ENTREVISTA CONCEDIDA POR EL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL DIRECTOR DEL SEMANARIO «TYGODNIK POWSZECHNY»
DE CRACOVIA *
P. Hemos llegado ya a la séptima de las peregrinaciones apostólicas que Vuestra Santidad ha realizado en varios países del mundo, además de los numerosos viajes por Italia. El carácter y el significado de estos viajes son, en conjunto, conocidos por todos. A Vuestra Santidad querría preguntarle cuáles son las finalidades principales de estas peregrinaciones.
R. He intentado dar una respuesta a esta pregunta recientemente, cuando hablé a los colaboradores de la Curia Romana. En la vigilia de la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo les invité al Aula Pablo VI para un encuentro especial, durante el cual les expuse las tareas y los compromisos principales de este pontificado. Tareas y compromisos en los que toma parte toda la Curia Romana: cardenales, obispos, sacerdotes y numerosos laicos. Dediqué una parte relevante de mi discurso al problema que usted plantea, es decir, al problema de mis viajes-peregrinaciones. A veces se oye decir que estos viajes son demasiado frecuentes. Sin embargo, cada uno de ellos tiene lugar como consecuencia de una invitación, es decir, de alguna necesidad que me presenta alguna Conferencia Episcopal, alguna Iglesia local y por tanto, se podría decir, la "base". Además, en estas peregrinaciones veo un modo de realizarse de la Iglesia hoy, muy necesario. La Iglesia, de alguna manera, tiene que poder mirarse a sí misma.
Así como en cada parroquia es útil y necesario el encuentro de los fieles no sólo con su párroco, sino también con su obispo, es igualmente necesario que la Iglesia de vez en cuando se reconozca en la dimensión de la unidad y de la universalidad que le es propia. La presencia del Papa responde precisamente a este servicio. Creo que en el origen de estas invitaciones, tan numerosas y procedentes de todas las partes del mundo, está esa necesidad.
Por otra parte, no soy el primero que se ha movido en esta dirección. Los primeros pasos fueron dados por Juan XXIII. En realidad, su viaje antes del Concilio tuvo un significado más bien simbólico, ya que fue a Loreto. De todas formas, estaba en las previsiones que el Papa, en el futuro, tendría que viajar mucho más. El verdadero pionero fue Pablo VI: salía del Vaticano hacia las metas más variadas; la primera fue Tierra Santa. Yo, por tanto, continúo sencillamente en esta línea que me parece ampliamente motivada bajo el punto de vista teológico e histórico.
Cuando hablo de la realidad histórica pienso también en el desarrollo de los medios de transporte, en cierto sentido providencial también para la tarea pastoral y apostólica. Sin duda, viajes de este tipo serían mucho más difíciles sin estos medios modernos. Sin embargo, sabemos que ésta es precisamente la tradición apostólica: la Iglesia inició su propia misión como ecclesia itinerans, sobre todo por obra de San Pablo; y en cierto sentido ha sido siempre ecclesia itinerans. Esto en cuanto a la primera pregunta.
Sin duda, cada viaje tiene también una finalidad propia en relación con la procedencia de la invitación y las circunstancias que lo han sugerido.
P. Cada viaje, pues, presenta características diferentes. ¿En qué se distingue la peregrinación a Brasil de las anteriores?
R. En cierto sentido es como la continuación del viaje realizado a México, sobre todo porque aquel estaba relacionado, como se sabe, con la reunión plenaria del CELAM, Consejo de las Conferencias Episcopales de América Latina, y por tanto era un viaje hacia toda la parte central y meridional del continente americano. Después de aquel viaje y de la misión ligada a él, dirigida a toda América Latina, habrían tenido que realizarse viajes más articulados a cada país. En esto, sin ninguna duda, Brasil, por numerosos motivos, podía tener derecho a la prioridad. Pero el hecho mismo de que el viaje a Brasil ha a sido el primero en realizarse deriva di circunstancias concretas. Casi inmediatamente después de la visita a México y la Conferencia de Puebla (enero-febrero 1979), el cardenal Lorscheider me dirigió la invitación en vista del X Congreso Eucarístico Brasileño que habría de tener lugar en Fortaleza, dentro del ámbito de su archidiócesis, en el verano de 1980. A esta motivación se añadía otra: la consagración de la nueva basílica en el mayor santuario mariano de Brasil, Aparecida. Finalmente, una circunstancia de carácter general: el XXV aniversario, es decir, el año del "jubileo de plata" de la institución del CELAM, que tuvo lugar en 1955, en Río de Janeiro.
