SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
Basílica de Santa María la Mayor
Sábado 8 de diciembre de 1979
1. "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual... En El nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El" (Ef 1, 3-4).
En estas palabras de la Carta a los Efesios delinea San Pablo la imagen del Adviento. Y se trata de ese Adviento eterno, cuyo comienzo se encuentra en Dios mismo "antes de la creación del mundo", porque ya la "creación del mundo" fue el primer paso de la venida de Dios al hombre, el primer acto del Adviento. Todo el mundo visible, efectivamente, fue creado para el hombre, como atestigua el libro del Génesis. El comienzo del Adviento en Dios es su eterno proyecto de creación del mundo y del hombre, proyecto nacido del amor. Este amor se manifiesta con la eterna elección del hombre en Cristo. Verbo Encarnado.
"En El nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El".
En este Adviento eterno está presente María. Entre todos los hombres que el Padre ha elegido en Cristo, Ella lo ha sido de modo especial y excepcional, porque fue elegida en Cristo para ser Madre de Cristo. Y así Ella, mejor que cualquier otro entre los hombres "predestinados por el Padre" a la dignidad de sus hijos e hijas adoptivos, ha sido predestinada de modo especialísimo "para alabanza y gloria de su gracia", que el Padre `"nos ha dado" en El, su Hijo querido (cf. Ef 1, 6).
La gloria sublime de su gracia especialísima debía ser la Maternidad del Verbo Eterno. En consideración a esta Maternidad, Ella obtuvo en Cristo también la gracia de la Inmaculada Concepción. De este modo María se inserta en ese primer Adviento de la Palabra, que predispuso el Amor del Padre para la creación y para el hombre.
2. El segundo Adviento tiene carácter histórico. Se realiza en el tiempo entre la caída del primer hombre y la venida del Redentor. La liturgia de hoy nos cuenta también este Adviento, y muestra cómo María está inserta en él desde sus comienzos. Efectivamente, cuando se manifestó el primer pecado, con la inesperada vergüenza de los progenitores, entonces también Dios reveló por vez primera al Redentor del mundo, preanunciando también a su Madre. Esto sucedió mediante las palabras, en las que la tradición ve el "Proto-Evangelio", esto es, como el embrión y el preanuncio del Evangelio mismo, de la Buena Nueva.
He aquí las palabras: "Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo; Este te aplastará la cabeza, y tú le morderás a él el calcañal" (Gén 3, 15).
Son palabras misteriosas. Sin embargo, con su carácter arcaico, revelan el futuro de la humanidad y de la Iglesia. Este futuro se ve en la perspectiva de una lucha entre el espíritu de las tinieblas, el que "es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44), y el Hijo de la Mujer que debe venir a los hombres como "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6).
De este modo, María está presente en ese segundo Adviento histórico desde el comienzo. Nos es prometida junto con su Hijo, Redentor del mundo. Y también es esperada con El. El Mesías-Emmanuel ("Dios con nosotros") es esperado como Hijo de la Mujer, Hijo de la Inmaculada.
3. La venida de Cristo constituye no sólo el cumplimiento del segundo Adviento, sino al mismo tiempo también la revelación del tercero y definitivo Adviento. Ella escucha de la boca del ángel Gabriel, a quien Dios envía a María de Nazaret, las siguientes palabras:
"Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo... y reinará en la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin" (Lc 1, 31-35).
María es el comienzo del tercer Adviento, porque por Ella viene al mundo el que realizará esa elección eterna que hemos leído en la Carta a los Efesios. Al realizarla, hará de ella el hecho culminante de la historia de la humanidad. Le dará la forma concreta del Evangelio, de la Eucaristía, de la Palabra y de los Sacramentos. Así esa elección eterna penetrará la vida de las almas humanas y la vida de esta comunidad particular que se llama Iglesia.
La historia de la familia humana y la historia de cada uno de los hombres madurarán según la medida de los hijos y de las hijas de adopción por obra de Jesucristo. “En El en quien hemos sido heredados por la predestinación, según el propósito de aquel que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad" (Ef 1, 11).
María es el comienzo de este tercer Adviento y permanece continuamente en él siempre presente (como lo ha expresado maravillosamente el Concilio Vaticano II en el capítulo VIII de la Constitución sobre la Iglesia Lumen gentium). Como el segundo Adviento nos acerca a Aquella cuyo Hijo debía "aplastar la cabeza de la serpiente", así el tercer Adviento no nos aleja de Ella, sino que nos permite permanecer continuamente en su presencia, acercarnos a Ella. Ese Adviento es sólo la espera del cumplimiento definitivo de los tiempos, y es a la vez el tiempo de la lucha y de los contrastes, continuando la originaria previsión: "pondré enemistades entre ti y la Mujer"... (Gén 3, 15).
La diferencia está en el hecho de que ya conocemos a la Mujer por su nombre. Es la Inmaculada Concepción. Es conocida por su virginidad y por su maternidad. Es la Madre de Cristo y de la Iglesia, Madre de Dios y de los hombres: María de nuestro Adviento.
4. Durante la reunión con los cardenales que tuvo lugar a comienzos del pasado noviembre, se manifestó el deseo de confiar a la Madre de Dios el Sacro Colegio y toda la Iglesia, poniéndolos bajo su protección.
Muy gustosamente acojo y sigo el deseo manifestado, interpretando los sentimientos comunes. Yo mismo siento una necesidad profunda de obedecer a la invitación implícita ya desde el principio en el Proto-Evangelio mismo: "Pondré enemistades entre ti y la Mujer". ¿Acaso no somos testigos en nuestra difícil época de esa "enemistad"? ¿Qué otra cosa podemos hacer, qué otra cosa desear sino todo lo que nos une aún más a Cristo, al Hijo de la Mujer?
La Inmaculada es la Madre del Hijo del Hombre. ¡Oh Madre de nuestro Adviento, quédate con nosotros y haz que El permanezca con nosotros en este difícil Adviento de las luchas por la verdad y por la esperanza, por la justicia y por la paz: El solo, el Emmanuel!
Saludo y bendición desde el balcón central de la fachada de la basílica
Carísimos, hemos celebrado y festejado nuestro amor hacia la Virgen Inmaculada y nos sentimos todos felices. Quiero darás las gracias en este día y confiaros al Corazón Inmaculado de María. Esta es la conclusión de una jornada tan solemne que tradicionalmente se desarrolla en esta basílica de Santa María la Mayor, donde todos celebran a la Virgen Salus Populi Romani; que Ella sea siempre la salud de este pueblo. Me encomiendo a vuestras oraciones. ¡Alabado sea Jesucristo!
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