DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PEREGRINOS DE LAS DIÓCESIS ITALIANAS DE RÍMINI,
SAN MARINO-MONTEFELTRO, CESENA Y SARSINA
Sábado 19 de abril de 1980
Hermanos e hijos queridísimos
de las diócesis de Rímini, San Marino-Montefeltro,
Cesena y Sarsina:
1. Bienvenidos a la casa del Papa vosotros que traéis el entusiasmo, vigor y tenacidad de la gente de Romaña, la antigua Romandiola recorrida por legiones de peregrinos y romeros piadosos, la cual, por ser el último destello del Imperio de Oriente en el suelo itálico, ha mantenido relaciones estrechas con esta Sede Apostólica en el pasado. En efecto Romaña, región de alma ardiente y corazón generoso, mantuvo siempre a lo largo de los siglos vínculos especiales con el Romano Pontífice; vínculos que han sido ciertamente reforzados y transfigurados por los de la fe que vosotros habéis querido poner de relieve hoy en esta audiencia tan importante.
Después de haber escuchado con grandísima complacencia las palabras nobles y afectuosas de vuestros amados obispos que han querido presentarme la pleitesía de vuestros sentimientos, dirijo a cada uno de vosotros mi saludo paterno, mi bienvenida jubilosa, mi agradecimiento ferviente por esta visita tan deseada, que auguro junto con vosotros y vuestros Pastores, sea de gran provecho espiritual con vistas a un testimonio cristiano cada vez más auténtico, cada vez más creíble, siempre más jubiloso y pascual.
2. Ante todo dirijo mi saludo cordial a los queridísimos fieles de las diócesis de Rímini y San Marino-Montefeltro, presididos por el obispo, mons. Giovanni Locatelli, que con gran celo ha querido preparar las conciencias a descubrir y captar el significado verdadero de esta peregrinación, para que resulte un tiempo fuerte de evangelización y catequesis, no sólo para los que en ella toman parte, sino para cuantos han acompañado e impulsado el viaje con su interés y colaboración.
Queridos riminenses, sanmarinenses y fieles de Montefeltro: Vuestra fe, de tan antiguo origen, es un patrimonio precioso que constituyó para vuestros antepasados el valor fundamental de su vida ya desde los primeros siglos del cristianismo, desde los tiempos de San Gaudencio, San Marino y San León; les dio la clave de interpretación de los acontecimientos cotidianos y de las grandes páginas de la historia; iluminó en sus mentes el sentido verdadero del trabajo, el dolor y la muerte; les dio la alegría de vivir como hijos de Dios. Los santos que nacieron y crecieron en vuestras familias: Santa Paula de Roncofreddo, los Beatos Simón Balacchi y Juan Guéruli, la Beata Clara de Rímini y el Beato Amado Ronconi y Alejo de Ríccione; así como también los santos insignes que predicaron y dieron testimonio de la Palabra de Dios en vuestras sonrientes llanuras y en vuestras plazas, hervideros de comercio; como San Francisco de Asís y San Antonio de Padua; todos os han construido una herencia inestimable que ahora estáis llamados no sólo a defender denodadamente, sino también a acrecentar, valorar e impulsar.
Queridos fieles: El don de la fe que se os ha puesto en las manos ya desde la primera infancia, se debe valorar hondamente y defenderlo hoy de ese pluralismo ideológico, sobre todo, que intenta por desgracia, debilitar toda certeza y arrebatar al espíritu esa unificación interior, la única que le capacita para hacer frente a los riesgos diarios y a las tentaciones constantes del vivir. Ante todo quisiera atraer vuestra atención sobre la necesidad de profundizar en la fe a través de una obra sistemática y sólida de catequesis, mediante un empeño de todos por una instrucción religiosa que se valga de todos los medios disponibles, con el fin de que los estupendos valores espirituales de vuestro pueblo se vivan con conciencia creciente. La formación catequética de los niños requiere esfuerzo constante, metódico, no apático; y no puedo menos de urgir a los sacerdotes y a todos los operadores eclesiales a que se dediquen a ello con celo y sistematicidad paciente para que las pequeñas mentes descubran las verdades eternas que habrán de plasmar, impregnar y dirigir su vida.