Como es fácil observar, el viaje a Brasil estaba ligado originariamente a las finalidades concretas que acabo de indicar y a las tres peticiones correspondientes. Sin embargo, enseguida se vio claramente que no podíamos limitarnos a esto. A esas primeras invitaciones se añadieron otras. En el caso de Brasil, además, no se podía proceder como en Estados Unidos, es decir, visitando sólo una parte determinada del país. También en los Estados Unidos el número de las invitaciones dirigidas al Papa era superior al de los lugares visitados durante el viaje. Pero, en el caso de los Estados Unidos, fue más fácil poner límites de tiempo y espacio, dejando el resto para "otra ocasión". Para Brasil, en cambio, esto era, por varios motivos, imposible y, de todas formas, inoportuno. Era, pues, necesario realizar sencillamente una peregrinación por todo Brasil, de Sur a Norte, teniendo en consideración por lo menos una parte del "interior" de este inmenso país, haciendo escala en trece localidades, juzgadas puntos clave después de numerosas consideraciones.
Así creció un viaje que ha resultado el más largo entre los realizados hasta ahora. En efecto, ha durado unos doce días. También por lo que respecta al clima, el viaje se ha distinguido de los anteriores porque se ha desarrollado entre el casi invierno del Sur y el verano perenne del Norte. De esta manera, este viaje ha resultado diferente de los anteriores, por lo menos en sus aspectos externos.
P. ¿Qué problemas de la Iglesia en Brasil considera Vuestra Santidad como principales?
R. Pienso que la respuesta a esto se pueda resumir en una ulterior pregunta: la pregunta que se ha hecho la Iglesia en Brasil durante el Congreso Eucarístico. Precisamente esa pregunta se ha convertido en el tema del Congreso. He aquí cómo suena en lengua brasileña, es decir, en portugués: "para onde vais?" (¿Dónde vas?, ¿dónde vamos?). He hecho mía esta pregunta como "leitmotiv", como pregunta guía de mi peregrinaje a través de Brasil, considerando que ella contiene ya alguna característica de la Iglesia brasileña. Es una Iglesia que se interroga a sí misma sobre el camino que ha de recorrer. En realidad, la pregunta "para onde vais?" propuesta en el Congreso de Fortaleza estaba más circunscrita a su aspecto teológico-social. Se trataba sobre todo de la cuestión de la migración interior, convertida hoy en un inmenso problema social y también en un problema pastoral igualmente grande para el país y para la Iglesia. Pero es fácil ampliar la expresión arriba citada. Y yo la he ampliado en mi reflexión, pensando en la situación de Brasil y de la Iglesia en ese país y transformando cada encuentro a lo largo del recorrido del viaje, en momentos de preparación al encuentro en torno a la Eucaristía, que tendría lugar durante el Congreso de Fortaleza.
Si la Iglesia en Brasil se hace esa pregunta simbólica, "¿dónde vas?", lo hace precisamente en nombre de la conciencia que en medida fundamental ha adquirido junto con la Iglesia universal, gracias al Concilio Vaticano II. El Concilio de nuestra época exige, de alguna manera, que la Iglesia en cada país y, en el caso concreto, la Iglesia en Brasil, se haga a sí misma esta pregunta: ¿dónde ir?, es decir, quién tengo que ser, quién tengo que llegar a ser para responder a la verdad sobre la Iglesia, como se refleja en la enseñanza del Vaticano II. para convertirse en esa Iglesia que surge de la Lumen gentium y de la Gaudium et spes. O lo que es lo mismo, ¿cómo ser una Iglesia "en el mundo contemporáneo"? Una Iglesia que hunde sus raíces profundamente en el destino del hombre, en las alegrías y en las esperanzas, pero también en las dificultades y en los sufrimientos de los pueblos, de las comunidades, de las sociedades.
A través de esta interpretación de la pregunta "para onde vais?" sin duda nos acercamos mucho más a una problemática más detallada del Congreso Eucarístico de Fortaleza. Pero antes que nada esto nos permite reconfirmar toda la Iglesia en su identidad brasileña, en su misión brasileña, como la Iglesia de todo el Pueblo de Dios, una Iglesia que quiere ser la vía del hombre y que se abre a todos los problemas humanos y sociales.
P. Santo Padre, la Iglesia en Brasil presenta difíciles problemas pastorales, sufre por el número insuficiente de sacerdotes, acusa la carencia de vocaciones sacerdotales y por consiguiente, a pesar del trabajo infatigable del clero, se tiene la impresión de una evangelización tal vez superficial de esta joven Iglesia, un milenio más joven que muchas Iglesias europeas. Santo Padre, ¿cómo mira al futuro de la misión pastoral de la Iglesia brasileña?
