MISA PARA LA JUVENTUD DE IRLANDA
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
Galway
Domingo 30 de septiembre de 1979
Queridos jóvenes,
hermanos y hermanas en nuestro Señor Jesucristo:
1. Esta es una ocasión verdaderamente especial, una ocasión muy importante ¡Esta mañana el Papa pertenece a la juventud de Irlanda! He esperado con ilusión este momento. He pedido en la oración poder tocar vuestros corazones con las palabras de Jesucristo. Quiero recordar aquí lo que dije tantas veces antes como arzobispo de Cracovia y lo que he repetido como Sucesor de San Pedro: Creo en los jóvenes con todo mi corazón y con plena convicción. Y hoy digo: ¡Creo en los jóvenes de Irlanda! Creo en vosotros, que estáis delante de mí, creo en cada uno de vosotros.
Cuando os miro, veo la Irlanda del futuro. Mañana vosotros seréis la fuerza viva de vuestro país; vosotros decidiréis cuál será la Irlanda del futuro. Mañana, como técnicos o profesores, enfermeras o secretarias, granjeros o comerciantes; doctores o ingenieros, sacerdotes o religiosos, mañana tendréis el poder de convertir los sueños en realidad. Mañana Irlanda dependerá de vosotros.
Cuando os veo reunidos en torno a este altar y escucho vuestras voces orantes, veo el futuro de la Iglesia. Dios tiene su plan para la Iglesia de Irlanda, pero necesita de vosotros para llevarlo a cabo. Lo que será la Iglesia en el futuro depende de vuestra libre colaboración con la gracia de Dios.
Cuando miro a los miles de jóvenes que estáis delante de mí. veo también los desafíos con que os enfrentáis. Habéis venido de las parroquias de Irlanda como representantes de aquellos que no pueden estar aquí. Traéis en vuestros corazones la rica herencia que habéis recibido de vuestros padres, de vuestros maestros y de vuestros sacerdotes. Traéis en vuestros corazones los tesoros que la historia y la cultura irlandesas os han dado, pero también sois partícipes de los problemas con los que se enfrenta Irlanda.
2. Hoy, por primera vez después de que San Patricio predicara la fe a los irlandeses, el Sucesor de Pedro viene de Roma y pisa suelo irlandés. Vosotros os preguntáis con toda razón qué mensaje os trae y qué palabras dirigirá a la juventud irlandesa. Mi mensaje no puede ser otro que el mensaje del mismo Cristo: mi palabra no puede ser otra que la Palabra de Dios.
No he venido aquí para dar una respuesta a todas vuestras preguntas personales. Tenéis a vuestros obispos, que conocen vuestras circunstancias y vuestros problemas locales; tenéis a vuestros sacerdotes, sobre todo a aquellos que se dedican a la exigente, pero grata tarea pastoral de la juventud. Ellos os conocen personalmente y os ayudarán a encontrar las respuestas adecuadas. Pero también yo siento que os conozco, porque conozco a los jóvenes. Y sé que vosotros, como los jóvenes de vuestra edad de otros países os sentís afectados por lo que ocurre en la sociedad que os rodea. Sin embargo, vosotros aún vivís en una atmósfera, en la que se valoran de verdad los verdaderos principios morales y religiosos. Tenéis que comprender que vuestra fidelidad a estos principios ha de ser testimoniada de diferentes maneras: La tradición religiosa y moral de Irlanda, la verdadera alma de Irlanda, será acosada por las tentaciones que abundan en todas las sociedades de nuestro tiempo. Como a otros muchos jóvenes en diferentes partes del mundo, se os dirá que hay cosas que cambiar, que tenéis que tener más libertad, que tenéis que ser diferentes de vuestros padres y que la decisión sobre vuestras vidas depende de vosotros, y sólo de vosotros.
