VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
MISA EN LA CATEDRAL DE SAN MATEO
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
Washington
Sábado 6 de octubre de 1979
María nos dice hoy: "He aquí a la sierva del Señor: hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).
Y con estas palabras expresa lo que fue la actitud fundamental de su vida: la fe. María creyó. Confió en las promesas de Dios y fue fiel a su voluntad. Cuando el ángel Gabriel le anunció que había sido elegida para ser Madre del Altísimo, pronunció su "Fiat" humildemente y con libertad plena: "Hágase en mí según tu palabra".
Quizá la mejor descripción de María y, al mismo tiempo, el mayor homenaje. fue el saludo de su prima Isabel: "Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor" (Lc 1, 45). Pues fue esta continua confianza en la Providencia de Dios lo que más caracterizó su fe.
Toda su vida terrena fue una "peregrinación de fe" (cf. Lumen gentium, 58). Porque caminó como nosotros entre sombras y esperó en lo invisible. Conoció las mismas contradicciones de nuestra vida terrena. Se le prometió que a su Hijo se le daría el trono de David, pero cuando nació no hubo lugar para El ni en el mesón. Y María siguió creyendo. El ángel le dijo que su Hijo sería llamado Hijo de Dios; pero lo vio calumniado, traicionado y condenado, y abandonado a morir como un ladrón en la cruz. A pesar de ello, creyó María "que se cumplirían las palabras de Dios" (Lc 1, 45), y que "nada hay imposible para Dios" (Lc 1, 37).
Esta mujer de fe, María de Nazaret, Madre de Dios, se nos ha dado por modelo en nuestra peregrinación de fe. De María aprendemos a rendirnos a la voluntad de Dios en todas las cosas. De María aprendemos a confiar también cuando parece haberse eclipsado toda esperanza. De María aprendemos a amar a Cristo, Hijo suyo e Hijo de Dios. Pues María no es sólo Madre de Dios, es Madre asimismo de la Iglesia. En cada etapa de la marcha a lo largo de la historia, la Iglesia ha recibido bienes de la oración y protección de la Virgen María. La Sagrada Escritura y la experiencia de los fieles ven en la Madre de Dios a alguien que de modo muy especial está unido a la Iglesia en los momentos más difíciles de su historia, cuando son más amenazadores los ataques contra la Iglesia. Precisamente en los tiempos en que Cristo y, por consiguiente, su Iglesia provocan una intencional contradicción, María aparece especialmente unida a la Iglesia porque para Ella la Iglesia es siempre su amado Cristo.
Os exhorto en Cristo, por tanto, a seguir mirando a María como modelo de la Iglesia, el ejemplo mejor de cómo ser discípulos de Cristo. Aprended de Ella a ser fieles siempre, a confiar en que la Palabra que Dios os da será cumplida, y que nada es imposible para Dios. Dirigíos con frecuencia a María en vuestras oraciones, porque "jamás se oyó decir que ninguno de los que han acudido a su protección, implorado su socorro y pedido su intercesión haya sido desamparado de Ella".
Como gran señal aparecida en el cielo, María nos guía y sostiene en nuestro camino peregrinante, nos apremia hacia "la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe" (1 Jn 5, 4).
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