R. A este respecto, es necesario fijarse ya en aspectos concretos. Hasta ahora, cuanto hemos dicho se refería a problemas de fondo. Es claro que debemos reconocer que la Iglesia en Brasil atraviesa una difícil situación pastoral y entre las dificultades principales destaca la de la escasez de clero, del número exiguo de sacerdotes. La media de un sacerdote por cada diez mil bautizados es desproporcionada, por debajo, según nuestra experiencia, de toda norma razonable. He ahí una de las preguntas a las que la Iglesia en Brasil debe encontrar respuesta no sólo de modo teórico, sino, sobre todo, de manera concreta, en el próximo futuro. Quiere decir que debe poner mucho interés en incrementar las propias vocaciones. Sobre ese tema he tenido un número considerable de coloquios con los obispos no sólo brasileños, sino también de todo el continente sudamericano, en cuanto que, de dos años para acá, precisamente esos obispos, este año de Brasil y el año pasado de los otros países de América Latina, llegan a Roma en visita ad Limina. Las conclusiones de estos coloquios son, al menos parcialmente, optimistas. La Iglesia en América Latina, y especialmente en Brasil, se da cuenta de la escasez de sacerdotes y de la necesidad de incrementar las propias vocaciones. Subrayo este "propias", en cuanto que, hasta no hace mucho tiempo, la tarea pastoral se basaba sobre todo en el clero de otros lugares, en su mayoría religiosos y de proveniencia europea y norteamericana y, por tanto, en el trabajo de los misioneros. La Iglesia en Brasil y en toda América Latina, en efecto, está seguramente en condiciones para aumentar el número de sus propias vocaciones y de su propio clero.
Indudablemente, tenemos delante una Iglesia joven, y esto no solamente no es defecto, sino más bien una ventaja, como, por otra parte, ocurre con todo hombre. Si, por un lado, se pueden enumerar justamente varias carencias en la evangelización brasileña (o en general sudamericana), por otra se puede y se debe hablar de una cierta intensidad y lozanía de tal evangelización. Ello deriva de la sencillez y de la intensidad de la fe, aunque a veces hayamos tachado de superficialidad la fe y la religiosidad de amplios sectores.
El problema de la "religiosidad popular" ha sido muchas veces objeto de reflexión, especialmente durante el Sínodo de 1974, dedicado a la evangelización del mundo contemporáneo. Igualmente, se trata de él en la Evangelii nuntiandi, documento post-sinodal de gran importancia emanado por el Papa Pablo VI. Siempre que hablo sobre el tema de esta religiosidad propia, me impresiona más que nada su profundo arraigo en los principales misterios de la fe: cruz, Eucaristía, María Madre de Dios, Espíritu Santo (por tanto también Encarnación, redención, santificación). Y si es indudable la necesidad de profundizar en la conciencia de esa fe —lo que significa también la necesidad de una catequesis más sistemática incluso con el fin de purificarla de los diversos "añadidos"— no se puede, sin embargo, dejar de admirar al mismo tiempo en todo esto los frutos de la evangelización comenzando por la originaría y más antigua en el sentido histórico. Las verdades principales de la fe y de la vida cristiana se convirtieron en la esencia de la vida de amplios sectores del Pueblo de Dios. Se convirtieron en su necesidad espiritual. Se convirtieron también en una fundamental osamenta de su apostolado como lo demuestran, de modo destacado, las llamadas "comunidades de base".
Creo también que los representantes de la "civilización atlántica" y especialmente los europeos deben estar mucho más atentos al aplicar sus propios criterios de juicio a la religiosidad sudamericana. Es importante no sólo el hecho de que nosotros somos más antiguos en bastantes siglos que estas sociedades y sus Iglesias, sino, sobre todo, el que ellas son mucho más jóvenes que nosotros. Si deben responder a la pregunta "para onde vais?" deben hacerlo según los criterios propios de su situación socio-religiosa.
P. Puesto que en la vida de la Iglesia en Brasil las comunidades de base desarrollan un papel importante, estaba previsto, como se sabe, un encuentro de esas comunidades con el Santo Padre y una intervención suya, lo que fue impedido por la falta de tiempo. Santo Padre, ¿qué perspectivas ve para estas comunidades, para estos grupos de laicos?
