MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
PARA LA VII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
"Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio" (Mc 16,15).
Muy queridos jóvenes:
1. El Señor ha bendecido de modo realmente extraordinario la VI Jornada mundial de la juventud, celebrada el pasado mes de agosto junto al santuario de Jasna Góra, en Czestochowa. Al anunciaros el tema de la próxima Jornada, pienso de nuevo en aquellos momentos maravillosos y doy gracias a la Providencia por los frutos espirituales que aquel encuentro ha traído, no sólo a la Iglesia, sino a toda la humanidad.
¡Cómo quisiera que el soplo del Espíritu Santo, que recibimos en Czestochowa, se difundiese por todas partes! En aquellos días inolvidables el santuario mariano se convirtió en el cenáculo de un nuevo Pentecostés, con las puertas abiertas hacia el tercer milenio. Una vez más, el mundo pudo ver a la Iglesia, joven y misionera, llena de gozo y de esperanza.
Sentí una gran felicidad al ver a tantos jóvenes que, viniendo del Este y del Oeste, del Norte y del Sur, por primera vez se encontraron, unidos por el Espíritu Santo en el vínculo de la oración. Vivimos un acontecimiento histórico, un acontecimiento que, por su gran alcance salvífico, abrió una nueva etapa en el camino de evangelización, del que los jóvenes son protagonistas.
Y ya estamos en la VII Jornada mundial de la juventud 1992. Como tema para este año he elegido las palabras de Cristo: "Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio" (Mc 16, 15). Estas palabras, dirigidas a los Apóstoles, llegan, mediante la Iglesia, a todo bautizado. Como es fácil notar, se trata de un tema íntimamente relacionado con el del año pasado. El mismo Espíritu, que nos ha hecho hijos de Dios, nos impulsa a la evangelización. De hecho, la vocación cristiana implica una misión.
A la luz del mandato misionero que Cristo nos ha confiado, se ven con más claridad el significado y la importancia de las jornadas mundiales de la juventud en la Iglesia. Participando en estos encuentros, los jóvenes confirman y fortalecen el propio "sí" dado a Cristo y a su Iglesia, repitiendo, con las palabras del profeta Isaías: "Heme aquí: envíame" (Is 6, 8). Este fue exactamente el significado del rito del envío realizado en Czestochowa, cuando entregué a algunos de vuestros representantes cirios encendidos, invitando a todos los jóvenes a llevar la luz de Cristo al mundo. Sí, en Jasna Góra -en la Montaña Luminosa- el Espíritu Santo encendió una luz que es signo de esperanza para la Iglesia y para toda la humanidad.
2. La Iglesia, por naturaleza, es una comunión misionera (cf. Ad gentes, 2). Constantemente trata de vivir este impulso misionero que ha recibido del Espíritu Santo en el día de Pentecostés: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos" (Hch 1, 8). En efecto, el Espíritu Santo es el protagonista de toda la misión eclesial (cf. Redemptoris missio, III).
Como consecuencia, también la vocación cristiana está proyectada hacia el apostolado, hacia la evangelización, hacia la misión. Cristo llama a cada bautizado a ser su apóstol en el propio ambiente de vida y en todo el mundo: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,21). Cristo, a través de su Iglesia, os confía la misión fundamental de comunicar a los demás el don de la salvación y os invita a participar en la construcción de su Reino. Os elige a pesar de los límites que cada uno tiene, porque os ama y cree en vosotros. Este amor de Cristo, incondicional, debe ser el alma de vuestro apostolado, según las palabras de san Pablo: "el amor de Cristo nos apremia" (2 Co 5, 14).
Ser discípulos de Cristo no es algo privado. Al contrario, el don de la fe hay que compartirlo con los demás. Por eso, el mismo Apóstol escribe: "Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1 Co 9, 16). No olvidéis, además, que la fe se fortalece y crece cuando se comunica a los demás (cf. Redemptoris missio, 2).
3. "Id por todo el mundo".
Las tierras de misión, en las que tenéis que trabajar, no están situadas necesariamente en los países lejanos, sino que se encuentran en todo el mundo, también en vuestros ambientes cotidianos. En los países de más antigua tradición cristiana hay hoy una urgente necesidad de hacer resplandecer el anuncio de Jesús a través de una nueva evangelización, pues todavía hay muchas personas que no conocen a Cristo, o lo conocen poco; y otras, influidas por los mecanismos del secularismo y de la indiferencia religiosa, se están alejando de él (cf. Christifideles Laici, 4).
