BEATIFICACIÓN DE 22 SACERDOTES, 3 LAICOS Y
DE LA MADRE MARÍA DE JESÚS SACRAMENTADO VENEGAS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Domingo 22 de noviembre de 1992
“Con il sangue della sua croce” (Col 1, 20).
1. Nell’odierna solennità la Chiesa proclama che Cristo Re è “generato prima di ogni creatura. Egli è prima di tutte le cose e tutte sussistono in lui. Egli è... il principio. Perché piacque a Dio di fare abitare in lui ogni pienezza e per mezzo di lui riconciliare a sé tutte le cose” (Col 1, 15. 17-20).
E proprio per abbracciare questa pienezza, cioè l’universale dimensione del regno di Cristo, la Chiesa rivolge il suo sguardo alla croce.
Il regno di Cristo, infatti, si è compiuto per mezzo della croce: “Con il sangue della sua croce” (Col 1, 20).
Sulla croce di Gesù fu posta una scritta che doveva rendere noto il motivo della sua condanna a morte: “Questi è il re dei Giudei” (Lc 23, 38).
Per alcuni essa fu oggetto di scherno, ma per il buon ladrone, che aveva subito la stessa condanna, diventò fonte di speranza: “Gesù, ricordati di me quando entrerai nel tuo regno” (Lc 23, 42).
2. Così, sul Calvario, la verità relativa al regno di Cristo fu annunciata a voce alta tra i supplizi della crocifissione.
Nel nostro secolo, questa stessa verità è stata suggellata con la morte dei martiri messicani, che la Chiesa oggi eleva alla gloria degli altari: “Con il sangue della sua croce” anch’essi hanno testimoniato Cristo come Re e hanno proclamato il suo regno per l’intera loro patria, che in quel tempo era messa alla prova da una sanguinosa persecuzione.
Ecco come l’odierna Parola di Dio descrive la regalità di Cristo: “Egli è anche il capo del corpo (cioè) della Chiesa”: Egli è “il primogenito di coloro che risuscitano dai morti”; Colui che ha “il primato su tutte le cose” (Col 1, 18).
Nell’anno in cui si compiono cinque secoli dall’inizio dell’evangelizzazione dell’America, le Chiese di quel grande continente proclamano tutte insieme questa stessa verità: “Gesù Cristo è lo stesso ieri, oggi e sempre” (Hb 13, 8).
La Chiesa presente in terra messicana si unisce nell’annunziare questa medesima verità grazie alla testimonianza dei suoi martiri, che oggi abbiamo la gioia di vedere nella gloria dei beati.
3. Hoy la Iglesia contempla con inmensa alegría la singular grandeza de veintiséis de sus hijos, quienes en reconocimiento del Reinado de Cristo ofrecieron heroicamente sus vidas, expresando así que, si Dios lo es todo y todo lo hemos recibido de Él, es justo entregarse totalmente a Él, único Absoluto, fuente inagotable de vida y de paz.
Durante las duras pruebas que Dios permitió que experimentara su Iglesia en México, hace ya algunas décadas, estos mártires supieron permanecer fieles al Señor, a sus comunidades eclesiales y a la larga tradición católica del pueblo mexicano. Con fe inquebrantable reconocieron como único soberano a Jesucristo, porque con viva esperanza aguardaban un tiempo en el que volviera a la nación mexicana la unidad de sus hijos y de sus familias.
Para participar en la solemne beatificación de los nuevos mártires, estáis aquí tantos Hermanos Obispos y numerosos grupos de peregrinos mexicanos. A todos dirijo mi más afectuoso saludo y os aliento a seguir manteniendo encendida la antorcha de la fe en vuestras comunidades eclesiales, pues estos mártires son para vuestra nación una genuina expresión de ¡México, siempre fiel!
4. Veintidós de ellos eran sacerdotes diocesanos, los cuales desarrollaban una fecunda labor apostólica en sus Iglesias particulares: Guadalajara, Durango, Chilpancingo-Chilapa, Morelia y Colima. Todos, aún antes de sufrir la persecución, ya habían ofrecido a Dios y a su pueblo una vida ejemplarmente sacerdotal.
Es de notar su amor a la Eucaristía, fuente de vida interior y de toda acción pastoral, su devoción a Santa María de Guadalupe, su dedicación a la catequesis, su opción por los pobres, los alejados y los enfermos. Una entrega tan generosa y una constante inmolación diaria ya había hecho de estos sacerdotes auténticos testigos de Cristo, aún antes de recibir la gracia del martirio.
Su entrega al Señor y a la Iglesia era tan firme que, aun teniendo la posibilidad de ausentarse de sus comunidades durante el conflicto armado, decidieron, a ejemplo del Buen Pastor, permanecer entre los suyos para no privarlos de la Eucaristía, de la Palabra de Dios y del cuidado pastoral. Lejos de todos ellos encender o avivar sentimientos que enfrentaran a hermanos contra hermanos. Al contrario, en la medida de sus posibilidades procuraron ser agentes de perdón y reconciliación.