La búsqueda de un creciente progreso económico y la posibilidad de lograr un mayor reparto de los bienes que ofrece la sociedad moderna. Aparecerá ante vosotros como una oportunidad para lograr una mayor libertad. Cuanto más poseáis —estaréis tentados de pensar—más os sentiréis liberados de todo tipo de ataduras. Para eliminar el esfuerzo y la preocupación, podéis sentiros tentados de tomar atajos morales en lo que concierne a la honestidad, la verdad y el trabajo. El progreso de la ciencia y la tecnología parece inevitable y podéis caer en la tentación de buscar las respuestas a vuestros problemas en la sociedad tecnológica.
3. La tentación del placer, el tomarlo dónde y cuando se encuentre, será fuerte y os será presentado como parte del progreso hacia una autonomía y una libertad mayores respecto de las leyes. El deseo de verse libre de las restricciones externas puede manifestarse con fuerza en el terreno sexual, puesto que se trata de un aspecto estrechamente ligado a la personalidad humana. Los modelos morales que la Iglesia y la sociedad os han propuesto durante tanto tiempo, serán presentados como desfasados y como un estorbo al desarrollo completo de vuestra personalidad. Los "mass-media", las diversiones y la literatura presentarán un modelo de vida en que frecuentemente cada hombre vive para sí mismo y en el que la afirmación sin límites del propio yo no deja lugar a la preocupación por los demás.
Oiréis a muchos deciros que vuestras prácticas religiosas están irremediablemente desfasadas, que dificultan vuestro estilo y vuestro futuro, que con todo lo que es capaz de ofreceros el progreso social y científico, podréis organizar vuestras propias vidas y que Dios no cuenta ya. Incluso muchas personas religiosas adoptarán tales actitudes inspiradas en la atmósfera circundante, sin darse cuenta del ateísmo práctico que está en sus orígenes.
Una sociedad que de este modo haya perdido sus más altos principios morales y religiosos, se convertirá en una presa fácil para la manipulación y la dominación por parte de fuerzas que, so pretexto de una mayor libertad, la esclavizarán más aún.
Sí, queridos jóvenes, no cerréis vuestros ojos a la enfermedad moral que acecha a vuestra sociedad hoy, de la cual no puede protegeros tan sólo vuestra juventud. Cuántos jóvenes han torcido sus conciencias y han sustituido la verdadera alegría de la vida por las drogas, el sexo, el alcohol, el vandalismo y la búsqueda vacía de las meras posesiones materiales.
4. Es necesario algo más; algo que podéis encontrar tan sólo en Cristo, por que El sólo es la medida y la escala que debéis utilizar para evaluar vuestra vida. En Cristo descubriréis la verdadera grandeza de vuestra propia humanidad; El os hará entender vuestra propia dignidad como seres humanos "creados a imagen y semejanza de Dios" (Gén 1, 26). Jesús tiene las respuestas a vuestras preguntas y la clave de la historia; tiene el poder de elevar los corazones. El sigue llamándoos, El sigue invitándoos, El, que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6). Sí, Cristo os llama, pero El os llama de verdad Su llamada es exigente, porque os invita a dejaros "capturar" completamente por El, de modo que veréis toda vuestra vida bajo una luz nueva. El es el Hijo de Dios, que os revela el rostro amoroso del Padre. El es el Maestro, el único maestro cuya doctrina no pasará, el único que enseña con autoridad. El es el amigo que dice a sus discípulos "Ya no os llamo siervos... sino que os he llamado amigos" (Jn 15, 15), y demuestra su amistad entregando su vida por vosotros.
Su llamada es exigente porque nos enseña lo que significa ser verdaderamente humanos. Sin atender a la llamada de Jesús, no os será posible comprender la plenitud de vuestra propia humanidad. Debéis construir sobre el cimiento que es Cristo (cf. 1 Cor 3, 11); solamente con El vuestra vida valdrá la pena y tendrá un sentido pleno.
Venís de familias católicas; regularmente os encontráis con Cristo en la Sagrada Eucaristía los domingos o incluso durante la semana. Muchos de vosotros rezáis con vuestras familias todos los días, y espero que continuéis haciéndolo durante vuestra vida futura. Pero con todo puede ocurrir que os acose la tentación de alejaros de Cristo. Esto puede acaecer sobre todo cuando veáis la contradicción que existe en la vida de muchos de vuestros compañeros entre la fe que profesan y su modo de vivir. Pero quiero insistir y exhortaros a que siempre estéis atentos a la llamada de Cristo, porque sólo El puede enseñaros el verdadero significado de la vida y de todas las realidades temporales.
