DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DEL ECUADOR
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Martes 11 de diciembre de 1979
Señor cardenal,
amadísimos hermanos en el Episcopado,
1. Me es sumamente grato tener con vosotros este encuentro colegial, en el marco de la visita “ ad Limina ” que estáis realizando los Obispos del Ecuador. Estos días de diálogo intenso acerca de vuestras Comunidades han sido para mí de gran consuelo, a medida que se ha ido desvelando ante mis ojos el dinamismo real y las actuales perspectivas prometedoras de la Iglesia en el Ecuador.
Doy por ello gracias al Señor, “ como es justo, porque se acrecienta en gran manera vuestra fe y va en progreso la caridad; hasta tal punto que me glorío de vosotros por vuestra constancia y fe en los trabajos que soportáis ” por amor a la Iglesia (cf. 2 Tes 1, 3 y ss.).
Vuestra visita es una muestra visible de comunión y unidad fraterna que, tan deseada por el Divino Maestro (cf. Jn 17), se realiza en beneficio constante del único rebaño de Cristo, congregado en torno de sus Pastores.
Esta causa de la íntima comunión dentro de la Iglesia, tutelándola celosamente y reforzándola con todos los medios en cada momento, es una de las finalidades esenciales del encuentro con quien, como Sucesor de Pedro y cabeza del Colegio apostólico, está colocado por voluntad divina como centro y garantía de unidad en la fe y en la caridad eclesiales (cf. Lumen gentium, 23).
Por ello, a la vez que os expreso mi vivo gozo por la unión de mentes y corazones que existe entre vosotros, os aliento a preservar siempre ese don precioso, de modo que en todas vuestras iniciativas y orientaciones como Pastores se irradie la unión fraternal y, como reflejo de ello, se corrobore la solidaridad de intentos en las comunidades cristianas a vosotros encomendadas.
2. El primer campo al que esa vivencia unitaria se traspasará muy benéficamente será el de los sacerdotes y colaboradores más inmediatos vuestros en el cuidado de las almas. Se impone ahí una actitud verdaderamente eclesial y que se hace tanto más imperiosa cuanto mayores son las exigencias de suficientes fuerzas evangelizadoras. Estas, precisamente por ser hoy insuficientes, tienen creciente necesidad de evitar dispersiones, que pudieran resultar inútiles y aun esterilizantes.
Sé bien que la preocupación por lograr un número adecuado de agentes de pastoral ecuatorianos está viva en vuestra solicitud y programas de Pastores. En efecto, vuestro sincero reconocimiento por la valiosa ayuda que recibís de otras comunidades hermanas. no cancela en vosotros la conciencia del vacío existente y de la necesidad de un esfuerzo reforzado por conseguir suficientes vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
Aliento y bendigo con todas mis fuerzas esos propósitos vuestros, así como la solicitud encaminada a lograr una formación idónea para todo el personal apostólico en los Centros que la Iglesia tiene establecidos a diversos niveles. No dejará de dar, y ya los está dando, frutos conspicuos de evangelización la entrega cuidadosa de la Jerarquía a la promoción de esos Centros eclesiales, que tanto pueden contribuir al bien de vuestras diócesis y de la pastoral colectiva.
3. El objetivo que deben proponerse todos los agentes de apostolado es el de lograr una evangelización verdaderamente sólida y profunda, centrada en Cristo, Hijo de Dios, Redentor y esperanza del hombre.
Sé que estáis estudiando con atención el Documento de Puebla, al que deseáis dedicar una asamblea nacional, a fin de aplicar sus directrices a toda la Iglesia en Ecuador. Es una decisión que merece mi aplauso, ya que son muchas las iniciativas concretas que ello os ayudará a tomar en el importante terreno de la evangelización, que constituye la misión esencial de la Iglesia.
En el ejercicio de esa misión, hay que tener bien presentes las circunstancias concretas de los fieles. Vuestro pueblo, en efecto, cuenta con una buena base religiosa, que ha conservado de modo admirable, a pesar de las difíciles experiencias por las que ha pasado en el curso de su historia. La religiosidad de ese pueblo, que se profesa católico en su gran mayoría, se expresa con frecuencia en formas de piedad popular que se orientan sobre todo hacia la devoción a la Eucaristía, al Sagrado Corazón, a la Santísima Virgen y a los Santos.
Teniendo esto presente, habrá que procurar una evangelización cada vez más profunda, valorizando ese sustrato religioso, orientando sus manifestaciones, completándolas, purificándolas en lo que sea necesario.
Así se hará pasar a los fieles hacia una fe adulta, ayudándoles a superar los fenómenos de la secularización en sus vertientes negativas de ignorancia religiosa, indiferentismo, materialismo práctico o doctrinal. Y así podrán también vencer los influjos ajenos que pueden cuestionar su fidelidad a Cristo y a sus convicciones como católicos; influjos – como bien sabéis – a veces no velados y contra los que hay que inmunizar a los fieles, para que sean siempre conscientes de su fe y mantengan la fidelidad prometida.
