JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 13 de noviembre de 1985
Espíritu Santo
1. "Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los Profetas".
También hoy, al comenzar la catequesis sobre el Espíritu Santo, nos servimos, tal como hemos hecho hablando del Padre y del Hijo, de la formulación del Símbolo niceno-constantinopolitano, según el uso que ha prevalecido en la liturgia latina.
En el siglo IV, los Concilios de Nicea (325) y de Constantinopla (381) contribuyeron a precisar los conceptos comúnmente utilizados para presentar la doctrina sobre la Santísima Trinidad: un único Dios que es, en la unidad de su divinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La formulación de la doctrina sobre el Espíritu Santo proviene en particular del mencionado Concilio de Constantinopla.
2. Por esto, la Iglesia confiesa su fe en el Espíritu Santo con las palabras antes citadas. La fe es la respuesta a la autorrevelación de Dios: Él se ha dado a conocer a Sí mismo "por medio de los Profetas y últimamente.... por medio de su Hijo" (Heb 1, 1). El Hijo, que nos ha revelado al Padre, ha dado a conocer también al Espíritu Santo. "Cual el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo", proclama el Símbolo "Quicumque", del siglo V. Ese "tal" viene explicado por las palabras del Símbolo, que siguen, y quiere decir: "increado, inmenso, eterno, omnipotente... no tres omnipotentes, sino un solo omnipotente: así Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo... No hay tres Dioses, sino un único Dios"
3. Es bueno comenzar con la explicación de la denominación Espíritu - Espíritu Santo. La palabra "espíritu" aparece desde las primeras páginas de la Biblia:"... el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas" (Gen 1, 2), se dice en la descripción de la creación. El hebreo traduce Espíritu por "ruah", que equivale a respiro, soplo, viento, y se tradujo al griego por "pneuma" de "pneo", en latín por "spiritus" de "spiro" (y también en polaco por "duch", tchnac, tchnienie). Es importante la etimología, porque, como veremos, ayuda a explicar el sentido del dogma y sugiere el modo de comprenderlo.
La espiritualidad es atributo esencial de la Divinidad: "Dios es Espíritu...", dijo Jesús en el coloquio con la Samaritana (Jn 4, 24). (En una de las catequesis precedentes hablamos de Dios como espíritu infinitamente perfecto). En Dios "espiritualidad" quiere decir no sólo suma y absoluta inmaterialidad, sino también acto puro y eterno de conocimiento y amor.
4. La Biblia, y especialmente el Nuevo Testamento, al hablar del Espíritu Santo, no se refiere al Ser mismo de Dios, sino a Alguien que está en relación particular con el Padre y el Hijo. Son numerosos los textos, especialmente en el Evangelio de San Juan, que ponen de relieve este hecho: de modo especial los pasajes del discurso de despedida de Cristo Señor, el jueves antes de la pascua, durante la última Cena.
En la perspectiva de la despedida de los Apóstoles Jesús les anuncia la venida de "otro Consolador". Dice así: "Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, que estará con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad..."(Jn 14, 16). "Pero el Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os lo enseñará todo" (Jn 14, 26). El envío del Espíritu Santo, a quien Jesús llama aquí "Consolador", será hecho por el Padre en el nombre del Hijo. Este envío es explicado más ampliamente poco después por Jesús mismo: "Cuando venga el Consolador, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de Verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí..." (Jn 15, 26).
El Espíritu Santo, pues, que procede del Padre, será enviado a los Apóstoles y a la Iglesia, tanto por el Padre en el nombre del Hijo, como por el Hijo mismo una vez que haya retornado al Padre.
Poco más adelante dice también Jesús: "Él (el Espíritu de Verdad) me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer" (Jn 16, 14-15).
5. Todas estas palabras, como también los otros textos que encontramos en el Nuevo Testamento, son extremadamente importantes para la comprensión de la economía de la salvación. Nos dicen quién es el Espíritu Santo en relación con el Padre y el Hijo: es decir, poseen un significado trinitario: dicen no sólo que el Espíritu Santo es "enviado" por el Padre y el Hijo, sino también que "procede" del Padre.
Tocamos aquí cuestiones que tienen una importancia clave en la enseñanza de la Iglesia sobre la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo es enviado por el Padre y por el Hijo después que el Hijo, realizada su misión redentora, entró en su gloria (cf. Jn 7, 39; 16, 7), y estas misiones (missiones) deciden toda la economía de la salvación en la historia de la humanidad.
Estas "misiones" comportan y revelan las "procesiones" que hay en Dios mismo. El Hijo procede eternamente del Padre, como engendrado por Él, y asumió en el tiempo una naturaleza humana por nuestra salvación. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, se manifestó primero en el Bautismo y en la Transfiguración de Jesús, y luego el día de Pentecostés sobre sus discípulos; habita en los corazones de los fieles con el don de la caridad.
Por esto, escuchemos la advertencia del Apóstol Pablo: "Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido sellados para el día de la redención" (Ef 4, 30). Dejémonos guiar por Él. Él nos guía por el "camino" que es Cristo, hacia el encuentro beatificante con el Padre.
Saludos
Queridos hermanos y hermanas:
Deseo saludar ahora a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de América Latina. De modo especial, a las Religiosas de María Inmaculada, que están realizando en Roma un curso de renovación. Que vuestra permanencia junto a la Sede de Pedro os ayude a vivir la universalidad de la Iglesia y a testimoniarla allí donde seáis enviadas a ejercer vuestro apostolado.
Saludo igualmente a la delegación de Oficiales y Suboficiales de la Armada de Venezuela. Vuestra presencia me hace recordar con vivo aprecio la visita pastoral a vuestro país; os aliento a servirlo con respeto total a cada uno de sus ciudadanos.
No puede faltar mi saludo al grupo mexicano aquí presente, acompañado por un conjunto folklórico: llevad el afecto del Papa y su recuerdo en la oración a vuestros hermanos de México, especialmente a los que tanto han sufrido y todavía sufren las consecuencias del reciente terremoto.
A todos vosotros, peregrinos de lengua española, os imparto de corazón la bendición apostólica.
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