MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
PARA LA III JORNADA MUNDIAL DE LA ALIMENTACIÓN*
Excmo. Sr. Don Edouard Saouma,
Director General de la FAO.
La III Jornada mundial de la Alimentación, promovida por la Organización para la Alimentación y la Agricultura, reviste una importancia que no debiera pasar desapercibida a ningún habitante del planeta. Toca un problema crucial, origen de divisiones entre clases sociales, naciones y vastas regiones del mundo. La humanidad tiene conciencia cada vez más aguda del mismo y la Iglesia siempre se preocupa de prestar su colaboración para resolverlo. Por ello, de acuerdo con la misión específica que me incumbe a nivel de magisterio ético y en la obra de pacificación a impulsar, quiero llamar nuevamente a la solidaridad a los Gobiernos y a los hombres de todos los continentes, llamamiento que encaja muy bien en el marco del Año Jubilar de la Redención en el que la Iglesia invita a la reconciliación con Dios y entre los hombres.
Los representantes de los Gobiernos y de las diversas Organizaciones del mundo entero especializadas en este problema, saben bien que el doloroso problema de la pobreza y el hambre de numerosos pueblos del globo, por desgracia no pertenecen a un pasado ya cancelado. Es verdad que las calamidades naturales tienen su parte en esta tragedia. Pero estamos obligados a reconocer que también los hombres contribuyen a agravar las injusticias económico-sociales, fruto muchas veces de sistemas ideológicos y políticos, y también del brote de guerras y guerrillas.
La documentación proporcionada por las agencias especializadas da constancia de que en el último decenio el nivel de la alimentación mundial ha sido razonable globalmente, por haber aumentado la producción alimenticia en mayor grado relativamente que la población. Y algunos descubrimientos, varios de ellos recientes, permiten mirar el porvenir con confianza, aun no perdiendo de vista las previsiones del crecimiento demográfico.
Dicho esto, sigue siendo un hecho que millones de seres humanos padecen hambre y ven que se agrava su situación, especialmente en Asia, África y América Latina. La cuestión más preocupante es el desequilibrio e insuficiencia de alimentos existentes en regiones del mundo caracterizadas por la disminución constante de los alimentos a disposición de una población en rápido aumento. Por otra parte, estos países realmente desfavorecidos parecen abocados a una creciente dependencia de las naciones desarrolladas, en el sector de las importaciones de productos agro-alimenticios. Veo en ello uno de los grandes escándalos de nuestra época. Es ésta una situación de verdadera violencia contra poblaciones humanas. No es cuestión de vencerlas con otras formas de violencia contra la vida, sino con la implantación acelerada de un orden económico internacional verdaderamente más justo y más fraterno, tanto a nivel de producción cómo de distribución de bienes.
Este orden económico requiere una distribución equitativa de los recursos necesarios para vivir y, muchas veces, para sobrevivir pueblos que se encuentran en la miseria, por ejemplo, con los excedentes alimenticios de poblaciones provistas; pero también exige la puesta en práctica de todos los factores que contribuyen al auto-desarrollo concreto de cada nación, por ejemplo, instrumentos adecuados y, sobre todo, inversiones y préstamos en condiciones convenientes para los países pobres. Resumiendo, se debe reestructurar el entero sistema económico del mundo. Un sistema económico internacional que conceda prioridad ética al desarrollo de todos los países y de toda persona humana.
Evidentemente los primeros interpelados por la urgencia de dicha solidaridad internacional son todos los países de desarrollo más avanzado y sus Gobiernos; éstos deben coordinar armónicamente su acción con las Organizaciones internacionales dependientes de la ONU y con las agencias especializadas en los sectores agrícola, alimenticio, financiero y comercial. Es igualmente necesario puntualizar que las Organizaciones no gubernamentales, nacidas de iniciativas generosas y autónomas, tienen también su puesto, a veces muy valioso. Pero para ser plenamente eficaces, estas Organizaciones necesitan coordinar su actividad con la de los organismos oficiales.
El pueblo cristiano, por su parte, sería infiel a los ejemplos y enseñanzas de su Fundador, si no atendiese con cuidado a los deberes de solidaridad con quienes padecen desnutrición. El capítulo XXV del Evangelio según San Mateo es sobrecogedor para quien lo lea con objetividad y honradez. Jesucristo se identifica en cierto modo con sus hermanos más pequeños que pudieron decir: “Tuve hambre”. Las comunidades cristianas de todas las épocas han procurado vivir al servicio de los pobres, de los hambrientos. ¡Y de modo admirable muchas veces! La lista de honor de Santos y de instituciones surgidas para aliviar las miserias humanas sería interminable. Sólo me permito subrayar que la Santa Sede, por medio de su representante en la FAO, figuró entre los primeros que firmaron y lanzaron el “Manifiesto” del 14 de mayo de 1963 proclamando el derecho del hombre a comer hasta saciarse, y las Organizaciones socio-caritativas de la Iglesia fueron de las primeras en hacerse eco del llamamiento del 16 de octubre de 1965 que movilizó a los jóvenes en la campaña contra el hambre.
Este año, consagrado en el mundo entero a conmemorar solemnemente el acontecimiento de la Redención, no ceso de exhortar a los discípulos de Cristo a acercarse a Dios y recobrar profundamente al mismo tiempo el amor a sus semejantes próximos y lejanos y, sobre todo, a quienes viven aplastados por condiciones de vida intolerables, entre las que se ha de mencionar la desnutrición, el hambre. Convoco a todos los hombres de buena voluntad, además de a los creyentes, a afanarse más por reconciliar a las clases sociales y a los pueblos del universo, y a participar muy activamente en el establecimiento mejor programado y más decidido de justicia para todos, dignidad para todos, felicidad para todos, luchando encarnizada y conjuntamente contra la miseria y el hambre sobre la tierra.
Pido a Dios, de todo corazón, luz y fuerza para su importante Asamblea y su acción futura.
Vaticano, 12 de octubre de 1983
JUAN PABLO II
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.47 p.11.
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