JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 28 de enero de 2004
El Señor, esperanza del justo
1. Prosigue nuestra reflexión sobre los textos de los salmos, que constituyen el elemento sustancial de la Liturgia de las Vísperas. El que hemos hecho resonar en nuestros corazones es el salmo 10, una breve plegaria de confianza que, en el original hebreo, está marcada por el nombre sagrado de Dios: Adonai, el Señor. Este nombre aparece al inicio (cf. v. 1), se repite tres veces en el centro del salmo (cf. vv. 4-5) y se encuentra de nuevo al final (cf. v. 7).
La tonalidad espiritual de todo el canto queda muy bien reflejada en el versículo conclusivo: "El Señor es justo y ama la justicia". Esta es la raíz de toda confianza y la fuente de toda esperanza en el día de la oscuridad y de la prueba. Dios no es indiferente ante el bien y el mal; es un Dios bueno, y no un hado oscuro, indescifrable y misterioso.
2. El salmo se desarrolla fundamentalmente en dos escenas. En la primera (cf. vv. 1-3) se describe a los malvados en su triunfo aparente. Se presentan con imágenes tomadas de la guerra y la caza: los perversos tensan su arco de guerra o de caza para herir violentamente a sus víctimas, es decir, a los fieles (cf. v. 2). Estos últimos, por ello, se ven tentados por la idea de escapar y librarse de una amenaza tan implacable. Quisieran huir "como un pájaro al monte" (v. 1), lejos del remolino del mal, del asedio de los malvados, de las flechas de las calumnias lanzadas a traición por los pecadores.
A los fieles, que se sienten solos e impotentes ante la irrupción del mal, les asalta la tentación del desaliento. Les parece que han quedado alterados los cimientos del orden social justo y minadas las bases mismas de la convivencia humana (cf. v. 3).
3. Pero entonces se produce un vuelco, descrito en la segunda escena (cf. vv. 4-7). El Señor, sentado en su trono celeste, abarca con su mirada penetrante todo el horizonte humano. Desde ese mirador trascendente, signo de la omnisciencia y la omnipotencia divina, Dios puede observar y examinar a toda persona, distinguiendo el bien del mal y condenando con vigor la injusticia (cf. vv. 4-5).
Es muy sugestiva y consoladora la imagen del ojo divino cuya pupila está fija y atenta a nuestras acciones. El Señor no es un soberano lejano, encerrado en su mundo dorado, sino una Presencia vigilante que está a favor del bien y de la justicia. Ve y provee, interviniendo con su palabra y su acción.
El justo prevé que, como aconteció con Sodoma (cf. Gn 19, 24), el Señor "hará llover sobre los malvados ascuas y azufre" (Sal 10, 6), símbolos del juicio de Dios que purifica la historia, condenando el mal. Los malvados, heridos por esta lluvia ardiente, que prefigura su destino último, experimentan por fin que "hay un Dios que hace justicia en la tierra" (Sal 57, 12).
4. El salmo, sin embargo, no concluye con este cuadro trágico de castigo y condena. El último versículo abre el horizonte a la luz y a la paz destinadas a los justos, que contemplarán a su Señor, juez justo, pero sobre todo liberador misericordioso: "Los buenos verán su rostro" (Sal 10, 7). Se trata de una experiencia de comunión gozosa y de confianza serena en Dios, que libra del mal.
Innumerables justos, a lo largo de la historia, han hecho una experiencia semejante. Muchas narraciones describen la confianza de los mártires cristianos ante los tormentos y su firmeza, que les daba fuerzas para resistir la prueba.
En los Hechos de Euplo, diácono de Catania, que murió hacia el año 304 bajo el emperador Diocleciano, el mártir irrumpe espontáneamente en esta serie de plegarias: "¡Gracias, oh Cristo!, protégeme, porque sufro por ti... Adoro al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Adoro a la santísima Trinidad... ¡Gracias, oh Cristo! ¡Ven en mi ayuda, oh Cristo! Por ti sufro, oh Cristo... Es grande tu gloria, oh Señor, en los siervos que te has dignado llamar a ti... Te doy gracias, Señor Jesucristo, porque tu fuerza me ha consolado; no has permitido que mi alma pereciera con los malvados, y me has concedido la gracia de tu nombre. Ahora confirma lo que has hecho en mí, para que quede confundido el descaro del Adversario" (A. Hamman, Preghiere dei primi cristiani, Milán 1955, pp. 72-73).
Saludos
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular al coro arquidiocesano de Chihuahua. Deseo a todos que esta visita a Roma refuerce el compromiso cristiano en la vida personal, familiar y social.
(A los fieles eslovenos)
Que la bondad de Dios y la protección de María Auxiliadora os acompañen siempre a vosotros y a vuestras familias.
(A los polacos)
Saludo cordialmente a todos mis compatriotas. De modo especial deseo saludar a los pastores de la misión católica polaca en Alemania. Queridos hermanos, que el Señor os dé la gracia de la fe y del amor pastoral, a fin de que podáis ayudar eficazmente a los polacos en Alemania y permanecer con Cristo y con la Iglesia. Bendigo de corazón a todos los presentes, a vuestras familias y a vuestros seres queridos.
(En italiano)
Dirijo un saludo cordial a los peregrinos de lengua italiana, en particular a las religiosas Benedictinas de la Divina Providencia procedentes de diversos países, que se están preparando para la profesión perpetua. Queridas hermanas, os exhorto a hacer de vuestra vida una ofrenda continua a Cristo, esposo y maestro.
Saludo también a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Celebramos hoy la memoria litúrgica de santo Tomás de Aquino, patrono de la escuela católica. Que su ejemplo os impulse, queridos jóvenes, a seguir siempre a Jesús como el auténtico maestro de vida y santidad. Que la intercesión de este santo doctor de la Iglesia obtenga para vosotros, queridos enfermos, la serenidad y la paz que brotan del misterio de la cruz, y para vosotros, queridos recién casados, la sabiduría del corazón, indispensable para cumplir generosamente vuestra misión.
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