CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN ACRA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Plaza de la Independencia
Jueves 8 de mayo de 1980
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
1. Hace poco menos de diez años, tuvo lugar aquí, en Acra, el primer encuentro panafricano y malgache de laicos. Aunque no estuve presente, tuve la oportunidad entonces de seguir con particular atención, interés y admiración los momentos más importantes de aquel histórico acontecimiento, como arzobispo de Cracovia y, a la vez, como consultor del Consejo para los Laicos. En efecto, los seglares, hombres y mujeres, que vinieron desde treinta y seis países africanos, estaban diciendo al unísono: "¡Presente!". Estaban diciendo al mundo: "¡Estamos presentes en la comunión de los fieles; estamos presentes en la misión de la Iglesia de Cristo en África!".
2. Diez años más tarde. Dios me ha concedido la oportunidad de venir a Acra, de estar con vosotros hoy, de celebrar la Eucaristía junto con vosotros, de hablaros y, a través de vosotros, dirigir un mensaje a todos los laicos católicos de África. Hoy es el Sucesor de Pedro, el Papa Juan Pablo II, quien dice "¡Presente!". Sí, estoy presente con los seglares de África; vengo como vuestro padre y como Pastor de la Iglesia universal. ¡Estoy aquí como vuestro hermano en la fe! Como un hermano en Cristo quiero deciros cuán cercano estoy de vosotros en la caridad infinita del Señor crucificado y resucitado, y cuánto os amo, ¡cuánto amo a los seglares de África!
Como vuestro Pastor, quiero confirmaros en vuestros esfuerzos por permanecer fieles al Evangelio, y en vuestra misión de llevar a los otros la Buena Nueva de nuestra salvación. Quiero exhortaros a vosotros, los laicos, a renovar la fuerza de vuestro compromiso cristiano a través de la Eucaristía, a reavivar la alegría de ser miembros del Cuerpo de Cristo, a dedicaros una vez más, como cristianos en África, a promover el verdadero e íntegro desarrollo de este gran continente. Junto con vosotros quiero dar gracias al Padre celestial, recordando "la obra de vuestra fe, el trabajo de vuestra caridad y la perseverante esperanza en nuestro Señor Jesucristo" (1 Tes 1, 3).
3. Hermanos y hermanas en Cristo: Deseo dirigir mis palabras, mis saludos y mi bendición a los laicos católicos de cada uno de los países africanos. Quiero llegar a ellos más allá de las barreras de la lengua, la geografía y el origen étnico, y confiar a cada uno de vosotros sin distinción a Cristo el Señor. Por eso os pido a cada uno de vosotros que oís mi mensaje de fraterna solidaridad e instrucción pastoral, que lo comuniquéis. Os pido que hagáis pasar mi mensaje de pueblo en pueblo y de casa en casa. Decid a vuestros hermanos y hermanas en la fe que el Papa os ama a todos y os abraza en la paz de Cristo.
4. Este vasto continente de África ha sido dotado por el Creador con muchísimas recursos naturales. En nuestros días hemos podido observar cómo el desarrollo y el uso de estos recursos han servido sobremanera para hacer avanzar el progreso material y social de cada uno de vuestros países. Dando gracias a Dios por los beneficios de este progreso no debemos olvidar, no podemos atrevernos a olvidar, que el mayor recurso y el mayor tesoro que se os ha confiado, a vosotros como a cualquiera, es el don de la fe, el tremendo privilegio de conocer a Cristo Jesús como Señor.
