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VIAJE A LA REPÚBLICA DOMINICANA,
MÉXICO Y BAHAMAS

SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LA COLONIA POLACA DE MÉXICO


Sábado 27 de enero de 1979

 

¡Alabado sea Jesucristo!

Querría deciros ante todo que el Papa es siempre católico, además de que en esta ocasión es polaco: y me alegro mucho de que este Papa católico sea polaco.

No necesito explicaros ampliamente por qué me alegro de esto. Actualmente el hecho de que el Papa católico provenga de Polonia, o como vosotros decís el "Papa-Polaco", me impone primero a mí y también a vosotros, a los polacos en todas las partes del mundo, deberes particulares; no es sólo una fuente de alegría el que podamos encontrar de este modo el sitio en el corazón de la Iglesia, sino que comporta además las obligaciones con que se enfrenta la Iglesia en Polonia y los polacos esparcidos por el mundo, porque los polacos, en cualquier parte del mundo en que se hallen, mantienen vínculos con la patria a través de la Iglesia, a través del recuerdo de la Madre de Dios de Jasna Gora, a través de nuestros santos patronos, a través de los lazos mantenidos gracias a las tradiciones religiosas en las que ha vivido el pueblo durante mil años y vive todavía. Por esto nuestro sitio en la Iglesia —en ella tienen sitio numerosos pueblos y naciones—, el sitio de Polonia en la Iglesia se ha puesto de relieve especialmente hoy, pero con él se nos ha impuesto el nuevo deber de ser todavía más "la Iglesia", y de estar más con la Iglesia. Diría, mirad aún más a la Iglesia como a nuestra patria espiritual.

Queridos compatriotas, os deseo esto de corazón con motivo de nuestro encuentro en tierra mexicana.

Ayer en la catedral hice alusión a la frase que ya tiene derecho de ciudadanía en la historia de la Iglesia y de Polonia: "Polonia semper fidelis (Polonia siempre fiel), y dije también: "Mexicum semper fidele (México siempre fiel). Considero un hecho providencial el que mis primeros pasos fuera de Italia, fuera de Roma, durante mi pontificado, me han traído precisamente aquí, a esta tierra donde sus habitantes, ciudadanos cristianos y católicos, han sufrido tanto por Cristo; esto nos une con ellos; también ellos lo sienten y lo manifiestan. Sin duda la mayor parte de ellos no conocen la historia de Polonia, como nosotros no conocemos la de México, que es más breve —vosotros sois una excepción—, pero sienten que entre ellos y nosotros hay un vínculo espiritual, como una semejanza de destino espiritual; y la Madre de Dios del santuario de Guadalupe nos recuerda vivamente a nuestra Madre de Dios de Jasna Gora. Y por eso hoy, esperando peregrinar al santuario de la Madre de Dios de Guadalupe, vivo los mismos sentimientos que cuando iba —y espero que en un futuro no lejano podré ir todavía— al santuario de la Madre de Dios de Jasna Gora en Czestochowa.

Os diré además que si tuve el valor de emprender este viaje a México, ya en los primeros meses de mi pontificado, para participar en una labor tan difícil como es la Conferencia de los Obispos Latinoamericanos en Puebla, lo hice guiado por la confianza en la Madre de Dios, por su ayuda; como me ayudó en Polonia, en Cracovia, así me ayudará también aquí en México, aunque éste es un mundo distinto, el Nuevo Mundo, gente distinta, pero tan cercana.

Debo confesaros que estoy profundamente emocionado por el recibimiento con que me ha acogido toda la sociedad y la nación mexicana, sobre todo en esta gran ciudad con 12 millones de habitantes.

Tengo confianza en que la Madre Santísima me ayudará en el trabajo que se presenta ante nosotros, ante mí. Creo que la experiencia adquirida durante 20 años como obispo en Polonia me ayudará a ver tantos problemas que aún atormentan como nuevos, como no concretados en la mentalidad del pueblo, y quizá tampoco en la mentalidad de los sacerdotes de este continente, y me ayudarán a encontrar la respuesta sencilla y clara esperada por todos, porque éste es el deber del Papa: hablar de manera sencilla y clara, y así confirmar a sus hermanos.

Me parece que he terminado. Espero que vosotros, mis compatriotas, unidos de modo particular al Papa, velaréis con vuestras oraciones, con vuestros pensamientos, con vuestra entrega, para que en el continente latinoamericano, en el centro de América que está en México, este vuestro Papa-Polaco, como decís, apruebe el examen de Papa verdaderamente católico.

Y esto es todo, no hablaré más. Mejor hubiera querido escuchar todo lo que me dijerais de vosotros mismos. Es verdad que se pueden encontrar polacos en todos los continentes y probablemente en todos los países. Se puede decir que éste es nuestro destino, vale decir nuestra misión de estar presentes en los diversos pueblos de la tierra.

Querría saber de vosotros cómo habéis venido aquí. Supongo que a la mayoría os han traído las vicisitudes de la segunda guerra mundial. De todos modos, os agradezco mucho este encuentro.

Debéis excusarme por haber llegado con retraso, pero el Papa jamás llega tarde. Nunca llega tarde porque siempre tiene mucho que hacer, y además porque le vigila siempre su secretario, y entonces, aunque haya llegado con retraso, no ha llegado tarde.

Deseo abrazaros una vez más a todos con el corazón y bendeciros en este nuestro camino polaco y católico.



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