MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE SICILIA
Al venerado hermano
Cardenal SALVATORE DE GIORGI
Arzobispo de Palermo
Presidente de la Conferencia episcopal siciliana
1. Con gran alegría me uno espiritualmente a usted, así como a los señores cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que participan, en Acireale, en la IV asamblea de las Iglesias de Sicilia. A todos y a cada uno envío mi abrazo fraterno y mi saludo más cordial: "La paz, la caridad y la fe de parte de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros".
Este importante encuentro, que tiene como lema: "En la historia, levadura para el Reino", y como tema: "Los laicos para la misión de la Iglesia en Sicilia en el tercer milenio", se celebra pocos meses después de la conclusión del gran jubileo del año 2000. Constituye uno de los frutos maduros del Año santo, porque la preparación y la celebración del acontecimiento jubilar fueron para él una providencial preparación próxima e inmediata. Además, marca la cuarta etapa del camino comunitario de las Iglesias de Sicilia; itinerario espiritual y pastoral que comenzó a partir del concilio Vaticano II, en el que ha hallado inspiración, motivaciones y objetivos para proyectarse consciente y deliberadamente hacia el nuevo milenio.
En realidad, desde la primera asamblea celebrada en 1985, que tuvo como lema: "Una presencia para servir", y como tema: "Las Iglesias de Sicilia a 20 años del concilio Vaticano II", las diócesis sicilianas han emprendido un itinerario eclesial común, dilatando, en sus dos siguientes asambleas, su perspectiva misionera. También quisiera mencionar aquí las tres asambleas presbiterales de los años 1982, 1988 y 1998, que llevaron a la creación del Centro regional "Madre del buen Pastor" para la formación permanente de los presbíteros y de los diáconos, con sede en Palermo.
2. Estos múltiples encuentros regionales, al igual que los de los jóvenes, celebrados en 1991, en 1998 y en octubre del año pasado, después de la Jornada mundial de la juventud, testimonian el dinamismo pastoral y la voluntad de las Iglesias de Sicilia de caminar juntas. En las visitas pastorales que he realizado a casi todas vuestras diócesis, queridos hermanos y hermanas de Sicilia, he manifestado muchas veces mi solicitud por los problemas y las esperanzas que se viven en vuestra tierra. Aprovecho esta ocasión para agradeceros la fidelidad con que os habéis adherido a las directrices del Magisterio mediante las numerosas iniciativas pastorales que habéis promovido, tanto a nivel local como regional, durante estos años.
También esta IV asamblea quiere manifestar fidelidad al magisterio de la Sede apostólica, reflexionando sobre el papel de los laicos en la misión de la Iglesia. La carta apostólica Tertio millennio adveniente, del 10 de noviembre de 1994, ha acompañado su preparación durante los años pasados. La posjubilar Novo millennio ineunte, del pasado 6 de enero, orienta ahora su celebración a la luz de la invitación de Cristo: "Duc in altum!", "¡Rema mar adentro!".
"Duc in altum!" repito hoy a las diócesis sicilianas, dedicadas a reflexionar sobre cómo realizar mejor el mandato misionero de Cristo. "Remad mar adentro", amadísimos hermanos y hermanas, conscientes de que el Dios de la esperanza os pide que seáis heraldos del Evangelio en nuestro tiempo. Pero para cumplir esta misión es necesario recomenzar desde Cristo y aprovechar la rica experiencia eclesial que caracterizó los últimos decenios del siglo pasado, especialmente a partir del concilio Vaticano II. Vuestra asamblea quiere subrayar muy bien esta tarea, destacando la vocación de los "laicos para la misión de la Iglesia en Sicilia en el tercer milenio".
