JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 27 de marzo de 1991
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Nos encontramos ya en vísperas del "Triduo Pascual", recuerdo vivo de los acontecimientos centrales de nuestra fe: la pasión, la muerte y la resurrección de Cristo. Este encuentro nos ofrece la oportunidad de meditar juntos en su alcance y significado, a fin de sacar luz y fuerza para nuestra vida espiritual y para la historia del mundo. La Pascua es el culmen y el centro del año litúrgico, la solemnidad hacia la que convergen todas las demás fiestas; es la celebración de acontecimientos históricos y de prodigios divinos extraordinarios. Jesús, para cumplir su misión en la tierra, se entrega al Padre en el amor: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu". (Lc 23, 46). El Padre acoge el sacrificio de Jesús y, resucitándolo de la muerte el tercer día, reengendra a los creyentes "a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible" (1 P 1, 3-4).
Como conclusión del itinerario cuaresmal, iniciado el Miércoles de ceniza, nos preparamos ahora a recorrer, en la oración y en la escucha de las Sagradas Escrituras, las fases conclusivas del sacrificio del Redentor: son etapas de dolor y de soledad, en las que revive un misterio de amor y de perdón que tiene como meta el triunfo de la misericordia sobre el egoísmo y sobre el pecado.
2. Para que el encuentro con Cristo muerto y resucitado produzca fruto, es conveniente prepararse a él con el recuerdo de los momentos más destacados del Triduo Pascual, ya tan cercano. Se abre con el Jueves Santo, en el que se conmemora la institución de la Eucaristía. Antes de ofrecerse a sí mismo al Padre en la cruz, Jesús, como había anunciado y enseñado, anticipa ese sacrificio en la Última Cena. Se ofrece a sí mismo como alimento de vida a los discípulos y, mediante su ministerio, a toda persona.
¡La Eucaristía es un gran misterio! Ante él se inclina la razón humana: "Credo quidquid dixit Dei Filius. Nil hoc verbo veritatis verius": "Creo todo lo que dijo el Hijo de Dios. No hay nada más verdadero que esta palabra de verdad". Al mismo tiempo es un misterio consolador. Al instituir el sacerdocio, Cristo hizo que su sacrificio fuese actual para siempre, hasta el fin de los siglos. A los Apóstoles les dijo: "Haced esto en conmemoración mía".
Y, junto con la Eucaristía, nos deja el mandamiento del amor, el nuevo código que gobierna la comunidad de sus fieles. Mediante el gesto significativo del lavatorio de los pies, Jesús proclama el primado del amor concreto, que se hace servicio a todos, y especialmente a los más pobres.
Por eso, el Jueves Santo es invitación urgente a profundizar el culto y el respeto hacia la Eucaristía, a participar de modo digno y consciente en la santa misa, a orar por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales, a convertir el propio corazón a la caridad, que renueva la existencia y construye la comunidad eclesial. El Jueves Santo, y toda celebración eucarística, constituyen una singular participación en la suave intimidad de la Última Cena y en el drama del Calvario.
3. El Viernes Santo, que evoca la dramática pasión de Cristo, ya comenzada la víspera con la agonía en el huerto de Getsemaní y que concluye con su muerte en la cruz, es un día de sufrimiento sobrehumano y de misteriosa confrontación entre el amor infinito de Dios y el pecado del hombre.
En este día el cristiano ha de compartir intensamente los sentimientos de Cristo: tras haber seguido a Jesús desde Getsemaní hasta los tribunales religiosos y civiles, y tras haberlo acompañado en la subida al Calvario, cargado con el madero de la cruz, el creyente, junto con el apóstol Juan, con María Santísima y las mujeres, se detiene a sus pies en el Gólgota para reflexionar sobre estos acontecimientos dramáticos y, al mismo tiempo, exaltantes. Contemplando al crucificado es posible medir hasta el fondo la verdad de las palabras de Jesús: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3, 16-17).
La cruz es misterio de expiación: Jesús se deja condenar y matar cruelmente para expiar, a la vez, el "pecado original", cometido por nuestros primeros padres, y el terrible flujo de pecados que atraviesa toda la historia de la humanidad. Todo cuanto sucede en el Gólgota se convierte en un acto supremo de amor, por el que cada uno puede decir con el Apóstol: "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20).
4. La gran Vigilia de la noche pascual se caracteriza por su insistente referencia a la luz, a la vida que brota de la verdadera fuente bautismal, Cristo muerto y resucitado; por la escucha continua de las Sagradas Escrituras, que recorren toda la historia de la salvación; y por el canto gozoso del aleluya. Cuanto más profunda sea la participación en la pasión de Cristo, mediante la penitencia y la oración, el ayuno y la caridad, tanto más intensa será la alegría pascual.
Precisamente por eso, la Vigilia está precedida por el impresionante silencio del Sábado Santo, que recuerda el tiempo misterioso y sagrado en que el cuerpo de Jesús permaneció en el sepulcro. El Sábado Santo, día de silencio y de espera, se debe vivir en la contemplación con María que, junto a sus hijos, vela y se entrega confiada a la voluntad del Padre.
5. Que nos acompañe durante los próximos días la invitación de Jesús: "Velad y orad". Es preciso velar y orar durante su agonía, su pasión, su muerte y su resurrección. Velar y orar para que nuestra adhesión a su voluntad sea pronta y definitiva; para que nuestros corazones no rechacen su invitación al amor universal y al servicio; para que estén dispuestos a seguirlo por los caminos de la obediencia "hasta la muerte, y muerte de cruz".
Sólo así nuestra comunión con Cristo nos permitirá "unirnos inseparablemente a él, que es, como él mismo afirmó, camino, verdad y vida. Camino de vida santa, verdad de doctrina divina y vida de felicidad eterna" (San León Magno, Homilía sobre la Resurrección).
Con estos sentimientos, os ofrezco mis mejores votos de un Triduo realmente Santo y de una Pascua feliz y llena de consuelo.
Saludos
Amadísimos hermanos y hermanas:
Saludo ahora muy cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.
En particular, a las Dominicas de la Presentación, Religiosas de María Reparadora y de María Inmaculada. A todas aliento a vivir intensamente los misterios de nuestra redención que celebraremos los próximos días. Deseo dar también la bienvenida a este encuentro a los diversos grupos de jóvenes procedentes de España, de México, de Panamá y de otros países de América Latina.
De corazón imparto a todos la bendición apostólica.
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