El mismo mundo de los jóvenes, queridos míos, constituye para la Iglesia contemporánea una tierra de misión. Son por todos conocidos los problemas que atormentan los ambientes juveniles: la caída de los valores, la duda, el consumismo, la droga, la delincuencia, el erotismo, etc. Pero, al mismo tiempo, todo joven tiene una gran sed de Dios, aunque a veces ésta se esconde detrás de una actitud de indiferencia o incluso de hostilidad. ¡Cuántos jóvenes, desorientados e insatisfechos, fueron a Czestochowa para dar un sentido más profundo y decisivo a su propia vida! ¡Cuántos fueron desde lejos -no sólo geográficamente-, incluso sin haber recibido el bautismo! Tengo la certeza de que, para la vida de muchos jóvenes, el encuentro de Czestochowa fue una forma de "preparación evangélica"; para algunos hasta significó un cambio esencial, una ocasión de auténtica conversión.
¡La mies es mucha! Pero, aunque hay muchos jóvenes que buscan a Cristo, hay todavía pocos apóstoles capaces de anunciarlo de modo creíble. Se necesitan muchos sacerdotes, maestros y educadores en la fe, y también jóvenes animados por el espíritu misionero, ya que son los jóvenes quienes "deben convertirse en los primeros e inmediatos apóstoles de los jóvenes, ejerciendo el apostolado entre sí" (Apostolicam actuositatem, 12). Esta es una pedagogía básica de la fe. Por lo tanto, ¡ésta es vuestra gran tarea!
El mundo de hoy lanza muchos desafíos a vuestro compromiso eclesial. Concretamente, la caída del sistema marxista en los países de Europa centro-oriental y la consiguiente apertura de numerosos países al anuncio de Cristo, constituye un nuevo signo de los tiempos al que la Iglesia tiene que dar una respuesta adecuada. Al mismo tiempo la Iglesia busca los caminos para superar las barreras de distinta naturaleza que todavía existen en otros muchos países. Son indispensables la fuerza y el entusiasmo que vosotros, queridos jóvenes, podéis ofrecer a la Iglesia.
4. "Proclamad el Evangelio" .
Anunciar a Cristo significa, sobre todo, ser sus testigos con la vida. Se trata de la forma de evangelización más simple y, al mismo tiempo, más eficaz para vosotros. Consiste en manifestar la presencia visible de Cristo en la propia existencia a través del compromiso cotidiano y la coherencia con el Evangelio en cada elección concreta. Hoy el mundo necesita testigos creíbles. Vosotros, queridos jóvenes, que tanto amáis la autenticidad en las personas y que casi instintivamente condenáis todo tipo de hipocresía, estáis dispuestos a ofrecer a Cristo un testimonio limpio y sincero. Testimoniad, por tanto, vuestra fe, también a través de vuestro compromiso en el mundo. El discípulo de Cristo nunca es un observador pasivo e indiferente frente a los acontecimientos. Al contrario, se siente responsable de la transformación de la realidad social, política, económica y cultural.
Además, anunciar significa también proclamar, llevar la Palabra de salvación a todos. Muchas personas rechazan a Dios por ignorancia. De hecho, todavía se conoce poco la fe cristiana, pero al mismo tiempo hay un profundo deseo de escuchar la palabra de Dios. Y la fe nace de la escucha. San Pablo escribe: "¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?" (Rm 10, 14). Anunciar la palabra de Dios, queridos jóvenes, no incumbe sólo a los sacerdotes o a los religiosos, sino también a vosotros. Debéis tener la valentía de hablar de Cristo en vuestras familias, en vuestro ambiente de estudio, de trabajo o de diversión, animados por el mismo fervor de los Apóstoles, cuando afirmaban: "Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído" (Hch 4, 20). ¡Tampoco vosotros podéis callar! Existen lugares y situaciones a los que sólo vosotros podéis llevar la semilla de la palabra de Dios.
No tengáis miedo de hablar de Cristo a quien todavía no lo conoce. Cristo es la verdadera respuesta, la más completa, a todas las preguntas que se refieren al hombre y a su destino. Sin él, el hombre es un enigma sin solución. Tened, por lo tanto, ¡la valentía de proponer a Cristo! Ciertamente, hay que hacerlo con el debido respeto a la libertad y conciencia de cada uno, pero hay que hacerlo (cf. Redemptoris missio, 39). Ayudar a un hermano o a una hermana a descubrir a Cristo, camino, verdad y vida (cf. Jn 14, 6) es un verdadero acto de amor hacia el prójimo.