Además, con la Carta pastoral que dirigió a la diócesis, con ocasión de la última Cuaresma, vuestro obispo solicitó vuestra atención y responsabilidad sobre el problema del seminario. También yo deseo estimularos vivamente a este respecto y expresar un auspicio grande y ferviente desde lo hondo del corazón. No hay defensa ni crecimiento en la fe si no hay sacerdotes dignos, dotados de una preparación humana, cultural y espiritual sólida, que los capacite para el delicado oficio de Pastores del Pueblo de Dios. El lugar privilegiado donde nace una vocación y donde el Señor deja oír su invitación, es sin duda alguna la familia, centro de afectos y fragua de fe; la familia está llamada a desear y alimentar con valentía y sentimientos cristianos la entrega de la vida al Señor. Por otra parte, la responsabilidad de la familia se corresponde con otra igualmente primaria, la del seminario, que ofrece ambiente de serenidad, orden, ejemplaridad y certeza en la fe. Sintámonos, pues, unidos todos en la oración para que brote de la familia y el seminario una acción espiritual formadora que jamás ceda ante la duda o la perplejidad. El joven necesita encontrar un clima que favorezca su encuentro con Cristo Señor y alimente su donación con la seguridad, incluso sicológica.
Os sirva de ayuda en estas resoluciones y propósitos el recuerdo constante de mi oración.
3. Llegue ahora mi palabra igualmente afectuosa y alentadora, a los queridísimos fieles de las diócesis de Cesena y Sarsina, que se extienden desde los Apeninos rocosos y severos hasta el acogedor mar Adriático, abarcando una llanura fértil y rica, rebosante de frutos y promesas, que trae a la memoria el verso de vuestro poeta: "Romagna solatia dolce paese".
También vosotros habéis querido venir a Roma para encontraros con el Papa y escucharle, acompañados de vuestro Pastor, el obispo mons. Luigi Amaducci, que junto con su distinguido presbiterio ha pensado con intuición eclesial que esta peregrinación grandiosa fuese el primer acto de preparación a los actos conmemorativos del año 1982, segundo centenario de la coronación de la imagen de vuestra querida Virgen del Pueblo, protectora de la ciudad y diócesis de Cesena; coronación que realizó mi gran predecesor el Papa Pío VI, ilustre conciudadano vuestro.
Como ha recordado vuestro amado obispo, Cesena es conocida con gloria en la historia de la Iglesia por muchos motivos, y tiene también un vínculo afectivo con Polonia; mientras Sarsina, centinela y vigía de la fe en las cimas y valles de los Apeninos, resplandece por la vetusta identidad cristiana que encontró en el obispo San Vicinio expresión concreta y eficaz, viva todavía y. circundada de devoción.
Dado el motivo principal de esta peregrinación vuestra, no puedo dejar de exhortaros a una devoción a María cada vez más auténtica y vivida. ¿En qué consiste y cómo se actúa en la realidad de cada día? Hemos hablado del peligro que acecha a la vida cristiana por causa del pluralismo ideológico; pero existe otra asechanza igualmente insidiosa e insinuante en relación con vuestra adhesión a Cristo: el bienestar que lleva a la mentalidad del consumismo y, junto con esto, a la autonomía de la ley moral.
María Santísima que es Madre de Cristo y Madre de nuestra vida espiritual, quiere imprimir en nosotros la certeza práctica de que nuestra riqueza verdadera está en la vida de la gracia que se nos ha dado por Jesús en el bautismo, la cual orienta nuestras aspiraciones existenciales más profundas hacia las realidades supremas. Por consiguiente, aunque estéis inmersos en tantos y tan valiosos intereses de la actividad económica, en la que vuestro contexto social es febril, no olvidéis la riqueza interior de vuestra pertenencia a Cristo; sino por el contrario, cultivadla.
Finalmente quisiera recomendar a vuestra consideración de fe la salvación de la institución familiar que ha constituido durante siglos una característica del cristianismo y de la civilización Romaña. Los factores determinantes del nuevo comportamiento son muchos; estos han de ser analizados y estudiados en su etiología. Pero que se abra camino en el corazón de los jóvenes la certeza, ante todo, de que no puede darse amor verdadero, perseverante y fiel sin Cristo y sin su gracia, sin una donación que los sacramentos corroboran, alimentan y restauran.
Hermanos e hijos queridísimos:
En el Evangelio de esta mañana se lee que los Apóstoles subieron a la barca para atravesar el lago de Genesaret. Estaba ya oscuro y el mar agitado, mientras Jesús no estaba con ellos. De repente vieron al Maestro caminar sobre las aguas y sintieron miedo. Pero El les dijo: "Soy yo, no temáis" (cf. Jn 6,16-21). Pues bien, queridos fieles, también en nuestras almas y en la vida de nuestras familias, parroquias, y diócesis, puede levantarse un viento tan impetuoso y rugiente que suscite temores y perplejidad, pero Jesús está con nosotros y nos advierte: "Estoy yo aquí, no temáis".
Os confío a todos a la Virgen de la Piedad, a la Virgen de la Misericordia, a la Virgen del Pueblo, a María Santísima venerada con tanta devoción en numerosos santuarios diocesanos vuestros; y os imparto con amor la bendición apostólica que deseo extender con cariño paterno a toda la Romaña.
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