5. Junto con estos sacerdotes mártires queremos honrar, de modo especial, a tres jóvenes laicos de la Acción Católica: Manuel, Salvador y David, los cuales, unidos a su párroco Luis Batis no dudaron en reconocer —como nos dice san Pablo— que “la vida es Cristo y la muerte, una ganancia” (Flp, 1, 21), mostrando así la fiel entrega al Señor y a la Iglesia que ha caracterizado al noble pueblo mexicano.
Estos tres laicos, como otros muchos en la historia, —nos dirá el Concilio Vaticano II— fueron llamados a “dar este supremo testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores” (Lumen gentium, 42). A este respecto, es bien expresivo el testimonio de Manuel, de veintiocho años, esposo fiel y padre de tres niños pequeños, el cual antes de ser fusilado exclamó: “Yo muero, pero Dios no muere, Él cuidará de mi esposa y de mis hijos”.
6. Especial mención merece también hoy la primera mujer mexicana declarada beata, la Madre María de Jesús Sacramentado Venegas. Ella fomentó en su Instituto, las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús, una espiritualidad fuerte e intrépida, basada en la unión con Dios, en el amor y obediencia a la Iglesia. Con su ejemplo enseñó a sus hermanas religiosas —muchas de las cuales están aquí presentes para honrarla— que debían ver en los pobres, los enfermos y los ancianos, la imagen viva de Cristo. Cuando asistía a uno de ellos solía decirle: “Ten fe y todo irá bien”. De hecho, su vida es un modelo de consagración absoluta a Dios y a la humanidad doliente, que ella empezó a conocer en el Hospital del Sagrado Corazón de Jesús, de Guadalajara.
La Madre Venegas tenía también una veneración particular por los sacerdotes y seminaristas; al rezar por ellos decía: “Oh Jesús, sacerdote eterno, ten a tus siervos en tu corazón y conserva inmaculadas sus manos consagradas, bendice su trabajo”. La nueva Beata nos enseña una continua relación con Dios y una entrega abnegada hacia los hermanos a través de nuestro trabajo cotidiano en el propio ambiente.
7. La solemnidad de hoy, instituida por el Papa Pío XI precisamente cuando más arreciaba la persecución religiosa en México, penetró muy hondo en aquellas comunidades eclesiales y dio una fuerza particular a estos mártires, de manera que al morir muchos gritaban: ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe! A través de esta fiesta los católicos han podido descubrir toda la profundidad de la realeza divina, que culmina en el sacrificio de la Cruz y se manifiesta también donde impera la justicia y la misericordia, donde se favorece el perdón y la reconciliación, como único camino para la paz y la convivencia social.
Que el recuerdo de los nuevos Beatos, en el marco de las celebraciones del V Centenario de la Evangelización de América, haga que todos nosotros seamos testigos de la presencia soberana y amorosa de Jesús en medio de los hombres. Que como cristianos comprometidos aceptemos el llamado a ser apóstoles entre los demás, para que Cristo reine con más esplendor en sus vidas. La Iglesia tiene necesidad de ello; el mundo espera de nosotros una entrega total.
Con el apóstol Juan proclamamos que estos Beatos han vencido “gracias a la sangre del Cordero... porque despreciaron su vida ante la muerte. Por eso regocijaos cielos y los que en ellos habitáis” (Ap 12, 11-12). Todos debemos estar dispuestos a confesar a Cristo ante los hombres y a seguirle, si fuera necesario por el camino de la Cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan ni faltarán a la Iglesia (cf. Lumen gentium, 42).
8. “Ringrazio con gioia il Padre che ci ha messi in grado di partecipare alla sorte dei santi nella luce” (cf. Col 1, 12).
Così prega la Chiesa quest’oggi.
Così, in modo particolare, pregano, nel mistero della comunione dei santi, quanti “col sangue della croce di Cristo” ricevono oggi nella Chiesa la gloria dei beati.
E, seguendo il pensiero dell’Apostolo, confessano: Ringraziamo il Padre... “È lui, infatti, che ci ha liberati dal potere delle tenebre e ci ha trasferiti nel regno del suo Figlio diletto, per opera del quale abbiamo la redenzione, la remissione dei peccati” (Col 1, 13-14).
Ringraziamo il Padre!
Ringraziamolo per i cinque secoli dell’evangelizzazione del continente americano.
Ringraziamolo per la Chiesa nel Messico, per il popolo cristiano, per la nazione e per l’intero paese.
Che la pace riconquistata da Cristo col sangue della croce regni nei nostri cuori! In tutti i cuori!
Amen!
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana