeto recíproco entre los pueblos.

* * *

Después del Ángelus

Saludo ahora con todo afecto a los numerosos peregrinos venidos de España, de México y de otros países de América Latina. Que el ejemplo de devoción mariana de los nuevos Beatos sea para todos una llamada a confiar siempre en la maternal protección de la Santísima Virgen, Estrella que guía con seguridad nuestros pasos al encuentro del Señor.

 



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