MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL XXV ANIVERSARIO
DE LA FUNDACIÓN DEL FONDO INTERNACIONAL
DE DESARROLLO AGRÍCOLA (FIDA)*
A su excelencia
el señor LENNART BÅGE
presidente del FIDA
1. Con mucho gusto he recibido su invitación a participar en la solemne ceremonia que celebra el vigésimo quinto aniversario de la institución del FIDA.
Por mi parte, he pedido al cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, que se haga portador de mi aprecio y de mi palabra en esta solemne circunstancia, que reúne en Roma a numerosos representantes de los Gobiernos y de organizaciones internacionales.
En esta ocasión, deseo dirigir un saludo particular al presidente de la República italiana, doctor Carlo Azeglio Ciampi, al secretario general de la ONU, señor Kofi Annan, y a los responsables de las demás agencias del "polo romano" de las Naciones Unidas. Esta presencia, cualificada y atenta, testimonia el compromiso común de establecer las estrategias que permitan alcanzar el objetivo de liberar a la humanidad del hambre y de la desnutrición.
En este esfuerzo, el FIDA constituye una realidad original en razón de los criterios estatutarios que delinean su estructura y guían su acción, confiriéndole la tarea específica de proporcionar recursos financieros a los "más pobres de entre los pobres" para el desarrollo agrícola de los países que sufren carestía de alimentos (cf. Estatuto del FIDA, art. 1). En efecto, la institución del FIDA entre las agencias del sistema de las Naciones Unidas recuerda que, para afrontar el hambre y la desnutrición, es necesaria una programación eficaz, capaz de favorecer la difusión de las técnicas en el sector agrícola, así como una distribución de los recursos financieros disponibles.
No cabe duda de que el esfuerzo de solidaridad realizado hasta ahora por el FIDA al combatir la pobreza rural ha encontrado un modo concreto para lograr la seguridad alimentaria, separándola de las meras consideraciones vinculadas a la disponibilidad de productos para el consumo, y estimulando múltiples recursos, comenzando por los de los trabajadores y las comunidades rurales.
La seguridad alimentaria, así considerada, puede constituir la garantía necesaria para el respeto del derecho de toda persona a no sufrir hambre.
Se trata de un enfoque positivo en un momento en el que persisten serias preocupaciones en diversas zonas del planeta, consideradas situación de riesgo por lo que atañe al nivel de nutrición. La contraposición entre las posibilidades de intervención y la voluntad de trabajar concretamente pone en serio peligro la supervivencia de millones de personas en una realidad mundial que, en su conjunto, vive un desarrollo y un progreso sin precedentes en la historia y es consciente de la disponibilidad de recursos a nivel global.
2. En esta celebración, además de felicitarse por los objetivos logrados, no se puede menos de reflexionar en las motivaciones que en 1974 impulsaron a la comunidad internacional a crear el Fondo como medida concreta para "transformar a la masa rural en artífice responsable de su producción y de su progreso", como dijo mi predecesor, el Papa Pablo VI (Discurso a la Conferencia mundial sobre la alimentación, 9 de noviembre de 1974, n. 8: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de noviembre de 1974, p. 16), que estimuló concretamente la constitución de esta organización.
El pensamiento va inmediatamente a las víctimas de los conflictos y de las graves violaciones de derechos fundamentales, a la realidad de los refugiados y desplazados, y a cuantos están afectados por enfermedades y epidemias. Todas estas situaciones representan una amenaza para la convivencia ordenada de personas y comunidades, ponen en grave peligro la vida humana, y tienen evidentes repercusiones en la seguridad alimentaria y, más en general, en el nivel de vida en las zonas rurales.
Son estas situaciones y circunstancias particulares las que, juntamente con los datos sometidos a la reflexión de esta reunión, impulsan a reconocer en la centralidad de la persona humana y de sus exigencias primarias la base sobre la cual fundar sin dilación la acción internacional.
En efecto, si se dirige la mirada a los fenómenos que caracterizan el panorama actual de la vida internacional, emergen en primer lugar la contraposición de intereses y el deseo de prevalecer, que tienen como consecuencia el abandono de la negociación y el impulso hacia el aislamiento, impidiendo así que la misma actividad de cooperación responda a las necesidades con la debida eficacia. No se puede olvidar tampoco la triste resignación que parece haber apagado el deseo de vivir de poblaciones enteras, a las que el hambre y la desnutrición marginan de la comunidad de las naciones, alejándolas de condiciones de vida realmente respetuosas de la dignidad humana.
Las expectativas puestas en la acción del Fondo internacional de desarrollo agrícola, aunque están centradas en el sector de la agricultura y de la alimentación, se insertan en la estrategia más vasta de lucha contra la pobreza e implican la convicción de que dicho objetivo es una respuesta a millones de personas que se interrogan sobre su esperanza de vida.
3. Mi mensaje quiere manifestar, una vez más, la atención de la Santa Sede hacia la acción internacional multilateral que es un factor cada vez más decisivo para la paz, la aspiración más profunda de los pueblos en el momento actual.
Al FIDA, en particular, lo animo a proseguir sus esfuerzos en la lucha contra la pobreza y el hambre, invitando a todos a superar los obstáculos que son fruto de intereses particulares, de barreras y egoísmos de todo tipo.
Ojalá que la celebración del aniversario de la institución del Fondo sea ocasión para confirmar un compromiso directo, que debe traducirse en gestos concretos que hagan que cada uno se sienta responsable no de algo, sino de alguien, es decir, del hombre que pide el pan de cada día.
Sobre el Fondo internacional para el desarrollo agrícola, sobre vuestras personas y sobre vuestros esfuerzos al servicio de la causa del hombre, Dios omnipotente derrame abundantemente sus bendiciones.
Vaticano, 19 de febrero de 2003
JUAN PABLO II
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.9 p.6 (p. 102).
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