MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL CONGRESO DE EVANGELIZACIÓN
Amados hermanos en el episcopado,
queridos sacerdotes, religiosos, religiosas, agentes de pastoral,
hermanos y hermanas todos en Cristo Jesús:
Me es sumamente grato enviar un cordial saludo a todos los participantes en este importante encuentro eclesial que, tras meses de reflexión, oración y estudio en vuestras comunidades y parroquias a lo largo y ancho de la geografía nacional, os ve ahora reunidos en Madrid, para celebrar el Congreso de Evangelización que los Obispos españoles han promovido con el fin de activar e intensificar la fuerza misionera y el dinamismo apostólico de los católicos de la amada España.
Como Sucesor de Pedro y en mi solicitud por todas las Iglesias, es para mí motivo de consuelo y de acción de gracias a Dios Nuestro Padre ver cómo con constancia y espíritu de servicio se va llevando a la práctica el programa pastoral que vuestros Pastores trazaron conjuntamente a raíz de mi primera visita apostólica a vuestro querido país.
A este respecto, el Congreso que hoy termináis es una parte importante de aquel programa pastoral encaminado a fortalecer y vivificar la fe y la acción evangelizadora de los católicos españoles, de los diferentes grupos y comunidades, de los religiosos, los sacerdotes, las asociaciones y movimientos apostólicos, de las familias cristianas y las Iglesias diocesanas en todo su conjunto. En este marco de acción apostólica, el esfuerzo que durante casi un año habéis venido realizando en grupos de trabajo en cada una de las Diócesis, ha de hacerse ahora fecundo en este encuentro en el que queréis compartir vuestros logros y dificultades, vuestras ilusiones y esperanzas. Mi voz en esta ocasión, quiere ser la voz de Jesús, que hoy os dice a vosotros, a los presentes y a los ausentes, a los padres y madres de familia, a los profesionales, a los educadores, a los catequistas, no menos que a los religiosos, sacerdotes y Obispos de las Iglesias en España: “Id por el mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15).
Por medio de vuestras palabras y vuestras buenas obras, Jesucristo resucitado, Guía y Maestro de todos los hombres, quiere seguir iluminando y acompañado con la luz de la fe a vuestros hijos y amigos, a vuestros vecinos y compañeros de estudio o de trabajo, a todos los fieles que comparten la vida con vosotros.
El Concilio Vaticano II afirma solemnemente: “La vocación cristiana, por su propia naturaleza, es también vocación al apostolado” (Apostolicam Actuositatem, 2). Esta afirmación, que ha sido siempre verdad para todos los cristianos, tiene hoy especiales razones para ser recordada y vivida. Los católicos españoles tenéis que profesar, vivir y anunciar vuestra fe en una sociedad en la que los valores morales y del espíritu se ven, a veces, atacados por intereses y concepciones de corte materialista y en la que no faltan quienes tratan de presentar la religión y la fe como algo oscurantista y arcaico.
Ante estas situaciones, que como católicos comprometidos no podéis por menos de deplorar, no os dejéis dominar por el desconcierto o el desánimo. Bajo la dirección e impulso de los Pastores, buscad el remedio de fondo a vuestros problemas en una decidida intensificación de la acción evangelizadora a todos los niveles a fin de que podáis alcanzar “la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, como personas adultas, a la medida que corresponde a la plenitud de Cristo” (Ef 4, 13).
No faltan, por desgracia, hijos de la Iglesia que parecen no preocuparse por cultivar el don de la fe que recibieron, ni se esfuerzan por vivir en conformidad con los mandamientos de Dios y las directrices de la Iglesia. A ellos hay que recordarles las palabras de Santiago: “Como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también está muerta la fe sin las obras” (St 2, 26). Por otra parte, a quienes se esfuerzan por vivir su fe cristiana poniendo en practica las exigencias que dimanan del Bautismo, les recuerdo las palabras y el ejemplo mismo de Jesús que nos exhortan a ir en busca de la oveja perdida, a salir al encuentro de nuestros hermanos alejados, a hacer cuanto esté de nuestra parte para ayudarles a volver a la vida de la Iglesia que ha de ser el hogar cotidiano del espíritu y del corazón de todos los creyentes.