5. Permitidme, en este contexto, citar aún otra frase del Evangelio, una frase que debemos recordar incluso cuando sus consecuencias son particularmente difíciles de aceptar para nosotros. Es la frase que Cristo pronunció en el sermón del monte: "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen" (Lc 6, 27). Ya habréis intuido que, también a través de mi referencia a estas palabras del Salvador, tengo en la mente los dolorosos acontecimientos que a lo largo de diez años han venido sucediéndose en Irlanda del Norte. Estoy seguro de que todos los jóvenes están viviendo estos acontecimientos muy profundamente y muy dolorosamente, porque están abriendo profundos surcos en vuestros corazones jóvenes. Estos acontecimientos, siendo dolorosos, como son, deben ser también un estímulo para reflexionar. Requieren que vosotros os forméis un juicio interior de conciencia sobre cuál es vuestra postura en este asunto como jóvenes católicos.
Vosotros habéis oído las palabras de Jesús: "Amad a vuestros enemigos". El mandato de Jesús no significa que no estemos unidos por el amor a nuestra patria natal; no significa que podamos permanecer indiferentes ante la injusticia en sus diversos aspectos históricos y temporales. Sólo estas palabras de Jesús eliminan el odio. Os pido que reflexionéis profundamente: ¿Qué sería la vida humana si Jesús no hubiera pronunciado nunca tales palabras? ¿Qué sería del mundo si en nuestras relaciones mutuas diésemos primacía al odio entre las personas, entre las clases o entre las naciones? ¿Cuál sería el futuro de la humanidad si basásemos el destino de los individuos y de las naciones en este odio?
A veces, podemos tener la impresión de que ante los sucesos históricos y ante las situaciones concretas, el amor ha perdido su poder, y de que es imposible practicarlo. Y sin embargo, a la larga, el amor vence siempre, el amor no es vencido nunca. Si esto no fuera así la humanidad estaría condenada a la destrucción.
6. Queridos jóvenes, éste es el mensaje que yo os entrego hoy, pidiéndoos que lo llevéis con vosotros y lo compartáis en casa con vuestra familia, y en la escuela y el trabajo con vuestros amigos. Cuando volváis a casa, decid a vuestros padres y a todo aquel que quiera escuchar, que el Papa cree en vosotros y cuenta con vosotros. Decid que la juventud es la fuerza del Papa, que quiere compartir con ellos su esperanza en el futuro y su ánimo.
Os he entregado las palabras de mi corazón. Permitidme, pues, pediros también algo a cambio. Sabéis que desde Irlanda iré a las Naciones Unidas. La verdad que he proclamado ante vosotros es la misma que presentaré, de otro modo, ante el supremo foro de las naciones. Espero que vuestras oraciones —las oraciones de la juventud de Irlanda— me acompañen y me ayuden en esta importante misión. Cuento con vosotros porque está en juego el futuro de la vida humana en vuestra tierra, en todas las naciones y en el mundo entero. El futuro de todos los pueblos y naciones, el futuro de la misma humanidad depende de esto: de si las palabras de Jesús en el sermón del monte y el mensaje del Evangelio son escuchadas una vez más.
¡Que el Señor Jesús esté siempre con vosotros! Con su verdad que os hace libres (cf. Jn 8, 32); con su palabra que os descubre el misterio del hombre y revela al hombre su propia humanidad; con su propia humanidad, con su muerte y resurrección que os hace nuevos y fuertes.
Depositemos esta intención a los pies de María, Madre de Dios y Reina de Irlanda, ejemplo de amor generoso y dedicación al servicio de los demás.
Jóvenes de Irlanda, ¡os quiero! Jóvenes de Irlanda, ¡os bendigo! Os bendigo en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
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