Hablando de esa tarea evangelizadora quiero dejar una palabra de particular aprecio y aliento para la Iglesia misionera de vuestro País, que está desplegando una encomiable labor. A cuantos a ella se dedican generosamente, aun en medio de dificultades graves de ambiente, de penuria de personal y de medios; a todas las familias religiosas que prestan tan valiosas energías a ese esfuerzo misionero; particularmente a las Religiosas que a veces escriben páginas tan admirables de vida eclesial, vaya el agradecimiento más sentido, hecho también oración, del Papa y de la Iglesia.
4. La labor evangelizadora, que es la función propia y primaria de la Iglesia, no debe sin embargo, prescindir de lo que es su complemento natural: la preocupación por la repercusión social del Evangelio, que va dirigido al ser humano, visto según el plan divino. En efecto, “ la gloria de Dios es que el hombre viva ” (cf. San Ireneo, Adv Haer., IV, 20, 7; PG 7, 1037). Y que viva según las exigencias de su dignidad como ser creado y como hijo de Dios.
Conozco vuestra sensibilidad de Pastores en ese campo, atentos como estáis al proceso de transición de una civilización preferentemente agraria a otra urbana e industrial, al éxodo de poblaciones campesinas hacia los grandes centros de desarrollo, sobre todo Quito y Guayaquil, a la distribución de la riqueza nacional que a veces queda de modo palpable en manos de privilegiados. Sé que hiere vuestro espíritu la visión de desigualdades exorbitadas, según las cuales junto a algunos sectores de opulencia se dan tantísimos otros de pobreza extrema, si no de miseria, que aquejan a enteros estratos sociales, entre los que está la gran parte de la población indígena.
Todo ello, en el marco de las nuevas fuentes de riqueza en vuestro País, pone desafíos ante los que habéis de dar una orientación y respuesta desde el Evangelio, siguiendo la tradición de los grandes principios de la enseñanza social de la Iglesia.
El documento del Episcopado: “ La justicia social en el Ecuador ” y la deseada opción preferencial por los pobres, han de ir haciéndose realidad vital, dentro del espíritu de comunión eclesial del que antes hablé y manteniendo el insustituible equilibrio entre esa opción y la solicitud pastoral que a nadie excluye, entre evangelización y compromiso por el hombre. Sólo teniendo una clara visión de la Iglesia y de la realidad integral del hombre se podrá avanzar de modo conveniente en ese campo, delicado y exigente a la vez.
5. La juventud ofrece hoy una particular sensibilidad en ese terreno, sin duda alguna con mayor dinámica que en las pasadas generaciones. Hay que estar atentos a muchas intuiciones justas que los jóvenes presentan y a las que esperan una debida correspondencia, así como una obligada respuesta a sus ansias e interrogantes.
El florecimiento, asimismo, de movimientos juveniles en los que se nota la búsqueda de vida espiritual intensa, son otros tantos factores que deben servir de estímulo a la Iglesia en Ecuador para no defraudar nacientes esperanzas.
Ello implica una gran atención a la labor de formación humana de educación en la fe y en el testimonio cristiano de las nuevas generaciones. Todo lo cual, además del ámbito más directamente pastoral, envuelve también el ámbito de la escuela hasta sus grados superiores.
Tratándose de un terreno tan importante, la Jerarquía e Iglesia toda en vuestro País debe empeñarse con todas sus energías en la salvaguardia y renovación de sus propios centros de enseñanza, procurando dar una auténtica educación humana y católica que, superando orientaciones laicistas o materialistas ambientales, forme hombres completos, cristianos cabales, con gran sentido de servicio al bien común. He ahí un fecundo campo de acción pastoral y de meritoria entrega también para laicos conscientes de su responsabilidad dentro de la Iglesia.
6. Mirando a esos grandes objetivos evangelizadores y humanos en Ecuador, he tenido conocimiento de los proyectos existentes en tema de comunicaciones sociales, a fin de potenciar la voz de la Iglesia y darle una mayor difusión.
Os expreso por ello mi más viva complacencia y os aliento a proseguir en esa dirección, usando todos los medios que la técnica nos ofrece para favorecer la irradiación de la verdad salvadora, la educación cultural y humana de las personas más desprovistas de medios de formación, para sostener y defender a la familia y los grandes valores de los que ella es depositaria frente a la sociedad y a la Iglesia.
7. Amadísimos Hermanos: He aquí algunas reflexiones que hace brotar en mí el intenso amor por la Iglesia en Ecuador y por todos y cada uno de sus miembros.
Decidles al regresar a vuestros puestos de trabajo que el Papa aprecia su valentía en la obra de evangelización, su entrega a la Iglesia en el sacrificio, su testimonio en la esperanza, su fidelidad en compartir la caridad. A todos se extiende mi afecto, mi recuerdo en la plegaria, mi cordial Bendición.
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