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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo, 17 de octubre de 1999

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El domingo próximo se celebrará la Jornada mundial de las misiones, cuyo tema es: "El Padre, fuente del compromiso apostólico de la Iglesia".

En el corazón de Dios, abismo de amor infinito, tiene su origen la misión de Cristo, que, al aparecerse a los Apóstoles la tarde de Pascua, les transmitió su misma misión: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21). Como el Padre envió al Hijo, así también el Hijo envía a la Iglesia hasta los confines de la tierra. Se trata de una única misión, un único mensaje de salvación, que parte de Dios y está destinado a todos los hombres, para que, redimidos del pecado, lleguen a ser hijos de Dios.

2. La Iglesia anuncia sin cesar al mundo la paternidad de Dios con la predicación y el testimonio de sus hijos. En efecto, la evangelización es confirmada y resulta creíble por la santidad de los cristianos y de las comunidades eclesiales que se esfuerzan por vivir como auténticos hijos de Dios, poniendo en práctica el doble mandamiento del amor.

Pienso en los numerosos misioneros, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que, en todos los rincones del mundo, son testigos de Cristo en medio de muchas dificultades, y a veces pagan con su sangre la fidelidad a su misión. Ojalá que no les falte jamás a estos hermanos y hermanas nuestros el apoyo espiritual y material de nuestras comunidades.

3. La Jornada mundial de las misiones invita a todos los creyentes a ser misioneros en su ambiente de vida. En efecto, son diversos los oficios en la Iglesia, pero la misión es única. También yo procuro desempeñar con este espíritu el ministerio apostólico que la Providencia divina me confió el 16 de octubre de 1978. Mientras doy las gracias de corazón a los que, en esta circunstancia, me han renovado su felicitación y me han asegurado su recuerdo ante el Señor, pido a todos que continúen acompañándome con su oración, para que pueda proseguir fielmente este servicio a la Iglesia de Roma y a todo el pueblo cristiano.

Renuevo a María la consagración total de mi persona, de mi misión y de la Iglesia entera, de la que ella es Madre tierna y solícita.

Con estos sentimientos, nos dirigimos ahora a ella con la plegaria del Ángelus.

 



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