Vosotros que sois laicos en la Iglesia y que poseéis la fe, el mayor de todos los recursos, vosotros poseéis una oportunidad única, una responsabilidad crucial. A través de vuestras vidas, en medio de vuestras actividades cotidianas en el mundo, mostráis el poder que tiene la fe para transformar el mundo y para renovar la familia de los hombres. Aunque vuestra función como laicos es oculta y desconocida, como la levadura o la sal de la tierra de que habla el Evangelio, sin embargo es indispensable para la Iglesia en el cumplimiento de su misión recibida de Cristo. Claramente enseñaron esto los padres del Concilio Vaticano II cuando afirmaron: "La Iglesia no está verdaderamente formada, no vive plenamenteā no es señal perfecta de Cristo entre los hombres, en tanto no exista y trabaje con la jerarquía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar profundamente en las conciencias, en la vida y en el trabajo de un pueblo sin la presencia activa de los seglares" (Ad gentes, 21).
5. El papel de los seglares en la misión de la Iglesia abarca dos aspectos: en unión con sus Pastores y asistidos por su orientación, edificáis la comunión de los fieles; en segundo lugar, como ciudadanos responsables impregnáis la sociedad en que vivís con la levadura del Evangelio, en sus dimensiones económicas, sociales, políticas, culturales e intelectuales. Cuando realizáis fielmente estas dos funciones, como ciudadanos de la ciudad terrena y del Reino celestial, entonces se cumplen las palabras de Cristo: "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 13-14).
6. Hoy nuestros hermanos y hermanas reciben una nueva vida por el agua y el Espíritu Santo (cf. Jn 3, 3 ss.). Por el bautismo son incorporados a la Iglesia y renacen como hijos de Dios. Reciben la mayor dignidad que le cabe a una persona. Como dijo San Pedro, se convierten en "linaje escogido, sacerdocio regio, gente santa, pueblo adquirido para pregonar las excelencias de Dios" (1 Pe 2, 9). En el sacramento de la confirmación son incorporados más íntimamente a la Iglesia y dotados por el Espíritu Santo con una fortaleza especial (cf. Lumen gentium, 11). Por medio de estos dos grandes sacramentos Cristo convoca a su pueblo, Cristo convoca a cada uno de los seglares a tomar parte en la responsabilidad de construir la comunión de los fieles.
Como miembros laicos, estáis llamados a tomar parte activa en la vida sacramental y litúrgica de la Iglesia, de un modo especial en el Sacrificio eucarístico. Al mismo tiempo estáis llamados a difundir activamente el Evangelio con la práctica de la caridad y con la colaboración en los esfuerzos catequéticos y misioneros, según los dones que cada uno de vosotros haya recibido (cf. 1 Cor 12, 4 ss.). En toda comunidad cristiana, sea en la "Iglesia doméstica", constituida por la familia, o en la parroquia, colaborando con el sacerdote, o en la diócesis, unidos en torno al obispo, los laicos procuran, como los seguidores de Cristo en el siglo primero, permanecer fieles a las enseñanzas de los Apóstoles, fieles al servicio fraterno, fieles a la oración y a la celebración de la Eucaristía (cf. Act 2, 42).
7. Vuestra vocación cristiana no os aparta de ninguno de vuestros hermanos o hermanas. No os dificulta vuestro compromiso en los asuntos civiles ni os exime de vuestras responsabilidades como ciudadanos. No os separa de la sociedad ni os releva de las dificultades cotidianas de la vida. Más bien vuestro compromiso continuo en las actividades y profesiones seculares, verdaderamente forma parte de vuestra vocación. Pues vosotros estáis llamados a hacer presente y fructífera la Iglesia en las circunstancias ordinarias de la vida: en la vida matrimonial y familiar, en las condiciones diarias de ganaros la vida, en las responsabilidades políticas y cívicas, y en los proyectos culturales, científicos y educativos. Ninguna actividad humana es extraña al Evangelio. Dios quiso toda la creación para ordenarla a su Reino, y Dios ha confiado esta tarea de un modo especial a los laicos.
8. Los laicos de la Iglesia que está en África poseen la misión crucial de abordar los urgentes problemas y desafíos con que se enfrenta este vasto continente. Como seglares cristianos, la Iglesia espera de vosotros que ayudéis a configurar el futuro de cada uno de vuestros países, que contribuyáis a su desarrollo en cada esfera particular. La Iglesia os pide que llevéis la influencia del Evangelio y la presencia de Cristo al interior de cada una de las actividades humanas y que tratéis de construir una sociedad en que la dignidad de cada persona sea respetada y en la que la igualdad, la justicia y la libertad sean defendidas y promovidas.
9. También quisiera resaltar hoy la necesidad de continuar la instrucción y la catequesis de los laicos. Pues sólo una formación espiritual y doctrinal sería en vuestra identidad cristiana, junto con una preparación cívica y humana adecuada en las actividades seculares, puede hacer posible esta contribución tan deseada de los seglares al futuro de África. En este sentido recordamos la exhortación de San Pablo: "..os rogamos y amonestamos en el Señor Jesús que andéis según lo que de nosotros habéis recibido acerca del modo en que habéis de andar y agradar a Dios, como andáis ya, para adelantar cada vez más" (1 Tes 4, 1). Para alcanzar este objetivo es necesario un gran conocimiento del misterio de Cristo. Es necesario que los laicos penetren en este misterio de Cristo y que sean formados en la Palabra de Dios, que conduce hacia la salvación. El Espíritu Santo impulsa a la Iglesia a seguir este sendero con amorosa tenacidad y perseverancia. Por tanto, quiero apoyar las valiosas iniciativas que, a todos los niveles, han sido ya emprendidas en este campo. Que estos esfuerzos continúen y que los laicos se preparen cada vez mejor para su misión, para que con la santidad de vida se enfrenten con las diferentes necesidades que tienen delante, para que toda la Iglesia que está en África comunique a Cristo de un modo cada vez más efectivo.
10. Hermanos y hermanas míos: La segunda lectura nos ha recordado hoy que Jesucristo "es la piedra viva..." (1 Pe 2; 4). Jesucristo es Aquel en quien está fundado el futuro del mundo, Aquel de quien depende el futuro de cada hombre o mujer. En todo lugar hemos de fijarnos en El. En todo tiempo hemos de construir sobre El. Por eso os repito a vosotros lo que dije al mundo el día de Pascua de este año: "No rechacéis a Cristo, vosotros que construís el mundo humano. No lo rechacéis vosotros, los que, de cualquier manera y en cualquier sector, construís el mundo de hoy y el de mañana: el inundo de la cultura y de la civilización, el mundo de la economía y de la política, el mundo de la ciencia y de la información. Vosotros que construís el mundo de la paz... No rechacéis a Cristo: ¡El es la piedra angular!".
11. Con las palabras del Apóstol Pedro, os invito a "¡allegaros a él, para que también vosotros... como piedras vivas, seáis edificados como casa espiritual!" (1 Pe 2, 4 s.), construyendo la Iglesia en África, haciendo avanzar el Reino de Dios en la tierra.
Con este espíritu rezamos a nuestro Padre celestial:. "Venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo". Amén.
Queridos hermanos y hermanas de Togo y de Benín:
Gracias por haber venido en un número tan grande y por haber caminado tanto para encontraros con el Vicario de Cristo. A vosotros os invito también a permanecer firmes en la fe, y muy unidos entre vosotros. El Señor es fiel; El no os abandonará si le entregáis vuestra confianza. El os hará fuertes para que deis testimonio de vuestra fe no sólo en la Iglesia, sino en las acciones de vuestra vida cotidiana, en las que hay que elegir incesantemente vivir según la verdad, según la pureza y según la caridad del Evangelio. Continuad instruyéndoos en las verdades de la fe. Y acercaos con alegría a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía con el pensamiento de que es el Señor quien os perdona, quien os alimenta y quien os da su gracia. Este es el signo visible de su presencia invisible. Como decía Jesús resucitado: "Paz a vosotros". "No tengáis miedo". Que el Señor os bendiga.
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