Con ocasión del jubileo del apostolado de los laicos quise volver a entregar simbólicamente a toda la Iglesia los documentos conciliares, recordando que, a pesar del tiempo transcurrido, esos textos no han perdido nada de su valor ni de su actualidad. Por tanto, es necesario acogerlos y asimilarlos como textos cualificados y normativos del Magisterio, que hay que leer en el marco de la tradición de la Iglesia, que confirman y aplican a las circunstancias actuales. Animo especialmente a los laicos a volver al Concilio, que es "la gran gracia que la Iglesia ha recibido en el siglo XX" (Novo millennio ineunte, 57). Sigan las enseñanzas del Concilio, con la convicción de que "con él se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza" (ib.). Me alegra saber que los trabajos de la asamblea quieren brindar la oportunidad de profundizar en especial la constitución dogmática Lumen gentium y el decreto Apostolicam actuositatem, junto con una oportuna lectura de la exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici.
3. La asamblea tiene como objetivo primario una profunda renovación de la vida eclesial y de la acción pastoral en Sicilia. Ojalá que os ayude cuanto yo mismo dije en la Asamblea de la Iglesia italiana, celebrada en Palermo en 1995: "En nuestro tiempo no basta simplemente conservar la existencia, sino que es preciso también cumplir la misión" (23 de noviembre de 1995, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de diciembre de 1995, p. 7). Recogí estas consideraciones en la carta apostólica Novo millennio ineunte, precisando la condición primaria de esa renovación: "La perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la santidad" (n. 30), "este alto grado de la vida cristiana" (n. 31).
Estoy seguro de que las Iglesias de Sicilia comparten con particular favor esta perspectiva de la santidad, porque desde los albores del cristianismo hasta el siglo XX han dado estupendas figuras de mártires y santos ―sacerdotes, religiosos y laicos, hombres y mujeres―, que han sabido acoger el "don" de la llamada a la vida de gracia para traducirlo en "tarea" en las condiciones ordinarias de la vida diaria. Seguramente los recordaréis para edificación y ejemplo de todos.
En la vocación a la santidad, entendida como perfección de la caridad, se revela plenamente la dignidad de los fieles laicos: "El santo es el testimonio más espléndido de la dignidad conferida al discípulo de Cristo" (Christifideles laici, 16). El fiel laico, discípulo de Cristo, se santifica "en el mundo" y "para el mundo": se inserta en las realidades temporales, en las actividades terrenas y en la vida profesional y social ordinaria, para ordenarlas según Dios, llegando a ser así en la historia y en el tiempo levadura para el Reino y para la eternidad.
4. Ser en la historia levadura para el Reino. Este es el lema de la asamblea, que traduce e interpreta "una presencia para servir". Esta es la misión específica de los fieles laicos en un ámbito social marcado a veces por un secularismo que tiende a alejar a los creyentes de Cristo y del Evangelio, en detrimento de la misma convivencia humana, que es cada vez más frágil e insegura.
También Sicilia corre el riesgo que indiqué en la citada exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici: "La fe cristiana ―aunque sobrevive en algunas manifestaciones tradicionales y ceremoniales― tiende a ser arrancada de cuajo de los momentos más significativos de la existencia humana, como son los momentos del nacer, del sufrir y del morir. De ahí provienen el afianzarse de interrogantes y de grandes enigmas, que, al quedar sin respuesta, exponen al hombre contemporáneo a inconsolables decepciones, o a la tentación de suprimir la misma vida humana que plantea esos problemas" (n. 34). Por eso, "sólo una nueva evangelización puede asegurar el crecimiento de una fe límpida y profunda, capaz de hacer de estas tradiciones una fuerza de auténtica libertad" (ib.). Y sigue siendo verdad que también en Sicilia "urge rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana, pero la condición es que se rehaga la trabazón cristiana de las mismas comunidades eclesiales" (ib.).
