CELEBRACIÓN DE LA PALABRA CON LAS RELIGIOSAS
Y LOS MIEMBROS DE INSTITUTOS SECULARES
HOMILÍA DE JUAN PABLO II
Madrid, 8 de noviembre de 1982
Queridas hermanas,
religiosas y miembros de institutos seculares:
1. Doy gracias a la Divina Providencia que me procura esta ocasión de encontrarme con vosotras, consagradas españolas, en vuestra misma patria; y precisamente en medio de estas celebraciones del IV centenario de la gran Santa Teresa, en quien la Iglesia reconoce no solamente la religiosa incomparable, sino también uno de sus más eximios doctores.
Aunque os hablo hoy por vez primera en territorio español, no es la primera vez que el Papa encuentra a consagradas españolas. Lo he hecho frecuentemente en Roma y en mis viajes apostólicos a través del mundo, en tantos lugares donde oráis y trabajáis con generosidad y eficacia. Os agradezco de corazón vuestro empeño misionero y espero que, siendo fieles a vuestra tradición de fe, España siga siendo lugar privilegiado de vocaciones, por su abundancia y calidad.
2. Quiero ante todo manifestaros mi aprecio y afecto por lo que sois y por lo que significáis en vuestro país y en la Iglesia entera. Conservad en vuestro corazón un amor inquebrantable a vuestra hermosa vocación, la voluntad de responder sin vacilar, cada día, a esa vocación, y de conformaros cada vez más perfectamente con vuestro Modelo y Señor, Jesucristo. Tened siempre presente vuestra responsabilidad frente a la vida cristiana de vuestros conciudadanos: vuestro fervor acrecienta la vitalidad de vuestra Iglesia, mientras que, por el contrario, vuestra tibieza provocaría bien pronto en el pueblo cristiano un proceso de decadencia.
3. Deseo, en primer lugar, dirigirme a las religiosas contemplativas, cuyas comunidades son tan numerosas y vivas en la tierra de Santa Teresa. Casi una tercera parte de los monasterios contemplativos del mundo están en vuestro país. Se puede afirmar que el ardor de la Santa Reformadora del Carmelo, su amor a Dios y a la Iglesia, se manifiestan aún en su Patria donde, más que en otros lugares, las religiosas contemplativas realizan la expresión más alta de la vida consagrada.
Ellas son en verdad para las demás religiosas la estrella que marca sin cesar la ruta; su vida de oración, su holocausto cotidiano son apoyo potente para la labor apostólica de las demás religiosas, como lo son para la Iglesia visible, que sabe poder contar con su intercesión poderosa ante el Señor.
4. A vosotras, religiosas dedicadas al apostolado, expreso igualmente el profundo agradecimiento de la Iglesia por vuestra labor apostólica: el cuidado incansable de los enfermos y necesitados en hospitales, clínicas y residencias o en sus mismas casas; la actividad educativa en escuelas y colegios; las obras asistenciales que completan la obra pastoral de los sacerdotes; la catequesis y tantos otros medios, a través de los cuales dais realmente testimonio de la caridad de Cristo. Estad seguras de que esas actividades no sólo conservan su actualidad, sino que, debidamente adaptadas, demuestran ser, cada vez más, medios privilegiados de evangelización, de testimonio y de promoción humana auténtica (cf. Religiosos y promoción humana, 5).
No os desaniméis, pues, ante las dificultades. Procurad en vuestro empeño responder cada vez mejor a las exigencias de los tiempos; que vuestra aportación brote armónicamente de la misma finalidad de vuestros institutos y que vaya marcada con el sello distintivo de la obediencia, de la pobreza y de la castidad religiosa.
No permitáis que disminuya vuestra generosidad, cuando se trate de responder a las llamadas apremiantes de los países que esperan misioneras; estad seguras de que el Señor os recompensará con nuevas vocaciones.
5. Al entregaros generosamente a vuestras tareas, no olvidéis nunca que vuestra primera obligación es permanecer con Cristo. Es preciso que sepáis siempre encontrar tiempo para acercaros a El en la oración; sólo así podréis luego llevarle a aquellos con quienes os encontréis.
La vida interior sigue siendo el alma de todo apostolado. Es el espíritu de oración el que guía hacia la donación de sí mismo; de ahí que sería un grave error oponer oración y apostolado. Quienes, como vosotras, han aprendido en la escuela de Santa Teresa de Jesús, pueden comprender fácilmente, sabiendo que cualquier actividad apostólica que no se funda en la oración, está condenada a la esterilidad.
Es necesario, por tanto, que sepáis siempre reservar a la oración personal y comunitaria espacios diarios y semanales suficientemente amplios. Que vuestras comunidades tengan como centro la Eucaristía y que vuestra participación diaria en el Sacrificio de la Misa, así como vuestro orar en presencia de Jesús Sacramentado, sean expresión evidente de que habéis comprendido qué es lo único necesario (cf. Lc 10, 42).
6. Deseo recordaros también un elemento muy importante de vuestra vida religiosa y apostólica: me refiero a la vida fraterna en comunidad.
Al hablar de los primeros cristianos, la Sagrada Escritura pone de relieve que “teniendo todos ellos un solo corazón y una sola alma”, esa misma caridad fraterna les llevaba a poner sus bienes en común, renunciando a considerar cosa alguna como propia (cf. Hch 4, 32). Sabéis perfectamente que esta y no otra es la definición exacta de vuestra pobreza religiosa, que constituye la base de vuestra vida fraterna en comunidad.
Vuestra opción por la castidad perfecta y vuestra obediencia religiosa han venido a completar vuestra donación de amor, y a convertir vuestra vida comunitaria en una realidad teocéntrica y cultual; así toda vuestra vida queda consagrada y resulta un testimonio vivo del Evangelio. La Iglesia y el mundo necesitan poder ver el Evangelio vivo en vosotras.
Cultivad, pues, en vuestras casas una vida verdaderamente fraterna, edificada sobre la caridad mutua, la humildad y la solicitud por las demás hermanas. Amad vuestra vida de familia y los diversos encuentros que constituyen la trama de vuestra vida diaria. Podéis estar seguras de que esa vida de comunidad, vivida en caridad y abnegación, es la mejor ayuda que podéis prestaros mutuamente y el mejor antídoto contra las tentaciones que insidian vuestra vocación.
Además de vuestra vida en común, vuestro modo de comportaros y aun vuestro modo de vestir —que os distinga siempre como religiosas— son en medio del mundo una predicación constante e inteligente, aun sin palabras, del mensaje evangélico; os convierten no en meros signos de los tiempos, sino en signos de vida eterna en el mundo de hoy. Procurad, por lo mismo, que cuando las necesidades del apostolado o la naturaleza de determinadas obras os exijan formar pequeños grupos, permanezca siempre en ellos la realidad de la vida fraterna en común, fundada en el Evangelio, edificada sobre los tres votos religiosos y no sobre ideologías mudables o aspiraciones personales.
7. Finalmente, recordad que la comunidad religiosa está insertada en la Iglesia y que no tiene sentido sino en la Iglesia, participando de su misión salvadora en fidelidad filial a su Magisterio. Vuestro carisma habéis de entenderlo a la luz del Evangelio, de vuestra propia historia y del Magisterio de la Iglesia. Y cuando se trate de comunicar a los otros vuestro mensaje procurad transmitir siempre las certidumbres de la fe y no ideologías humanas que pasan.
8. He mencionado antes las múltiples tareas que lleváis a cabo en servicio de la Iglesia y por amor a vuestros hermanos, los hombres: hospitales, labores de asistencia o de enseñanza, etc. Desearía daros una palabra específica de aliento e impulso, pues todos los servicios que realizáis son necesarios, y debéis continuar haciéndolos.
Por la especial importancia que en el momento presente tiene en España, quiero dirigirme ahora, con una referencia particular, a tantas de vosotras que tenéis como misión especial la enseñanza de la juventud en el ámbito escolar. Hermosa y exigente tarea, delicada y apasionante a la vez, que implica una grave responsabilidad. Continuad poniendo todos los medios para realizarla con gran espíritu de entrega. Hacéis algo muy grato a los ojos de Dios, y por lo que merecéis también el aplauso de los hombres, aunque vosotras no busquéis ese reconocimiento humano.
Os aliento de todo corazón y os recuerdo la necesidad de que estimuléis a los hombres y mujeres del mañana a apreciar con recta conciencia los valores morales, prestándoles su adhesión personal; y que los incitéis a conocer y amar a Dios cada día más (cf. Gravissimum Educationis, 1). Enseñadles a observar cuanto el Señor ha mandado y, a través de vuestras palabras y de vuestro comportamiento irreprochable, llevadlos a la plenitud de Cristo (cf. Ef 4, 13).
Impartid la doctrina íntegra, sólida y segura; utilizad textos que presenten con fidelidad el Magisterio de la Iglesia. Los jóvenes tienen derecho a no ser inquietados por hipótesis o tomas de posición aventuradas, ya que aún no tienen la capacidad de juzgar (cf. Paolo VI, A los obispos de la Francia centro-oriental en visita «ad limina Apostolorum», 20 de junio de 1977; Juan Pablo II, Discurso en la Universidad Pontificia Salesiana, 31 de enero de 1981)
Estad seguras de que si actuáis con entera fidelidad a la Iglesia, Dios bendecirá vuestra vida con una generosa floración de vocaciones. Esforzaos por ser buenas educadoras y recordad que quienes, a lo largo de los siglos, más han enseñado a los otros han sido los santos. Por ello, vuestro primer deber apostólico como maestras, educadoras y religiosas es vuestra propia santificación.
9. Unas palabras de particular saludo y aprecio a vosotras, consagradas de institutos seculares, que habéis asumido los compromisos de la vida de consagración reconocidos por la Iglesia, en forma peculiar, diversa de la que caracteriza a las religiosas.
Los institutos seculares constituyen ya en España una realidad muy significativa. La Iglesia los necesita para poder realizar un apostolado de hondo testimonio cristiano en los ambientes más diversos, “para contribuir a cambiar el mundo desde dentro, convirtiéndose en fermento vivificante” (Juan Pablo II, Discurso a los participantes en un Congreso organizado por la Conferencia mundial de Institutos Seculares, 28 de agosto de 1980).
Pido al Señor que sean muchas las que escuchen su voz y le sigan por este camino. Y os exhorto a permanecer fieles a vuestra vocación específica “caracterizada y unificada por la consagración, el apostolado y la vida secular” (Ibíd.).
10. Desde el primer momento, la Iglesia puso en su propio centro a la Madre de Jesús, alrededor y en compañía de la cual los Apóstoles perseveraron en la oración, esperaron y recibieron el Espíritu Santo. Sabed también vosotras perseverar así, unidas íntimamente a María, la Madre de Jesús y nuestra; recibiendo y transmitiendo a los hermanos el Espíritu Santo y edificando de ese modo la Iglesia. Que Ella os acompañe, consuele y aliente siempre con sus cuidados maternales. Y os anime en el camino mi afectuosa Bendición. Así sea.
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