Hablar de Dios hoy no es fácil. Muchas veces se encuentra un muro de indiferencia, y también una cierta hostilidad. Cuántas veces tendréis la tentación de repetir con el profeta Jeremías: "¡Ah, Señor! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho" Pero Dios responde siempre: "No digas 'soy un muchacho', pues adondequiera que yo te envíe irás" (cf. Jr 1, 6-7). Por tanto, no os desalentéis, porque no estáis solos. El Señor nunca dejará de acompañaros, como prometió: "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).
5. "Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio".
El tema de la VII Jornada mundial de la juventud también os invita a mirar la historia de los pueblos y, en particular, la historia de su evangelización.
En algunos casos se trata de una historia muy antigua; en otros es una historia reciente. Pero es maravilloso el dinamismo con el que las Iglesias más jóvenes crecen en la fe, enriqueciendo el patrimonio espiritual de toda la Iglesia universal.
Con ocasión de esta Jornada, muy queridos jóvenes de todo el mundo, os invito a reflexionar, a la luz de la fe, sobre las figuras de los apóstoles y misioneros, sobre los primeros que llevaron la cruz de Cristo a vuestros países. Tratad de sacar de su ejemplo el celo y el valor necesarios para afrontar mejor los retos de nuestro tiempo.
Como signo de gratitud por el don de la fe que han llevado a los pueblos, estad dispuestos a asumir personalmente la responsabilidad de la herencia de la cruz de Cristo. Estáis llamados a transmitirla a las generaciones futuras.
En este momento quiero dirigir una llamada especial a los jóvenes del continente latinoamericano, donde este año se celebra el V Centenario de la primera evangelización. Este acontecimiento, de gran importancia para toda la Iglesia, es para vosotros un motivo para dar gracias al Señor por la fe que os ha dado y para renovar vuestro compromiso frente a los desafíos de la nueva evangelización, en el umbral del tercer milenio.
6. Con la publicación de este mensaje, se abre el camino de preparación espiritual para la celebración de la próxima Jornada mundial de la juventud, que os reunirá alrededor de vuestros obispos, el Domingo de Ramos.
Pero el carácter ordinario de la celebración no puede significar un compromiso menor. Por eso, os invito a vosotros, jóvenes, a los animadores de la pastoral juvenil y a los responsables de los movimientos, asociaciones y comunidades eclesiales a intensificar el esfuerzo, para que este camino se transforme en una verdadera escuela de evangelización y de formación apostólica.
Espero que muchos jóvenes y muchas jóvenes, animados por un sincero celo apostólico, quieran consagrar su propia vida a Cristo y a la Iglesia como sacerdotes, religiosos y religiosas, o como laicos dispuestos también a dejar el propio país para ir a donde escasean los obreros de la viña de Cristo. Escuchad, por tanto, con atención la voz del Señor, que hoy no cesa de llamar del mismo modo que llamó a Pedro y a Andrés: "Venid conmigo y os haré pescadores de hombres" (Mt 4, 19).
Al aproximarnos al año dos mil, la Iglesia siente la exigencia de un nuevo impulso misionero y, por este motivo, queridos jóvenes, tiene mucha esperanza en vosotros. No os olvidéis de dar gracias todos los días al Espíritu Santo, que continúa encendiendo tantas llamas de compromiso apostólico en la Iglesia de hoy. Las comunidades parroquiales vivas y dinámicas constituyen un terreno muy fértil, lo mismo que las asociaciones, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades que crecen y se difunden con tanta abundancia de carismas, sobre todo en los ambientes juveniles. Esto es un nuevo soplo que el Espíritu Santo infunde en nuestro tiempo: ¡cómo quisiera que esto entrase en la vida de cada uno de vosotros!
Confío a María, Reina de los Apóstoles, la celebración de la Jornada mundial de la juventud 1992. Que ella os enseñe que no hacen falta gestos extraordinarios para llevar a Jesús a los otros. Sólo es necesario tener un corazón lleno de amor hacia Dios y hacia los hermanos, un amor que impulse a compartir los tesoros inestimables de la fe, de la esperanza y de la caridad.
Durante el camino de preparación a la VII Jornada mundial de la juventud, os acompañe, queridos jóvenes, mi especial bendición apostólica.
Vaticano, 24 de noviembre de 1991, solemnidad de nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo.
IOANNES PAULUS PP. II
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