5. Esta es la doble tarea, de gran relieve pastoral, que hoy compete a los laicos en la Iglesia. Existirán comunidades cristianas maduras, si en ellas hay laicos maduros, capaces de influir eficazmente como levadura evangélica en la sociedad, trabajando en ella con un renovado y valiente impulso misionero. "Todos los laicos tienen la sublime tarea de trabajar con empeño para que el designio divino de salvación llegue cada vez más a todos los hombres de todos los tiempos y lugares" (Lumen gentium, 33). ¿Cómo no sentir la actualidad y la urgencia de esta recomendación del Concilio? Ojalá que el Evangelio infunda una esperanza más firme a la amada tierra siciliana, que lo acogió desde el primer siglo del cristianismo y que hoy necesita aún más a Cristo para liberarse de los males que la afligen. Los pastores de las Iglesias locales han recordado incesantemente estos males, comenzando por el más grave de la mafia, que yo mismo, en muchas oportunidades, he sentido el deber de condenar. Sólo venciendo esas fuerzas negativas será posible actuar plenamente las múltiples potencialidades de bien y los numerosos valores humanos que caracterizan a la laboriosa gente de Sicilia.
6. Por tanto, los fieles laicos no deben limitar su acción a la comunidad cristiana, permaneciendo, por decirlo así, dentro de las paredes del "templo". Después de recibir la luz de la Palabra y la fuerza de los sacramentos, deben anunciar y testimoniar a Cristo, único Redentor del hombre, en la sociedad de la que forman parte. Como "sal" y "luz", están llamados a actuar proféticamente en la familia y en la escuela, en el ámbito de la cultura y de la comunicación social, en la economía y en el mundo del trabajo, en la política y en el arte, en el campo de la salud y donde hay enfermedad y sufrimiento, en el deporte y en el turismo, al lado de los marginados y entre los numerosos inmigrantes. No puede faltar tampoco su valiente iniciativa en los ámbitos donde se decide el destino de la vida y de la dignidad de la persona, de la familia y de la sociedad misma.
En realidad, si cada miembro de la Iglesia participa en la dimensión secular, los laicos lo hacen con una "modalidad de actuación" que, según el Concilio, es "propia y peculiar" de ellos. Esa modalidad se designa con la expresión "índole secular", como "lugar en que les es dirigida la llamada de Dios" y, por esto, como lugar privilegiado de su misión, según la lógica de la Encarnación y "a la luz del acto creador y redentor de Dios" (Christifideles laici, 15).
7. Los laicos tienen la tarea de llevar el Evangelio a todos los ámbitos de la existencia humana y dar la contribución original y siempre actual de la doctrina social de la Iglesia. Deben preocuparse constantemente por no ceder a la tentación de reducir las comunidades cristianas a agencias sociales y, al mismo tiempo, por rechazar decididamente la tentación, no menos insidiosa, de practicar una espiritualidad intimista, que no está en sintonía con las exigencias de la caridad, con la lógica de la Encarnación y, en definitiva, tampoco con la misma tensión escatológica del cristianismo. En efecto, aunque esta última nos hace conscientes de la acción de la Providencia en la historia, no nos exime de ningún modo del deber de trabajar activamente en el mundo para favorecer en él la afirmación de todo valor auténticamente humano. A este propósito, sigue siendo muy actual la enseñanza del concilio Vaticano II: "El mensaje cristiano no aparta a los hombres de la construcción del mundo ni les impulsa a despreocuparse del bien de sus semejantes, sino que les obliga más a llevar a cabo esto como un deber" (Gaudium et spes, 34).
8. Esto será posible si "los fieles laicos saben superar en ellos mismos la fractura entre el Evangelio y la vida, restableciendo en su vida familiar cotidiana, en el trabajo y en la sociedad, esa unidad de vida que en el Evangelio encuentra inspiración y fuerza" (Christifideles laici, 34). Para eso es necesario un compromiso convencido de formación permanente e integral en los diversos aspectos de lo humano, que les ayude a vivir "aquella unidad con la que está marcado su mismo ser de miembros de la Iglesia y de ciudadanos de la sociedad humana" (ib., 59), puesto que "la separación entre la fe que profesan y la vida cotidiana de muchos debe ser considerada como uno de los errores más graves de nuestro tiempo" (Gaudium et spes, 43).
