JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 28 de septiembre de 1988
La muerte de Cristo, como acontecimiento histórico
1. Confesamos nuestra fe en la verdad central de la misión mesiánica de Jesucristo: El es el Redentor del mundo mediante su muerte en cruz. La confesamos con las palabras del Símbolo Niceno-Constantinopolitano según el cual Jesús "por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato: padeció y fue sepultado". Al profesar esta fe, conmemoramos la muerte de Cristo, también como un evento histórico, que, como su vida, conocemos por fuentes históricas seguras y autorizadas. Basándonos en esas mismas fuentes podemos y queremos conocer y comprender también las circunstancias históricas de esa muerte, que creemos fue "el precio" de la redención del hombre de todos los tiempos.
2. Antes de nada, ¿cómo se llegó a la muerte de Jesús de Nazaret? ¿Cómo se explica el hecho de que haya sido dado a la muerte por los representantes de su nación, que lo entregaron al "procurador" romano, cuyo nombre, transmitido por los Evangelios, figura también en los Símbolos de la fe? De momento, tratemos de recoger las circunstancias, que "humanamente" explican la muerte de Jesús. El Evangelista Marcos, describiendo el proceso de Jesús ante Poncio Pilato, anota que fue "entregado por envidia" y que Pilato era consciente de este hecho. "Se daba cuenta... de que los Sumos Sacerdotes se lo habían entregado por envidia" (Mc 15, 10). Preguntémonos: ¿por qué esta envidia? Podemos encontrar sus raíces en el resentimiento, no sólo hacia lo que Jesús enseñaba, sino por el modo en que lo hacía. Sí, según dice Marcos, enseñaba "como quien tiene autoridad y no como los escribas" (Mc 1, 22), esta circunstancia era, a los ojos de estos últimos, como una "amenaza" para su prestigio.
3. De hecho, sabemos que ya el comienzo de la enseñanza de Jesús en su ciudad natal lleva a un conflicto. El Nazareno de treinta años, tomando la palabra en la Sinagoga, se señala a Sí mismo como Aquél sobre el que se cumple el anuncio del Mesías, pronunciado por Isaías. Ello provoca en los oyentes estupor y a continuación indignación, de forma que quieren arrojarlo del monte "sobre el que estaba situada su ciudad...". "Pero Él, pasando por en medio de ellos, se marchó" (Lc 4, 29-30).
4. Este incidente es sólo el inicio: es la primera señal de las sucesivas hostilidades. Recordemos las principales. Cuando Jesús hace entender que tiene el poder de perdonar los pecados, los escribas ven en esto una blasfemia porque tan sólo Dios tiene ese poder (cf. Mc 2, 6). Cuando obra milagros en sábado, afirmando que "el Hijo del hombre es Señor del sábado" (Mt 12, 8), la reacción es análoga a la precedente. Ya desde entonces se deja traslucir la intención de dar muerte a Jesús (cf. Mc 3, 6): "Trataban... de matarle porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a Sí mismo igual a Dios" (Jn 5, 18). )Qué otra cosa podían significar las palabras: En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera Yo soy? (Jn 8, 58). Los oyentes sabían qué significaba aquella denominación "Yo soy". Por ello Jesús corre de nuevo el riesgo de la lapidación. Esta vez, por el contrario, "se ocultó y subió al templo" (Jn 8, 59).
5. El hecho que en definitiva precipitó la situación y llevó a la decisión de dar muerte a Jesús fue la resurrección de Lázaro en Betania. El Evangelio de Juan nos hace saber que en la siguiente reunión del sanedrín se constató: "Este hombre realiza muchos signos. Si le dejamos que siga así todos creerán en Él y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación". Ante estas previsiones y temores Caifás, Sumo Sacerdote, se pronunció con esta sentencia: "Conviene que muera uno sólo por el pueblo y no perezca toda la nación. (Jn 1, 47-50). El Evangelista añade: "Esto no lo dijo de su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación sino para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos". Y concluye: "Desde este día, decidieron darle muerte" (Jn 11, 51-53).
Juan, de este modo, nos hace conocer un doble aspecto de aquella toma de posición de Caifás. Desde el punto de vista humano, que se podría más precisamente llamar oportunista, era un intento de justificar la decisión de eliminar un hombre al que se consideraba políticamente peligroso, sin preocuparse de su inocencia. Desde un punto de vista superior, hecho suyo y anotado por el Evangelista, las palabras de Caifás, independientemente de sus intenciones, tenían un contenido auténticamente profético referente al misterio de la muerte de Cristo según el designio salvífico de Dios.
6. Aquí consideramos el desarrollo humano de los acontecimientos. En aquella reunión del sanedrín se tomó la decisión de matar a Jesús de Nazaret. Se aprovechó su presencia en Jerusalén durante las fiestas pascuales. Judas, uno de los Doce, entregó a Jesús por treinta monedas de plata, indicando el lugar donde se le podía arrestar. Una vez preso, Jesús fue conducido ante el sanedrín. A la pregunta capital del Sumo Sacerdote: "Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios". Jesús dio una gran respuesta: "Tú lo has dicho" (Mt 26, 63-64; cf. Mc 14, 62; Lc 22, 70). En esta declaración el sanedrín vio una blasfemia evidente y sentenció que Jesús era "reo de muerte" (Mc 14, 64).
7. El sanedrín no podía, sin embargo, exigir la condena sin el consenso del procurador romano. Pilato está convencido de que Jesús es inocente, y lo hace entender más de una vez. Tras haber opuesto una dudosa resistencia a las presiones del sanedrín, cede por fin por temor al riesgo de desaprobación del César, tanto más cuanto que la multitud, azuzada por los fautores de la eliminación de Jesús, pretende ahora la crucifixión. "¡Crucifige eum!". Y así Jesús es condenado a muerte mediante la crucifixión.
8. Los hombres indicados nominalmente por los Evangelios, al menos en parte, son históricamente los responsables de esta muerte. Lo declara Jesús mismo cuando dice a Pilato durante el proceso: "El que me ha entregado a ti tiene mayor pecado" (Jn 19, 11). Y en otro lugar: "El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero, (ay de aquél por quien el Hijo del hombre es entregado! (Más le valdría a ese hombre no haber nacido!" (Mc 14, 21; Mt 26, 24; Lc 22, 22). Jesús alude a las diversas personas que, de distintos modos, serán los artífices de su muerte: a Judas, a los representantes del sanedrín, a Pilato, a los demás... También Simón Pedro, en el discurso que tuvo después de Pentecostés imputará a los jefes del sanedrín la muerte de Jesús: "Vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos" (Act 2, 23).
9. Sin embargo no se puede extender esta imputación más allá del círculo de personas verdaderamente responsables. En un documento del Concilio Vaticano II leemos: "Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su pasión se hizo no puede ser imputado, ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni (mucho menos) a los judíos de hoy" (Declaración Nostra aetate, 4).
Luego si se trata de valorar la responsabilidad de las conciencias no se pueden olvidar las palabras de Cristo en la cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34).
El eco de aquellas palabras lo encontramos en otro discurso pronunciado por Pedro después de Pentecostés: "Ya sé yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes" (Act 3, 17). (Qué sentido de discreción ante el misterio de la conciencia humana, incluso en el caso del delito más grande cometido en la historia, la muerte de Cristo!
10. Siguiendo el ejemplo de Jesús y de Pedro, aunque sea difícil negar la responsabilidad de aquellos hombres que provocaron voluntariamente la muerte de Cristo, también nosotros veremos las cosas a la luz del designio eterno de Dios, que pedía la ofrenda propia de su Hijo predilecto como víctima por los pecados de todos los hombres. En esta perspectiva superior nos damos cuenta de que todos, por causa de nuestros pecados, somos responsables de la muerte de Cristo en la cruz: todos, en la medida en que hayamos contribuido mediante el pecado a hacer que Cristo muriera por nosotros como víctima de expiación. También en este sentido se pueden entender las palabras de Jesús: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará" (Mt 17, 22).
11. La cruz de Cristo es, pues, para todos una llamada real al hecho expresado por el Apóstol Juan con las palabras "La sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. Si decimos: 'no tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1, 7-8). La Cruz de Cristo no cesa de ser para cada uno de nosotros esta llamada misericordiosa y, al mismo tiempo severa a reconocer y confesar la propia culpa. Es una llamada a vivir en la verdad.
Saludos
Amadísimos hermanos y hermanas:
Saludo ahora con afecto a todos los peregrinos de lengua española. En particular, a los Religiosos Terciarios Capuchinos; al numeroso grupo de seminaristas Legionarios de Cristo; y a las Religiosas Mercedarias del Santísimo Sacramento. A todos aliento a una entrega sin reservas a su vocación y ministerio eclesial.
A todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto la bendición apostólica.
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