PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA
DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS CARDENALES Y OBISPOS
INVITADOS A LA CELEBRACIÓN DE SAN ESTANISLAO
Sábado 9 de junio de 1979
Venerables hermanos,
ilustres señores:
Estoy verdaderamente contento de poderme encontrar con vosotros, huéspedes de la Iglesia de Polonia, llegados de diversas naciones para participar en las solemnes celebraciones jubilares con ocasión del IX centenario del glorioso martirio de San Estanislao de Szczepanów, obispo de Kraków (Cracovia). Deseo expresaros una vez más mi vivo agradecimiento, porque os habéis adherido amablemente a estas celebraciones, asegurando incluso vuestra presencia, cuando el venerado primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszynski, y yo, entonces arzobispo metropolitano de Kraków, os habíamos hecho llegar nuestra cordial invitación.
1. Estas celebraciones centenarias han adquirido un significado especial y una amplia resonancia también con motivo de que por un misterioso designio de la Divina Providencia, en el pasado octubre fui llamado por los eminentísimos cardenales electores, de la sede de San Estanislao a la Cátedra de San Pedro. He querido participar ahora, como huésped, en el solemne jubileo con los fieles de Polonia y con los peregrinos de todo el mundo, para exaltar juntos la gloriosa figura de mi santo predecesor en la sede de Kraków, y para pedir, al comienzo de mi pontificado, su celeste protección en el cumplimiento de mi nuevo universal servicio pastoral.
Estanislao había nacido en la primera mitad del siglo XI, en la localidad de Szczepanów, en las cercanías de Kraków. Por su profunda piedad y su preparación cultural fue nombrado canónigo de la catedral por el obispo Lamberto Zula. A la muerte de Lamberto, el Papa Alejandro II, a petición del clero, del pueblo y del mismo Rey, Boleslao II el Audaz, elevó a Estanislao a la sede de Kraków.
Dice la historia que las relaciones entre el obispo Estanislao y el Rey Boleslao II, serenas al principio, se deterioraron después a causa de las injusticias y crueldades cometidas por el Rey con sus súbditos. El obispo de Kraków, auténtico "buen Pastor" (cf. Jn 10, 10. 14), defendió a su grey. El Rey respondió con la violencia. El obispo Estanislao fue matado mientras celebraba la Eucaristía. Todavía están bien visibles las señales de los duros golpes mortales en el venerado cráneo del mártir, preciosamente conservado en el artístico relicario.
2. Desde entonces, San Estanislao se convirtió en el Patrono de Polonia, el bienhechor y protector especialmente de la gente pobre; pero se ha convertido, sobre todo, en ejemplo de los obispos, por haber transmitido y defendido el sagrado depósito de la fe con fortaleza intrépida y con espíritu diamantino; y ha sido considerado desde hace siglos un testigo insigne de la auténtica libertad y de la síntesis fecunda que se realiza en el creyente entre la lealtad a la patria terrena y la fidelidad a Iglesia, que vive en la perspectiva de la ciudad definitiva y futura (cf. Heb 13, 14).
Después de nueve siglos, la personalidad y el mensaje de San Estanislao conservan una actualidad extraordinaria. tanto por el ejemplo de su vida de Pastor de una porción del Pueblo de Dios, como por el testimonio cruento de su martirio. Pero San Estanislao es cierta y especialmente "el hombre" de su época: su ministerio pastoral se desarrolla bajo el pontificado de San Gregorio VII, es decir, en un período en el que la Iglesia reivindica frente a los poderosos de la tierra la propia libertad y la propia originaria misión espiritual. En el siglo XI, Polonia y la Iglesia de Polonia, al comienzo del segundo siglo de su historia, se encontraron también en la órbita de los complejos y delicados problemas, que entonces tenían que vivir y afrontar, tanto Europa, como el mismo cristianismo.
Si el Episcopado polaco se ha permitido invitar a tantos ilustres huéspedes, lo ha hecho precisamente para poner de relieve estos vínculos históricos. Y en nombre de estos vínculos quiero agradeceros vuestra presencia.
Y, por tanto, si en esta ocasión extraordinaria quiero desear algo a todos, es que esta nuestra meditación común sobre los hechos que ocurrieron hace 900 años, nos ayude a ver con mayor perspicacia aún la misión del cristianismo y de la Iglesia en relación con el mundo contemporáneo. Quizá esto tenga una importancia especial para la Europa de hoy, que se encuentra en una etapa de nueva búsqueda de un camino propio y adecuado.
La tarea del cristianismo y de la Iglesia no puede ser otra que una participación creativa en estos esfuerzos. Sólo de este modo, y no de otro, puede expresarse y realizarse nuestra solicitud para preservar y salvaguardar el patrimonio cristiano de Europa y de cada uno de los países europeos.
Con estos deseos os renuevo mis sentimientos de profunda gratitud, e invocando sobre vuestras personas la efusión de los favores celestes, os imparto la bendición apostólica, signo de mi estima y benevolencia.
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