Esto exige que trabajen en la comunión eclesial más firme, alimentada continuamente por la "espiritualidad de comunión", que debe estar en la base de toda programación pastoral, si se quiere ser "fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo" (Novo millennio ineunte, 43).
La Iglesia en su misterio de comunión es el sujeto de la pastoral y de la misión, y todos ―clero, religiosos, religiosas y laicos― están llamados a reconocer y respetar esta subjetividad comunitaria. En la citada exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici escribí que "los fieles laicos, juntamente con los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, constituyen el único pueblo de Dios y cuerpo de Cristo" (n. 28), por lo cual deben cultivar constantemente el sentido de la diócesis, de la que la parroquia es como la célula, estando siempre dispuestos a aceptar la invitación de su pastor a unir sus fuerzas a las iniciativas de la diócesis.
Esto vale de modo especial para las numerosas formas laicales de agrupación: asociaciones, grupos, comunidades y movimientos, que en Sicilia, gracias al Señor, son particularmente activas. Es conveniente recordar que jamás son un fin en sí mismas. La finalidad que las anima constantemente no puede ser más que "la de participar responsablemente en la misión que tiene la Iglesia de llevar a todos el evangelio de Cristo como manantial de esperanza para el hombre y de renovación para la sociedad" (Christifideles laici, 29).
9. Una comunión cada vez más firme en el seno de cada comunidad y entre las diversas diócesis de Sicilia, además de servir de ejemplo y de estimulo para una convivencia humana más serena y armoniosa, representa una condición oportuna para promover activamente el camino hacia la unidad plena de todos los creyentes en Cristo. La comunión plena y visible de los cristianos, sobre todo a través del ecumenismo de la santidad, de la oración y de la caridad en la verdad, es tarea de toda comunidad eclesial, en cuyo seno resuenan incesantemente la oración y el deseo del único Salvador: "Ut unum sint". Es necesario hacer todo lo posible para apresurar la realización plena de la unidad de los creyentes en Cristo. En este sentido, será significativo, hacia el final de la asamblea, el encuentro de oración con el patriarca ortodoxo ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, a quien envío mi deferente saludo y mi abrazo de paz en Cristo Jesús, nuestro Maestro y Señor común.
Además del compromiso ecuménico, no podemos menos de recordar también el gran desafío del diálogo interreligioso e intercultural. Es un compromiso que implica en gran medida a vuestra región, situada en el corazón del Mediterráneo, y que, a lo largo de los siglos, ha llegado a ser una encrucijada de pueblos, culturas, civilizaciones y religiones diferentes. Queridos hermanos y hermanas, sin caer en el indiferentismo religioso, tratad de dar el testimonio de la esperanza que debe haber en el corazón de todo creyente, con la convicción de que no constituye ofensa a la identidad de los demás el anuncio gozoso del Evangelio, mensaje de salvación destinado a todos los pueblos y culturas.
A este respecto, sé que habéis emprendido algunas iniciativas oportunas: proseguid con valentía y prudencia, sostenidos siempre por una firme adhesión a Cristo y por un constante recurso a la oración.
10. ¡Caminad con esperanza! Amadísimos hermanos y hermanas, esta es la invitación que os dirijo con afecto. Acoged, veneradas Iglesias de Sicilia, esta exhortación fraterna. El paso de todos los creyentes, al comienzo de este nuevo siglo, debe ser más ágil. Que os guíe y acompañe María, la Madre de la esperanza, a quien los sicilianos veneráis e invocáis como vuestra "Odigitria". A la Virgen santísima y a su esposo san José encomiendo, en este día dedicado solemnemente a él, los proyectos, los propósitos, el desarrollo de la asamblea eclesial y sus deseados frutos apostólicos y misioneros.
Invocando también sobre los trabajos la protección de los numerosos santos y santas de las diversas diócesis de la tierra de Sicilia, le imparto de buen grado a usted, señor cardenal, y a todos los participantes en la asamblea, la bendición apostólica, prenda de abundantes favores celestiales.
Vaticano, 19 de marzo de 2001
JUAN PABLO II
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana