MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DEL CONSEJO
DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES DE EUROPA
Al señor cardenal
MILOSLAV VLK
Arzobispo de Praga
Presidente del Consejo de las
Conferencias episcopales de Europa
Usted me ha informado sobre el próximo Encuentro ecuménico europeo, que tendrá lugar en Estrasburgo del 19 al 22 de abril. Esa reunión suscita en mí un profundo sentimiento de alegría y una gran esperanza.
Ese encuentro, organizado conjuntamente por el Consejo de las Conferencias episcopales de Europa y la Conferencia de las Iglesias de Europa es un fruto feliz de una intensa colaboración entre diversos organismos eclesiales del continente europeo. Se sitúa oportunamente en la línea del gran jubileo del año 2000, durante el cual las Iglesias y las comunidades eclesiales celebraron el misterio de la encarnación de Jesucristo, Verbo de Dios que se hizo hombre, fundamento de nuestra fe y fuente de nuestra salvación. Por otra parte, esa iniciativa se realiza en este año en que todos los cristianos celebran en el mismo día la resurrección de Aquel que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6).
El tiempo pascual resplandece con las palabras del Maestro, que invita a sus discípulos a llevar al mundo la buena nueva de la salvación: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Estas palabras, que acompañan a la Iglesia de Cristo desde hace dos milenios, constituyen también el tema del Encuentro ecuménico europeo de Estrasburgo. Esa promesa, fuente de consuelo para todos los cristianos, no puede separarse de la oración que hizo Jesús la noche de la última Cena: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21). La unidad por la que el Señor oró en el Cenáculo es una condición de la credibilidad del testimonio cristiano. Hoy, más que nunca, debemos concentrar nuestra reflexión en esta profunda relación, que desempeña un papel decisivo en el impacto que el mensaje cristiano puede tener en el mundo. En Europa es particularmente urgente un anuncio claro del Evangelio. Europa, que es un entramado de diferentes culturas, tradiciones y valores vinculados a los países que la componen, no puede entenderse ni edificarse sin tener en cuenta las raíces que forman su identidad original; ni puede construirse rechazando la espiritualidad cristiana, de la que está impregnada.
Para afrontar este importante desafío es necesario intensificar la colaboración en todos los niveles de la vida social y eclesial, y profundizar los diálogos bilaterales y multilaterales. Los resultados obtenidos con esos diálogos, como muestra la experiencia, refuerzan la comunión que ya existe y reavivan el deseo de llegar a la comunión perfecta. De la misma confesión de fe nacerá la comunión plena entre los discípulos de Cristo, cabeza del Cuerpo que es la Iglesia.
A usted, venerado hermano, así como a todas las personas presentes en el Encuentro ecuménico europeo de Estrasburgo, especialmente a los representantes de las Iglesias y comunidades eclesiales, y a los jóvenes, les manifiesto mis deseos más sinceros de que esa reunión suscite nuevos y fecundos estímulos con vistas a un testimonio cristiano común en Europa y en toda la tierra, "para que el mundo crea" (Jn 17, 21).
Vaticano, 13 de abril de 2001
JUAN PABLO II
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