SANTA MISA DEL "CORPUS CHRISTI"
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Atrio de la Basílica de San Juan de Letrán
Jueves 10 de junio de 1982
1. «Después de cantar el Salmo, salieron para el monte de los Olivos» (Mc 14, 261.
Con esta frase termina la lectura de hoy del Evangelio de San Marcos. Contiene la descripción de la última Cena, en primer lugar los preparativos y luego la institución de la Eucaristía.
«Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron» (Mc 14, 22-23).
Todo se desenvuelve en grandísimo recogimiento y silencio. En el Sacramento que instituye Jesús en la última Cena, se da a Sí mismo a los discípulos, da su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino. Realiza lo que había anunciado un día junto a Cafarnaúm y que entonces había provocado la defección de muchos. Tan difíciles de aceptar eran las palabras «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que come de este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 51).
Hoy lo realiza. Y los Apóstoles reciben, comen el pan-Cuerpo y beben el vino-Sangre.
Sobre el cáliz Jesús dice: «Esta es mi sangre, sangre de la Alianza derramada por todos» (Mc 14, 24).
Reciben el Cuerpo y la Sangre como el alimento y bebida de esta última Cena. Y pasan a participar de la Alianza, de la Alianza nueva y eterna que se concluye mediante este Cuerpo entregado a la muerte en la cruz y la Sangre derramada durante la pasión.
Cristo añade todavía: «Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios» (Mc 14, 251.
Por tanto esta es verbalmente la última Cena.
El reino de Dios, reino del tiempo futuro, comenzó en la Eucaristía y, a partir de Ella, se desarrollará hasta el fin del mundo.
2. Cuando salen los Apóstoles hacia el monte de los Olivos después de la última Cena, todos llevan en sí este gran misterio verificado en el Cenáculo.
Les acompaña Cristo: el Cristo vivo en la tierra. Y al mismo tiempo ellos llevan en sí a Cristo, a Cristo Eucaristía.
Son los primeros de aquellos que más tarde serán llamados «christoforoi» (Theo-foroi).
Precisamente así se llamaba a los que participaban en la Eucaristía. Salían de la participación en este Sacramento llevando en sí al Dios encarnado. Con El en el corazón iban hacia los hombres, hacia la vida diaria.
La Eucaristía es el Sacramento de la ocultación más profunda de Dios: se esconde bajo las especies de la comida y la bebida, y así se esconde en el hombre. Y al mismo tiempo y por este hecho de la ocultación en el hombre, la misma Eucaristía es el Sacramento de una particular salida al mundo y entrada entre los hombres y entre todo cuanto constituye la vida diaria.
Esta es la génesis de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
Sabemos que esta fiesta surgió en su forma histórica en el siglo XIII y se desarrolló profusamente en las comunidades católicas de todo el mundo. Sin embargo, puede verse ya el comienzo de esta fiesta en aquella primera «procesión» formada por los Apóstoles que salieron del Cenáculo hacia el monte de los Olivos, rodeando a Cristo y llevándolo al mismo tiempo en su corazón como Eucaristía.
Hoy corroboramos nosotros la misma tradición antigua. Celebramos la Eucaristía sobre el altar, la acogemos en nuestro corazón para llevarla como «Christo-foroi» por las calles de Roma en procesión hacia cuanto nos rodea, a fin de testimoniar la Alianza Nueva y Antigua ante todo y ante todos.
3. «¿Qué podré yo dar a Yavé / por todos los beneficios que me ha hecho? / Levantaré el cáliz de la salvación / e invocaré el nombre de Yavé (Sal 115 (116), 12, 13). Son palabras del Salmista. Deseamos poner en práctica lo que expresan. Deseamos todos nosotros que llevamos a Cristo en nuestro corazón, incluso diariamente a lo mejor, nosotros todos: «Christo-foroi» deseamos pagar al Señor todo cuanto nos ha hecho y nos hace siempre a cada uno y a todos.
Deseamos alzar el cáliz de la salvación, el cáliz de la Eucaristía, e invocar públicamente el nombre del Señor ante todos los hombres, ante toda la ciudad y ante el mundo.
¿Acaso no se cumplen en esta ciudad de Roma precisamente de manera particularmente textual, las palabras siguientes del Salmo «es cosa preciosa a los ojos de Yavé / la muerte de sus piadosos» (Sal 115 (116), 15)?
La Roma de los apóstoles, de los mártires y de los santos rinde honor a la Eucaristía que se ha hecho para todos el Pan de la vida y la Sangre de la libertad espiritual:
«Yo soy tu siervo, hijo de tu esclava, rompiste mis cadenas» (Sal 115 (116), 16).
Así dice de sí el Salmista. Y así piensa cada «Christo-foros», sabedor de que por la Penitencia y la Eucaristía el camino lleva desde el pecado y la esclavitud del diablo y del mundo a la libertad en el Espíritu.
Caminando en la procesión del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, deseamos dar testimonio de esto a la Urbe y al mundo. Es ésta nuestra liturgia de alabanza y acción de gracias que no podemos omitir ante Dios y los hombres.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza, / invocando tu nombre, Señor. / Cumpliré al Señor mis votos, / en presencia de todo el pueblo» (Sal 115 (116), 17-18).
¡Cristo!, ¡Dios escondido! ¡Acoge este nuestro sacrificio de alabanza! ¡Acoge la acción de gracias y el gozo de este pueblo que al cabo de tantos siglos y generaciones lleva en su corazón el misterio de la Alianza Nueva y Eterna!
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