DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A OFICIALES Y AGENTES DE LA POLICÍA DE TRÁFICO ITALIANA
Sábado Santo 5 de abril de 1980
Queridísimos:
1. En este día del "Sábado Santo" , envuelto de místico silencio y de gozosa espera, en la vigilia de la gran solemnidad de la Pascua, habéis deseado venir aquí, a la Casa del Padre común, para presentarme vuestra felicitación.
Os doy las gracias cordialmente, uno por uno, queridos agentes de la "Polizia stradale", que tantas veces me habéis dado escolta con ocasión de mis visitas pastorales. Y extiendo gustosamente mi saludo afectuoso a todos vuestros familiares.
Estoy contento de tener oportunidad de manifestaros mi sentido agradecimiento por el servicio que con frecuencia me habéis prestado en mis salidas de la Ciudad del Vaticano. Quiero manifestaros cuánto aprecio este trabajo vuestro, a veces incluso gravoso, pero que vosotros desarrolláis con diligente solicitud y con encomiable competencia.
Sabed que el Papa os estima, os acompaña en vuestras aspiraciones y en vuestros afectos familiares, y reza por vosotros.
Que este trabajo vuestro os sirva de estímulo también para un sincero compromiso de vida honesta y genuinamente cristiana.
2. A vosotros y a vuestras familias os presento mis felicitaciones más cordiales de una santa Pascua. Pascua, vosotros lo sabéis bien, para el cristiano significa gozo y alegría; alegría que nace de la certeza de que Cristo ha muerto en la cruz para la salvación de los hombres y ha resucitado realmente para confirmar la divinidad de su Persona y de su misión.
Que el Señor os conceda poder gustar siempre profundamente la alegría pascual, incluso en las dificultades de la vida y en las vicisitudes a veces dolorosas de la historia. Que el Señor os ilumine para que también vosotros seáis testigos de la resurrección de Cristo con vuestra fe convencida, con vuestra honradez, con vuestra fidelidad al deber y a la familia. Con el sentido de la oración y con la bondad.
"Cristo ha resucitado, aleluya", así canta la liturgia estos días en la solemnidad conmovedora de sus ritos.
Y puesto que Cristo ha resucitado, cada uno de los hombres y su trabajo, si se une a El y se inserta en El, está verdaderamente redimido y santificado: Cristo será nuestra Pascua eterna.
Deseo que paséis estos días animados por estos sentimientos, mientras, con particular benevolencia, os imparto a vosotros y a todos vuestros seres queridos, mi bendición apostólica.
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