JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 13 de febrero de 1991
(Lectura: evangelio de san Marcos, capítulo 1, versículos 12-15)
1. "Convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15).
Con esta invitación la liturgia se dirige a los cristianos en el "Miércoles de ceniza" para introducirlos en el itinerario cuaresmal, que es camino interior de conversión, de penitencia y de caridad.
La austera ceremonia de la imposición de la ceniza sobre la cabeza nos recuerda que nuestro destino de hombres no es terreno: estamos de paso en la tierra, y la vida, don precioso de Dios que hemos de cultivar, defender y respetar, se desarrolla como una peregrinación hacia la eternidad, hacia el encuentro con Dios. "No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (Hb 13, 14), observa el autor de la carta a los Hebreos, que sigue exhortando: "Sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús el que inicia y consuma la fe" (Hb 12, 1-2).
Al subrayar el valor pedagógico y formativo del período cuaresmal, la Iglesia nos invita a dirigir la mente y el corazón al misterio del Dios vivo, que se manifiesta a los hombres en su justicia y en su misericordia. También nos recuerda la precariedad de la vida mortal y nos impulsa a no instalarnos en el pecado y en la indiferencia, sino a despertarnos del sueño de la rutina para caminar hacia la meta, en la que hallaremos el cumplimiento de nuestras esperanzas. Al "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás" corresponde la exhortación: "Convertíos y creed en la Buena Nueva".
2. Convertirse es el compromiso que nos pide con especial insistencia la Cuaresma. Convertirse, ante todo, a la Verdad, que es Jesucristo, luz del mundo. Dios se reveló definitivamente a la humanidad en su Hijo unigénito, el Verbo encarnado, que murió y resucitó para redimir al hombre y devolverle la dignidad de su primer origen. Mediante la Iglesia, comunidad de los redimidos, Cristo sigue llevando a cabo su plan de salvación entre los hombres y las mujeres de toda generación. Quiere realizarlo también en beneficio de nuestra generación, que está para asomarse al tercer milenio.
Como escribí en la carta encíclica Redemptoris missio, "el Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible... El Reino no puede ser separado de la Iglesia. Ciertamente, ésta no es fin para sí misma, ya que está ordenada al reino de Dios, del cual es germen signo e instrumento. Sin embargo, a la vez que se distingue de Cristo y del Reino, está indisolublemente unida a ambos" (n. 18, cf. L'Osservatore Romano edición en lengua española, 25 de enero de 1991, pág. 9).
Por lo tanto, la Cuaresma ha de ser una ocasión para la reflexión y la renovación espiritual, un tiempo para la profundización de la verdad revelada y para el redescubrimiento del designio amoroso de Dios con respecto a la humanidad y a cada uno de nosotros.
3. La segunda conversión que es preciso llevar a cabo es la conversión a la santidad. En efecto, ésta es la voluntad de Dios: nuestra santificación. San Pablo escribe a los Tesalonicenses: "Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1 Ts 5, 23). Toda la vida debe estar dedicada al perfeccionamiento espiritual. En Cuaresma, sin embargo, es más notable la exigencia de pasar de una situación de indiferencia y de lejanía a una práctica religiosa más convencida; de una situación de mediocridad y de tibieza a un fervor más sentido y profundo; de una manifestación tímida de la fe al testimonio abierto y valiente del propio "credo".
La Cuaresma es un período realmente propicio para comprender y acoger con amor la voluntad de Dios y su misericordia. Por esto, la liturgia en este tiempo insiste en el anuncio de la conversión y del perdón. "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo -recuerda el Apóstol-... Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!" (2 Co 5, 18-20).
4. De aquí brota la tercera conversión a la que nos invita la Cuaresma: la conversión a la reconciliación. Todos somos conscientes de la urgencia de esta invitación, al considerar los acontecimientos dolorosos que está viviendo hoy la humanidad. Reconciliarse con Dios es un compromiso que se impone a todos, porque constituye la condición necesaria para recuperar la serenidad personal, el gozo interior, el entendimiento fraterno con los demás y, por consiguiente, la paz en la familia, en la sociedad y en el mundo.
Dios manifiesta su amor mediante el perdón y lo concede a quien acoge en su vida al Redentor del hombre, Jesucristo, muerto en cruz por la salvación de toda la humanidad.
5. En este tiempo, marcado por el conflicto en Oriente Medio, tiempo lleno de ansia y de trepidación, la Cuaresma representa una ocasión para volver a entrar en nosotros mismos e implorar la paz en el mundo. La historia demuestra que no siempre basta la "fuerza de la razón" para evitar las contiendas y para solucionar los conflictos. Tampoco basta la buena voluntad y el compromiso de algunos, porque con frecuencia da la impresión de que las fuerzas del mal prevalecen y vencen toda resistencia. Sólo Dios puede convertir las mentes al conocimiento del bien verdadero y a las opciones necesarias para edificar un mundo mas justo y fraterno. La liturgia cuaresmal nos repetirá cada día la exhortación a escuchar la voz del Señor; nos exhortará a luchar con todas las fuerzas contra el egoísmo, raíz del mal, y nos impulsará a construir dentro de nosotros y en torno nuestro la concordia y la paz.
Contemplando el misterio de la Pascua, evento central de nuestra historia, la Iglesia no cesa de invitarnos a implorar el don de la reconciliación y de la concordia a través de la oración incesante, la penitencia y el servicio humilde y eficaz en favor de nuestros hermanos, especialmente de los más pobres. En este sentido, el período cuaresmal es escuela de caridad, llevada hasta el don gratuito de sí a los demás, para entablar relaciones fraternas con todos, y de manera especial con los que están en los márgenes de la sociedad.
6. En la escuela de María, que siempre acompaña al pueblo cristiano, particularmente en los momentos más difíciles de su historia, nos hacemos, queridos hermanos y hermanas, discípulos dóciles de la Palabra divina y testigos convencidos del poder del Amor, que renueva nuestra existencia.
Exhorto, por tanto, a todos los creyentes a hacer de estos días, que nos preparan para la Pascua, un tiempo de particular empeño espiritual. Las situaciones dramáticas que estamos viviendo son una llamada a nuestra conciencia y sacuden nuestra voluntad.
La paz espera nuestra contribución personal, hecha de oración y de penitencia, de conversión interior y de generosa solidaridad. Una contribución que se manifieste en la reconciliación concreta y en la búsqueda de todos los caminos que aún son posibles para poner fin a la destrucción de vidas humanas, que se está perpetrando en la guerra que está en curso. Todo esfuerzo cuaresmal debe transformarse, así, en una humilde, insistente y angustiosa invocación de paz.
Saludos
Con estos deseos expreso mi más cordial saludo de bienvenida a todos los peregrinos y visitantes de lengua española presentes en esta Audiencia, entre los cuales se encuentra una representación de Oficiales del Ejército de Venezuela y un grupo numeroso de estudiantes de Guipúzcoa.
A vosotros y a todas las personas procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.
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