DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS CONSILIARIOS DE ORGANIZACIONES Y ASOCIACIONES
CATÓLICAS INTERNACIONALES
Jueves 13 de diciembre de 1979
1. Os doy la bienvenida a todos, señor cardenal, a vuestros colaboradores permanentes y a los consultores del Pontificio Consejo para los Laicos, y a todos vosotros, consiliarios de numerosas Organizaciones y Asociaciones Católicas Internacionales, que os habéis reunido en. Roma por vez primera, secundando una iniciativa del Consejo.
Espero que estos pocos días de un encuentro que ha tenido feliz éxito, produzcan frutos excelentes para cada uno de vosotros y las Organizaciones a que dedicáis lo mejor de vuestros talentos y entrega sacerdotal.
2. Os recordaré primero un pensamiento de la Carta que os dirigí el Jueves Santo de este año 1979, pensamiento que debe proporcionaros constantemente gozo, esperanza y consuelo espiritual.
Cuando un sacerdote se detiene un momento a lo largo de su vida y echa una mirada a su sacerdocio, no puede menos de maravillarse ante la magnitud de la gracia que se le ha dado con el sacramento del orden. Los sacerdotes que se prodigan en la tarea a ellos confiada, cualquiera que fuere: ministerio parroquial, enseñanza, formación, y todos, si conservan la conciencia de su vocación de sacerdotes y se esfuerzan por actuar en todo y en todas partes como tales, llegan a constatar, dentro de la variedad inmensa de sus campos de acción, la fecundidad sobrenatural de la gracia sacerdotal que pasa por ellos.
3. En cuanto a vosotros, queridos hermanos, por el momento el Señor os llama a ejercer vuestro ministerio de sacerdotes a tiempo pleno o con dedicación parcial, en el campo muy especial de la asesoría eclesiástica de Organizaciones y Asociaciones Católicas Internacionales.
No necesito manifestaros la estima sincera de la Iglesia hacia las OIC. Estas Organizaciones, muy diversas y unidas desde hace más de 50 años en una Conferencia, revisten un doble aspecto que constituye su riqueza; por una parte, y gracias a sus objetivos apostólico, espiritual y caritativo, posibilitan el que la Iglesia cumpla su misión salvífica en el mundo; por otra parte, y gracias al estatuto de que disfrutan varias de ellas, garantizan una forma particular de presencia de la Iglesia allí donde se juega de modo decisivo la baza compleja, delicada e importante de la vida internacional en su diferentes niveles.
Estas Organizaciones y las otras Asociaciones que aportan idéntico testimonio, están formadas la mayoría por laicos que deben encontrar en ellas la posibilidad de crecer en la fe y en el compromiso apostólico, y también la manera de participar en la vida y misión de la Iglesia.
4. He aquí, queridos amigos, un campo en el que la gracia de vuestro sacerdocio puede desplegarse admirablemente si os mostráis capaces de vivir vuestra vocación de ministros de Jesucristo con autenticidad e intensidad.
Autenticidad quiere decir aceptar vuestra condición de sacerdotes para siempre y sin reservas, una condición con la que habéis soñado cuando erais jóvenes, a la que os habéis preparado con amor y habéis abrazado con entusiasmo el día en que el obispo y el presbyterium os impusieron las manos. Esta condición de sacerdotes os da una identidad clara y precisa en el seno de la Iglesia y en medio del Pueblo de Dios; no hay que diluir esta identidad, ni difuminarla, ni cambiarla con otras identidades. Por el contrario, hay que iluminarla y presentarla a los ojos de todos. En las Organizaciones y Asociaciones en que prestáis servicio —¡no os equivoquéis!—, la Iglesia os quiere sacerdotes, y los laicos con quienes alternáis os quieren sacerdotes y nada más que sacerdotes. La confusión de carismas empobrece a la Iglesia: no la enriquece en nada. Sacerdotes: Sed, pues, artífices de comunión en el seno de estas agrupaciones; sed educadores en la fe, testimonios del Absoluto de Dios, auténticos apóstoles de Jesucristo, ministros de la vida sacramental, especialmente de la Eucaristía, los animadores espirituales que necesitan los laicos, sea para su formación y también para iluminados en su compromiso, con frecuencia muy difícil e incluso arriesgado.
5. Intensidad no es otra cosa sino el fervor espiritual con que debéis vivir vuestra vocación ante aquellos y aquellas de quienes sois Pastores al ser consiliarios eclesiásticos de importantes Organizaciones y Asociaciones Católicas Internacionales. Es necesario recordároslo: la vitalidad y dinamismo apostólicos, la capacidad de entrega, y la eficacia de acción de estas comunidades y agrupaciones, dependen en definitiva en gran parte del valor humano y evangélico de que dé testimonio vuestra vida sacerdotal.
6. No estáis solos. Sabed que el Papa sigue vuestras actividades que resultan tan cercanas a los afanes, proyectos y acción de la Santa Serle, en cuanto que ella es una expresión más amplia de la catolicidad de la Iglesia. Permaneced unidos a vuestros obispos, a vuestros superiores mayores y, a través de éstos, a vuestra familia espiritual. Procurad interesar en vuestro trabajo a los otros sacerdotes con quienes os encontréis; compartid con ellos vuestros afanes y realizaciones; sabed encontrar en los laicos con quienes trabajáis, una renovación de energía espiritual para vuestro sacerdocio y para vuestra vida. Y añado: enriqueced todo esto tratando de reuniros siempre que os sea posible, a fin de iluminaros mutuamente sobre vuestras tareas, ayudaos a crecer en vuestra espiritualidad y en vuestro fervor misionero, y alentaros unos a otros. Estos encuentros pueden ser determinantes para la autenticidad e intensidad de vuestro sacerdocio. Estoy seguro de que el Pontificio Consejo para los Laicos no rehusará ayudaros a celebrar estas reuniones.
Que Cristo Sacerdote, de quien mana la gracia inmensa de nuestro sacerdocio, esté siempre con vosotros y os sostenga en vuestro ministerio. El os bendiga. En prenda de abundantes gracias divinas, en su nombre os doy la bendición apostólica.
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