PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA
PALABRAS DE DESPEDIDA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN EL AEROPUERTO DE FIUMICINO, ROMA
Sábado 2 de junio de 1979
En el momento de dejar el querido suelo de Italia para dirigirme al querido suelo de Polonia, tengo la viva impresión de que el viaje se realiza como entre dos patrias y, casi por un contacto físico, sirve para unirlas más todavía en mi corazón. Dejo la patria de elección, donde me ha llamado la voluntad del Señor para un singular servicio pastoral, y voy a la patria de origen, que dejé apenas hace algunos meses: es, pues, un retorno al que seguirá en breve otro retorno, después de haber recorrido un itinerario que —lo mismo que mi anterior viaje a México— se inspira expresamente en una motivación religiosa y pastoral.
En efecto, guía mis pasos la celebración del jubileo de San Estanislao, obispo y mártir: su holocausto por la fe, acaecido hace nueve siglos, se inscribe —del mismo modo que el precedente y fundamental Millennium Poloniae— entre los más relevantes acontecimientos histórico-religiosos de mi tierra natal, por lo que hace tiempo se decidió conmemorarlo con celebraciones apropiadas y solemnes. Y yo, que ya había tomado parte en la realización de un vasto programa de animación espiritual con vistas a esta fecha, no podía faltar a esta cita con mi gente, y estoy muy agradecido a la invitación del Episcopado polaco, con su primado cardenal Stefan Wyszynski.
Si Dios quiere, llegaré primero a Varsovia, la gloriosa capital, antes tan probada y que ahora ha resurgido laboriosa y llena de vida. Luego, visitaré Gniezno, ciudad que fue la cuna de la fe cristiana para la nación polaca, porque allí fue bautizado el Soberano Mieszko el 996, y que se distingue por el culto al Patrono San Wojciech; después el célebre santuario mariano de Czestochowa; y finalmente Cracovia, a la que con afecto perenne sigo llamando "mi" ciudad: antigua capital de Polonia, fue la sede episcopal del mártir Estanislao, y para mí, próxima a Wadowice, ciudad de mi juventud y campo de apostolado durante treinta años. En Cracovia adquiere relieve el motivo, diría, personal del presente viaje, porque allí encontraré a la Iglesia de la que provengo.
Pero hay también un motivo internacional, y a este respecto quiero recordar el mensaje, tan deferente y gentil, que me llegó de parte del profesor Henryk Jablonski, Presidente del Consejo de Estado de la República Popular de Polonia, el cual me manifestó, también en nombre del Gobierno polaco, la satisfacción de toda la comunidad nacional por el "hijo del pueblo polaco" que, llamado a la dirección de la Iglesia universal, se dispone a visitar la madre patria. Se trata de un gesto que es y será siempre para mí motivo de vivo agradecimiento. Por esto renuevo el aprecio más sincero a las autoridades del Estado polaco, mientras confirmo cuanto ya he manifestado en la carta de respuesta: esto es, mi adhesión a las causas de la paz, de la coexistencia y de la cooperación entre las naciones; el deseo de que mi visita consolide la unidad interna entre los amados compatriotas y sirva, además, al desarrollo ulterior de las relaciones entre Estado e Iglesia.
Con estos sentimientos y pensamientos me dispongo a partir, llevando conmigo también el deseo de mi predecesor Pablo VI. Llevo conmigo el recuerdo de vuestras personas, autoridades y señores todos, que con tanta amabilidad —por la que os estoy sinceramente agradecido— habéis venido a presentarme el saludo de despedida. Llevo conmigo, sobre todo, el vínculo de afecto que me une a la queridísima Italia y a sus ciudadanos.
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