Durante las jornadas de trabajo del presente Congreso os habéis propuesto analizar en ponencias las características del hombre destinatario de la evangelización, los contenidos de esta acción evangelizadora, la Iglesia como sujeto primordial del anuncio del Evangelio y. por último, las principales conclusiones teóricas y prácticas que emanan de aquellos principios.
Sobre dichos temas, objeto de vuestro estudio y reflexión, la mirada de la fe ha de arrojar nueva luz y esperanza. A la persona destinataria de la acción evangelizadora hay que conocerla, sí, pero sobre todo hay que amarla, acercarse a su mundo, tratarla con respeto, lealtad y confianza. A su manera, muchos hombres y mujeres que hoy se sienten alejados de la Iglesia, nos están diciendo: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12, 20). A todos ha de ser anunciada la Buena Nueva de Jesucristo, vencedor del pecado y de la muerte, reconciliador de la humanidad con el Padre, esperanza única de salvación para cuantos creen en El. Es ésta la tarea primordial de la Iglesia que, a veinte años de distancia de la clausura del Concilio Vaticano II, os quiere recordar con tono de urgencia el compromiso misionero de todo creyente.
Cada Iglesia particular debe ser el sujeto adecuado de la acción misionera y evangelizadora, sin afán de protagonismo de personas o de grupos, sino buscando la integración sincera en las instituciones de las Diócesis y de las Parroquias. Llevada la Comunidad las riquezas de vuestra espiritualidad y de vuestros carisma personales o institucionales. Haced entre todos una comunidad real y fraterna, presidida por el Obispo en comunión con el Papa, junto con los sacerdotes, religiosos, religiosas y demás agentes de pastoral.
Cuando volváis a vuestras parroquias de origen, a vuestras comunidades o movimientos transmitid lo que habéis aprendido y sentido durante estos días. Trabajad con vuestros sacerdotes, formulad nuevas metas y objetivos apostólicos, renovad el dinamismo de vuestros ambientes. Pero sobre todo ofreceos a Jesucristo y a la Iglesia como instrumentos del Evangelio y anunciadores del Reino. Ofreced vuestro tiempo, ofreced vuestro esfuerzo, ofreced vuestra juventud y vuestro entusiasmo para que pueda ser verdad en España el deseo de Jesús: que todos crean en Ti, que todos vivan contigo, que vivan como hermanos y sientan el gozo de la paz y de la esperanza.
En este renacimiento apostólico, no olvidéis la necesidad de seguir anunciando el Evangelio de Jesucristo en todos los caminos y lugares del mundo. La Iglesia española tiene una gran historia misionera en Hispanoamérica, en África, en Asia. A este propósito deseo recordaros la llamada que hice, en octubre del ano pasado en Zaragoza, a un renovado empeño misionero con ocasión del ya cercano V Centenario de la Evangelización de América.
Al concluir las jornadas de este Congreso, os aliento a ser verdaderos apóstoles de Jesucristo, dedicándoos con entusiasmo y esfuerzo a difundir el Evangelio y las enseñanzas de la Iglesia, haciendo frente a las tinieblas del agnosticismo y de la incredulidad con la luz de la revelación y de las buenas obras.
La Virgen María, presente en vuestras tierras, en vuestros campos y ciudades, en vuestros hermosos santuarios y en la intimidad de vuestras casas os acompañe en esta gran misión apostólica. Ella es la Madre y el modelo de la Iglesia fiel, que está de pie junto a Jesucristo en el Calvario del mundo y en la esperanza de la resurrección. Ella, maestra de oración con los discípulos en el Cenáculo, sea vuestro modelo en la plegaria perseverante y confiada a su Hijo para que la fuerza del Espíritu anime vuestros anhelos apostólicos y misioneros. Con estos deseos imparto de corazón a todos mi Bendición Apostólica.
Vaticano, 3 de septiembre de 1985.
IOANNES PAULUS PP. II
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