CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON LA QUE NOMBRA AL CARDENAL BERNARDIN GANTIN
LEGADO PONTIFICIO
AL XLII CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL
[Lourdes, 16-23 de julio de 1981]
Venerable hermano, salud y bendición apostólica.
La atención y las miradas de toda la Iglesia católica se van concentrando con razón en Lourdes, en aquella famosísima ciudad de Francia, donde en el próximo mes de julio, desde el día 16 al 23, por la voluntad soberana de Dios, se celebrará con participación solemne y festiva de todos los pueblos el XLII Congreso Eucarístico Internacional, cuya clausura habríamos presidido si no hubiera sido otra la voluntad de Dios.
Sabemos, por lo demás, que el Congreso ha sido preparado, con el esmero e interés que requería, por la Conferencia Episcopal Francesa, la cual ha solicitado la colaboración de sus especialistas a fin de que la celebración constituya un éxito, y sabemos también que el Congreso será precedido muy acertadamente por un apropiado estudio doctrinal sobre el misterio eucarístico durante el especial "Simposio Internacional" de Tolosa. Por ello podemos ya prever que ese acontecimiento sin par de la Iglesia universal no sólo será memorable por el fervor religioso y por el testimonio de la fe, sino que su misma celebración resultará prometedora y rica en copiosos frutos.
Es cosa sabida que en Lourdes el culto de la Santísima Eucaristía y el honor a la Virgen Santísima se entrelazan de manera admirable, como si procedieran de una misma acción de la Iglesia y de un único sentimiento de los fieles. Pues allí precisamente, desde hace ya más de cien años, la piedad desbordante de innumerables personas venera a la Inmaculada Madre de Dios, que al principio se apareció con frecuencia; y allí mismo se une a las alabanzas mañanas el Sacrificio Eucarístico diario; de forma que hasta los enfermos son visitados por Jesús sacramentado, que pasa y hace bien a todos.
Así nos ha parecido muy digno de estudio y perenne recuerdo el lema escogido para el Congreso: "Jesucristo, pan partido para un mundo nuevo". Este lema nos ha parecido también muy adecuado para suscitar y mantener en todos esa esperanza de plena renovación, que es como una de las notas características de nuestro tiempo y que del sacramento de la Eucaristía puede recibir su mayor clarificación y vigor, ya que toda auténtica renovación del mundo, de la que tan necesitado está hoy el género humano, debe ser ante todo espiritual y sobrenatural.
Este inefable sacramento del amor divino recrea al hombre por entero y lo restablece con la presencia mística del mismo Cristo Salvador, con su gracia salvífica y con su preclara doctrina. En realidad no se puede imaginar, por decirlo así, una fuente más copiosa ni un manantial más seguro de juventud espiritual que ese convite que Jesús de Nazaret estableció como manifestación suprema de su amor y como primicia sempiterna de vida perenne para sus discípulos. Este pan vivo del que les alimenta, esta bebida única con que les vigoriza hacen —para decirlo con las palabras del segundo prefacio de la Santísima Eucaristía— que los fieles se llenen de "la abundancia de la gracia", llegando a "poseer la vida celestial", es decir, conducen a la novedad de vida, a la generosa acción cristiana y a la renovación del mundo mediante la caridad. Ya que este mismo pan eucarístico, ofrecido en otro tiempo por nosotros, sigue repartiéndose siempre para que los hombres, tantas veces alejados, pero tantas otras llamados de nuevo por Dios a la unidad, descubran en sí mismos un nuevo amor a Dios y una nueva vinculación de fraternidad entre sí. Por eso, con mucha razón se alegra la Madre Iglesia y proclama en alta voz en la fiesta que hoy se celebra en honor del Cuerpo y de la Sangre de Cristo: "Retírese lo viejo, todo sea nuevo: corazones, palabras y obras".
De lo dicho se deduce de forma patente que no se trata aquí de un sueño piadoso nacido del sentimiento, sino de una nueva forma de vida, propia de los cristianos y fuertemente enraizada en el sacramento de la Eucaristía. Por esta razón deseamos tanto que este Congreso Eucarístico de Lourdes sea para las almas de quienes en él participen, desde cerca o desde lejos, un acicate que les lleve a conocer los nuevos caminos del Evangelio de Cristo, a seguidos y a implantarlos en todas partes.
Y para que con nuestra plena autoridad se consigan y con otra forma de presencia nuestra, que no es la física, se afiancen los objetivos del mismo Congreso, a ti, venerable hermano nuestro, dotado de la dignidad cardenalicia y que ya desde los tiempos de tu ministerio en la grey amadísima de Cotonú te significaste por tu piedad eucarística, te designamos y nombramos Legado nuestro, de forma que en representación y en nombre nuestro presidas el Congreso Eucarístico Internacional de Lourdes. Y no dudamos de que, dada tu fidelidad hacia la Sede Apostólica y tu amor al Vicario de Cristo, realizarás felizmente y de manera acertada esta tarea que se te ha confiado. Te rogamos, por último, que pidas al divino Autor de la Eucaristía que este próximo Congreso produzca en abundancia los frutos y resultados que del mismo ya muchas personas esperan con ansia, de modo que su celebración constituya un nuevo impulso para la renovación espiritual de Francia, de Europa y de todo el mundo. Deseando esto de todo corazón, lleno de afecto te impartimos a ti, venerable hermano nuestro, a los demás cardenales de la Santa Iglesia Romana que asistan al Congreso, a los obispos, sacerdotes, religiosos y a todos los fieles que estén presentes en esas solemnidades eucarísticas, nuestra bendición apostólica, prenda de luz, fuerza y consuelos celestiales.
Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el Anillo del Pescador, el 18 de junio, solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo de 1981, III año de nuestro pontificado.
Por mandato especial del Santo Padre,
Cardenal Agostino CASAROLI.
Secretario de Estado
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