JUAN PABLO II
Domingo 12 de septiembre de 1999
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. En muchas naciones, el mes de septiembre coincide con el inicio de las actividades escolares, después de los meses de vacaciones. A los estudiantes y a sus profesores, así como a todo el mundo de la escuela, deseo de corazón una serena reanudación de su trabajo.
Y, mientras comienza un nuevo año académico, quisiera volver a proponer a vuestra atención la encíclica Fides et ratio, que tuve la alegría de firmar hace un año, el 14 de septiembre. Este documento trata sobre las relaciones entre fe y razón, tema decisivo para la cultura y para la existencia misma. Efectivamente, fe y razón representan dos caminos diversos, pero complementarios, para llegar a Dios.
2. El camino de la razón lleva, por decirlo así, desde el mundo hasta Dios creador: parte de la investigación de la realidad del mundo, para buscar su fundamento último. La razón se eleva desde la percepción del carácter contingente de todo lo que es terreno hasta el misterio de Aquel que es el origen y el fundamento de todas las cosas.
En el conocimiento de fe, el proceso es, más bien, desde Dios hasta el mundo: Dios ha querido manifestarse en la historia, con un lenguaje y un mensaje que superan el de la creación. Esta revelación, que se realiza por medio de palabras y obras íntimamente vinculadas entre sí, es el acontecimiento con que Dios sale al encuentro de los hombres y les habla "para invitarlos y recibirlos en su compañía" (Dei Verbum, 2). Es un encuentro que culmina en Cristo, "plenitud de toda la revelación" (ib.).
A Dios, que se revela, el hombre tiene que "someterse con la fe" (ib., 5). Se trata de una adhesión prestada con plena libertad, es decir, sin constricciones externas, pero también sin caer en el fideísmo ciego que se alimenta de emociones y está expuesto a la volubilidad de los sentimientos. Para evitar el fideísmo, desempeña un papel importante la razón, llamada a discernir los signos con que Dios ha confirmado su revelación, para que el hombre, aceptándola, se adhiera a ella plenamente.
3. María santísima, cuyo santo nombre veneramos hoy devotamente, ayude a quienes están comprometidos más directamente en el campo de la escuela y de la investigación científica, para que no se rindan ante las dificultades, sino que concluyan felizmente su itinerario, descubriendo la íntima convergencia y complementariedad de la razón y la fe. Ambas llevan a Dios, meta y plenitud del ser humano.
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Llamamiento del Papa Juan Pablo II a la comunidad internacional
para que ayude a los timorenses
Mi pensamiento va nuevamente a Timor oriental, donde continúa reinando una violencia brutal, que se ensaña también contra la Iglesia católica, artífice, desde hace tiempo, del diálogo y la reconciliación.
No puedo callar mi profunda amargura por la enésima derrota de todo sentido de humanidad, cuando, en el alba del tercer milenio, manos fratricidas vuelven a levantarse para asesinar y destruir sin piedad.
Expreso una vez más mi total condena de los graves abusos de los derechos humanos perpetrados en ese territorio, con la vana intención de cancelar la voluntad expresada por la población y sus legítimas aspiraciones.
Repito mi llamamiento para que los responsables políticos y militares, así como la comunidad internacional, escuchen los gritos de los débiles y los indefensos, y les ayuden inmediatamente.
Por último, os invito a orar a la Virgen santísima, Reina de la paz, por los muertos, por los heridos, por los prófugos y por los que lloran y sufren. Ella, a quien el día de su Natividad invocamos como «aurora y esperanza de salvación», lo sea también para el querido pueblo timorense, que no deja de esperar con confianza un futuro mejor.
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