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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PADRES CAPITULARES DE LOS MISIONEROS DE MARIANNHILL

 

Queridos Misioneros de Mariannhill: 

Os saludo con afecto en el Señor con ocasión de vuestro capítulo general y dirijo un cordial saludo particularmente al nuevo superior general, padre Dieter Gahlen. Al inicio del tercer milenio cristiano, la congregación de los Misioneros de Mariannhill, como toda la Iglesia, afronta el desafío de recomenzar desde Cristo (cf. Novo millennio ineunte, 29). De acuerdo con el tema elegido para vuestro capítulo general, "Revisar nuestra identidad y nuestra espiritualidad en el alba de una nueva era", vuestro camino en el futuro es una auténtica renovación de vuestra vida consagrada, en una nueva etapa de crecimiento espiritual y apostólico (cf. Caminar desde Cristo, 19).

Vuestra congregación es el fruto de muchos dones otorgados por Dios a vuestro fundador, el abad Franz Pfanner. Estos dones siguen modelando vuestra comunidad y, como exhorté a los institutos de vida consagrada en mi exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, también vosotros estáis llamados a "reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad" de vuestro fundador "como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy" (n. 37). En efecto, sólo con una renovada fidelidad a vuestro carisma fundacional la Congregación podrá afrontar con confianza la misión de anunciar el mensaje salvífico del Evangelio a un mundo cada vez más globalizado que, de muchos modos, se siente turbado por una "crisis de sentido" y por un "pensamiento ambiguo" (Fides et ratio, 81).

Por esta razón, las palabras de Jesús a Pedro, "rema mar adentro" ("duc in altum", Lc 5, 4), deben resonar también para vosotros en vuestra vida de misioneros. En la nueva era que está comenzando, debéis ser auténticos misioneros y santos, porque la santidad es el centro de vuestra vocación (cf. Redemptoris missio, 90). Como sabía vuestro fundador, la santidad ha de buscarse e implorarse activamente. Lo subrayó en su lema:  Currite ut comprehendatis, "corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios llama desde lo alto en Cristo Jesús" (Flp 3, 14). El abad Pfanner, un hombre celoso de la construcción del Reino, un hombre que perseveró valientemente frente a los obstáculos, os llama a "caminar con esperanza" (Novo millennio ineunte, 58) respondiendo a la llamada de Dios en Jesucristo.

Vuestro apostolado misionero, fiel a la tradición benedictino-trapense en la que se funda vuestra vida consagrada, florecerá y dará fruto en la medida en que esté firmemente arraigado en el principio "Ora et labora". De este modo, lograréis también lo que se describe en vuestro Instrumentum laboris como "el equilibrio del misionero contemplativo, el testigo que permanece inmerso en la oración aunque esté ocupado en cumplir su urgente compromiso activo". Por eso, os exhorto a intensificar vuestra formación en este aspecto crucial de vuestra vocación. La oración y la contemplación no pueden considerarse como algo natural. Es preciso aprender a orar para conversar con Cristo como amigos íntimos (cf. Novo millennio ineunte, 32), y la contemplación diaria del rostro de Cristo fortalecerá en vosotros la realidad de vuestra consagración.

Queridos hermanos en Cristo, en un mundo donde el drama humano con demasiada frecuencia está marcado por la pobreza, la división y la violencia, el seguimiento de Cristo exige que las personas consagradas respondan con valentía a la llamada del Espíritu a una conversión continua, para dar nuevo vigor a la dimensión profética de su vocación (cf. Caminar desde Cristo, 1). Como misioneros, vuestro testimonio de Cristo significa tomar la cruz por amor al Señor y a vuestro prójimo. Este es el centro de toda proclamación auténtica del Evangelio. La Iglesia cuenta con vuestro compromiso y con vuestro entusiasmo para la misión ad gentes, confiando en que contribuiréis "de forma particularmente profunda a la renovación del mundo" (Vita consecrata, 25).

La santísima Virgen María, vuestra patrona, que presentó a Cristo como Luz de las naciones, siga siendo vuestra guía en todos vuestros esfuerzos misioneros. Que su madre santa Ana, de la que habéis sido devotos desde el inicio, así como la multitud de testigos de vuestro instituto, os protejan y animen en vuestro camino hacia la santidad. Asegurándoos un recuerdo en mis oraciones, imparto de buen grado a todos los Misioneros de Mariannhill mi bendición apostólica.

Vaticano, 26 de octubre de 2002

JUAN PABLO II



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