JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 14 de marzo de 1990
La acción sapiencial del Espíritu divino
1. La experiencia de los profetas del Antiguo Testamento pone de manifiesto de manera especial el vínculo existente entre la palabra y el espíritu. El profeta habla en nombre de Dios y gracias al Espíritu. La misma Escritura es palabra que viene del Espíritu, su registración de duración perenne. La Escritura es santa (“Sagrada”) por razón del Espíritu que, mediante la palabra oral o escrita, ejerce su eficacia.
Incluso en algunos que no son profetas, la intervención del espíritu suscita la palabra. Así en el primer libro de las Crónicas, donde se recuerda la adhesión a David de los “valientes” que reconocieron su realeza, se lee que “el espíritu revistió a Amasay, jefe de los Treinta (valientes), y le hizo dirigir a David las palabras: “¡Contigo!... ¡Paz, paz a ti! ¡Y paz a los que te ayuden, pues tu Dios te ayuda a ti!”. Y “David los recibió y los puso entre los jefes de sus tropas” (1 Cro 12, 19). Más dramático es otro caso, narrado en el segundo libro de las Crónicas, y que será recordado por Jesús (cf. Mt 23, 25; Lc 11, 51). Dicho episodio tiene lugar en un período de decadencia del culto en el templo y de caída en las tentaciones de la idolatría en Israel. Al no haber escuchado los israelitas a los profetas enviados por Dios para que volviesen a Él, “entonces el espíritu de Dios revistió a Zacarías, hijo del sacerdote Yehoyadá, el cual, presentándose delante del pueblo, les dijo: ‘así dice Dios: ¿Por qué traspasáis los mandamientos de Yahveh? No tendréis éxito; pues por haber abandonado a Yahveh, Él os abandonará a vosotros’. Mas ellos conspiraron contra Él, y por mandato del rey la apedrearon en el atrio de la Casa de Yahveh” (2 Cro 24, 20-21).
Son manifestaciones significativas de la conexión entre espíritu y palabra, presente en la mentalidad y en el lenguaje de Israel.
2. Otro vínculo análogo es el que existe entre espíritu y sabiduría, como aparece en el libro de Daniel, en boca del rey Nabucodonosor que, al narrar el sueño tenido y la explicación que le dio Daniel del mismo, reconoce al profeta como un hombre “en quien reside el espíritu de los dioses santos” (Dn 4, 5; cf. 4, 6. 15; 5, 11. 14), o sea, la inspiración divina, que también el Faraón en su tiempo reconoció en José por la sabiduría de sus consejos (cf. Gn 41, 38-39). En su lenguaje pagano, el rey de Babilonia habla repetidamente de “espíritu de los dioses santos”, mientras que al final de su narración hablará de “Rey del Cielo” (Dn 4, 34), en singular. De cualquier forma, reconoce que un espíritu divino se manifiesta en Daniel, como dirá también el rey Baltasar: “He oído decir que en ti reside el espíritu de los dioses, y que hay en ti luz, inteligencia y sabiduría extraordinarias” (Dn 5, 14). Y el autor del libro subraya que “este mismo Daniel se distinguía entre los ministros y los sátrapas, porque había en él un espíritu extraordinario, y el rey se proponía ponerle al frente del reino entero” (Dn 6, 4).
Como se ve, la “sabiduría extraordinaria” y el “espíritu extraordinario” se le atribuyen a Daniel con justicia, atestiguando así la conexión de estas cualidades entre sí en el judaísmo del siglo II antes de Cristo, cuando el libro fue escrito para sostener la fe y la esperanza de los judíos perseguidos por Antíoco Epífanes.
3. En el libro de la Sabiduría, texto redactado casi en los umbrales del Nuevo Testamento, es decir, según algunos autores recientes, en la segunda mitad del siglo primero antes de Cristo, en ambiente helenístico, el vínculo entre la sabiduría y el espíritu se encuentra tan subrayado que casi se da una identificación. Desde el principio se lee que “la Sabiduría es un espíritu que ama al hombre” (Sb 1, 6): se manifiesta y se comunica en virtud de un amor fundamental hacia la humanidad. Pero ese espíritu amigo no es ciego y no tolera el mal, aunque sea secreto, en los hombres. “En alma fraudulenta no entra la Sabiduría, no habita en cuerpo sometido al pecado; pues el espíritu santo que nos educa huye del engaño, se aleja de los pensamientos necios... No deja sin castigo los labios del blasfemo; que Dios es testigo de sus sentimientos, observador veraz de su corazón, y oye cuanto dice su lengua” (Sb 1, 4, 6).
El Espíritu del Señor es, por tanto, un espíritu santo, que quiere comunicar su santidad, y realiza una función de educadora: “El espíritu santo que nos educa” (Sb 1, 5). Se opone a la injusticia. No es un límite a su amor, sino una exigencia de este amor. En la lucha contra el mal se opone a todas las iniquidades, sin dejarse engañar nunca, porque no se le escapa nada, ni “la palabra más secreta” (Sb 1, 11). En efecto, el espíritu “llena la tierra”: es omnipresente. “Y él, que todo lo mantiene unido, tiene conocimiento de toda palabra” (Sb 1, 7). El efecto de su omnipresencia es el conocimiento de todas las cosas, aunque sean secretas.
Siendo un “espíritu que ama al hombre”, no pretende solamente vigilar a los hombres, sino también llenarlos de su vida y de su santidad. “No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes; Él todo lo creó para que subsistiera...” (Sb 1, 13-14). La afirmación de esta positividad de la creación, en que se refleja el concepto bíblico de Dios como “Aquel que es” (Ex 3, 14) y como Creador de todo el universo (cf. Gn 1, 1 ss.), da un fundamento religioso a la concepción filosófica y a la ética de las relaciones con las cosas. Sobre todo, da inicio a un discurso sobre la suerte final del hombre, que ninguna filosofía podría sostener sin el apoyo de la revelación divina. San Pablo dirá luego que, si la muerte fue introducida por el pecado del hombre, Cristo vino como nuevo Adán para redimir al hombre del pecado y librarlo de la muerte (cf. Rm 5, 12-21). El Apóstol añadirá que Cristo ha traído una nueva vida en el Espíritu Santo (cf. Rm 8, 1 ss.), dando el nombre y, más aún, revelando la misión de la Persona divina envuelta en el misterio en las páginas del libro de la Sabiduría.
4. El Rey Salomón, que con un recurso literario suele ser presentado como autor de este libro, en cierto momento se dirige a sus colegas: “Oíd, pues, reyes...” (Sb 6, 1) para invitarlos a acoger la sabiduría, secreto y norma de la realeza, y para explicar “qué es la Sabiduría...” (Sb 6, 22). Él hace su elogio con una larga enumeración de las características del espíritu divino, que atribuye a la sabiduría, casi personificándola: “Hay en ella un espíritu inteligente, santo, único, múltiple...” (Sb 7, 22-23). Son veintiuno los adjetivos calificativos (3x7), que consisten en vocablos tomados, en parte, de la filosofía griega y, en parte, de la Biblia. Veamos los más significativos.
Es un espíritu “inteligente”, es decir, no un impulso ciego, sino un dinamismo guiado por el conocimiento de la verdad; es un espíritu “santo”, porque no sólo quiere iluminar a los hombres, sino también santificarlos; es “único y múltiple”, de forma que puede insinuarse dondequiera; es “sutil”, y penetra todos los espíritus: su acción es, por tanto, esencialmente interior, como su presencia; es un espíritu “que todo lo puede, todo lo observa”, pero no constituye un poder tiránico o destructor, ya que es “bienhechor, amigo del hombre”, quiere su bien y tiende a “formar amigos de Dios”. El amor sostiene y dirige el ejercicio de su poder.
La sabiduría tiene, por consiguiente, las cualidades y ejerce las funciones tradicionalmente atribuidas al espíritu divino: “espíritu de sabiduría y de inteligencia..., etc.” (Is 11, 2 ss.), porque con él se identifica en el fondo misterioso de la realidad divina.
5. Entre las funciones del Espíritu-Sabiduría está la de dar a conocer la voluntad divina: “¿Quién habría conocido tu voluntad, si tú no le hubieses dado la Sabiduría y no le hubieses enviado de lo alto tu espíritu santo?” (Sb 9, 17). El hombre, por sí mismo, no es capaz de conocer la voluntad divina “¿Qué hombre, en efecto, podrá conocer la voluntad de Dios?” (Sb 9, 13). Por medio de su santo espíritu, Dios da a conocer su propia voluntad, su plan sobre la vida humana, mucho más profunda y seguramente que con la sola promulgación de una ley en fórmulas del lenguaje humano. Actuando desde dentro con el don del espíritu santo, Dios permite “enderezar los caminos de los moradores de la tierra. Así aprendieron los hombres lo que a ti te agrada, y gracias a la Sabiduría se salvaron” (Sb 9, 18). Y en este punto el autor describe en diez capítulos la obra del Espíritu-Sabiduría en la historia, desde Adán hasta Moisés, la Alianza con Israel, la liberación, y la solicitud continua por el pueblo de Dios. Y concluye: “En verdad, Señor, que en todo engrandeciste a tu pueblo y le glorificaste, y no te descuidaste en asistirle en todo tiempo y en todo lugar” (Sb 19, 22).
6. En esta evocación histórico-sapiencial surge un paso donde el autor recuerda, hablando al Señor, su espíritu omnipresente que ama y protege la vida del hombre. Esto vale también para los enemigos del pueblo de Dios y, en general, para los impíos, los pecadores. También en ellos está el espíritu divino de amor y de vida: “Tú con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida, pues tu espíritu incorruptible está en todas ellas” (Sb 11, 26; 12, 1).
“Eres indulgente...”. Los enemigos de Israel hubieran podido ser castigados de modo mucho más terrible que como sucedió. Hubieran podido ser “aventados por el soplo de tu poder. Pero Tú todo lo dispusiste con medida, número y peso” (Sb 11, 20). El libro de la Sabiduría exalta la “moderación” de Dios y ofrece la razón: el espíritu de Dios no actúa sólo como soplo poderoso, capaz de destruir a los culpables, sino como espíritu de sabiduría que quiere la vida, y así revela su amor. “Te compadeces de todos porque todo lo puedes y disimulas los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías hecho ¿Y cómo habría permanecido algo si no hubieses querido? ¿Cómo se habría conservado lo que no hubieses llamado?” (Sb 11, 23-25).
7. Nos encontramos en el vértice de la filosofía religiosa no sólo de Israel, sino de todos los pueblos antiguos. La tradición bíblica, ya expresada en el Génesis, ofrece aquí una respuesta a las grandes cuestiones no resueltas ni siquiera por la cultura griega. Aquí la misericordia de Dios se funde con la verdad de su creación de todas las cosas: la universalidad de la creación comporta la universalidad de la misericordia. Y todo en virtud del amor eterno con que Dios ama a todas sus criaturas: amor en el que nosotros ahora reconocemos la persona del Espíritu Santo.
El libro de la Sabiduría ya nos hace entrever este Espíritu-Amor que, como la Sabiduría, toma los rasgos de una persona, con las siguientes características: espíritu que conoce todo y que da a conocer a los hombres los planes divinos; espíritu que no puede aceptar el mal; espíritu que, a través de la sabiduría, quiere conducir a todos a la salvación; espíritu de amor que quiere la vida; espíritu que llena el universo con su benéfica presencia.
Saludos
Amadísimos hermanos y hermanas:
Saludo cordialmente a los sacerdotes, religiosos y religiosas, así como a las personas de América Latina y España presentes en esta Audiencia. Me es grato saludar de modo especial a las Religiosas Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación que, con su presencia en este encuentro, desean reiterar su filial adhesión al Sucesor de Pedro. Os aliento a dejaros conducir en todo momento por el Espíritu de la verdad, que guía y protege a la Iglesia, esposa fiel de Cristo.
Asimismo dirijo mi más afectuoso saludo a los profesores y a los alumnos de los colegios españoles “ Virgen de Europa ”, de Madrid, y “ Nuestra Señora de la Consolación ”, de Castellón, a quienes invito a acoger en sus corazones a Cristo, verdadero “ camino, verdad y vida ”.
A todos los presentes imparto complacido mi bendición apostólica, que extiendo a vuestros seres queridos.
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