R. Cuando pregunté a los obispos brasileños si estaba previsto un encuentro con las "comunidades de base" me respondieron que no había necesidad alguna de tal encuentro, ya que los representantes de dichas comunidades estaban presentes en todos los encuentros, porque la función de estas comunidades es ser la levadura evangélica en cada uno de los ambientes. Lo que quería decir que al encontrarme, por ejemplo, con las familias, los grupos juveniles, los obreros, etc., me encontraba también con las comunidades de base. Supongo incluso que los líderes de las comunidades de base han sido los promotores y los organizadores principales de estos encuentros en los que han marcado su huella. Por mi parte, había preparado un escrito especial, un particular discurso que no he pronunciado y, por tanto, lo he puesto a disposición de la Conferencia Episcopal Brasileña. Además, he hablado mucho sobre el tema de esas comunidades con los obispos durante las audiencias y en otras ocasiones. Creo que —si prescindimos de ciertos hechos de los que se habla en perjuicio del fenómeno en sí (por ejemplo, de los hechos de politización de algunas de esas comunidades)— las comunidades en cuanto tales son una de las formas más interesantes de la encarnación de la enseñanza del Concilio respecto al apostolado de los laicos. Los laicos se sienten responsables en la Iglesia de manera muy fundamental, lo que se traduce en hacer todo lo posible por crear una comunidad allí donde no existe un sacerdote en torno al cual esa comunidad podía haberse reunido. Entonces forman una comunidad local que desea ser auténticamente cristiana. Desea serlo y así se manifiesta un principio importante: el Pueblo de Dios debe vivir en una comunidad que se reúna sobre todo en torno a la Palabra de Dios y a la Eucaristía. De aquí, en primer lugar, la reflexión sobre la Palabra de Dios, mediante la lectura y el comentario de la Sagrada Escritura, por obra de los laicos preparados adecuadamente, así como incluso, en ausencia del sacerdote, la distribución de la Eucaristía por parte de personas autorizadas para ello (extraordinarii ministri Eucharistiae) que pueden a veces ser una religiosa o un laico. Estas personas, en cuanto "ministros" de las comunidades, no sólo con ocasión de festividades, sino diariamente, tratan de estar preparados para tal función apostólica. A su vez, quienes tienen la cura de almas, especialmente los obispos, se esfuerzan todo lo que pueden a fin de que los guías de las comunidades que concretamente tienen que realizar el ministerio sacro, estén preparados para tal función, bien preparados, preparados del mejor modo posible. Es obviamente también una función de carácter catequético. Se puede suponer que en numerosos casos esa función no es suficiente. Pero también, en cierto modo, es un testimonio elocuente de la necesidad de la Palabra de Dios y de la Eucaristía que palpita en el corazón de esa comunidad del Pueblo de Dios, incluso cuando está privada de la asistencia cotidiana de un sacerdote. En esas condiciones, constituye obviamente una fiesta especial la visita del sacerdote que, de cuando en cuando, puede llevar a cada comunidad la Eucaristía y celebrar la Santa Misa. Los obispos dicen que tales comunidades son para ellos la fuente principal de esperanza para las futuras vocaciones sacerdotales y religiosas. Especialmente sus miembros más jóvenes se dirigen luego hacia los seminarios diocesanos, los cuales se han multiplicado últimamente en Brasil, o a los noviciados de Órdenes religiosas.
P. Vuestra Santidad ha tenido la posibilidad de tomar directamente conciencia de los grandes problemas sociales de Brasil: el problema de la miseria, de la injusticia social, de la falta de respeto a los derechos del hombre. En el estadio de Sao Paulo los obreros hablaron a Vuestra Santidad, en Recife Vuestra Santidad encontró a la población rural procedente de la región más pobre del Nordeste. La visita a las favelas Vidigal y Alagados y el encuentro con los indios de Manaus completan el cuadro. ¿Cómo juzga Vuestra Santidad el papel de la Iglesia brasileña frente a estos problemas?
R. Me interesaba mucho visitar todos los lugares enumerados por usted. Especialmente, me interesaba sobre todo ir a Manaus, porque ése era el único lugar donde todavía podía encontrarme con los indios que viven a la manera tradicional en ese inmenso territorio del Amazonas. Ese tradicional modo de vivir se reduce al ejercicio de la caza y de la pesca. Sobre el resto del territorio brasileño faltan ya las condiciones para eso; allí, en cambio, todavía existen. Y me interesaba mucho también visitar las favelas. Creo que el viaje papal, la peregrinación al corazón del pueblo brasileño. Pueblo de Dios, no hubiera sido auténtica si hubieran faltado esas "presencias". Obviamente, me urgía también el encuentro con el mundo campesino y con el obrero.
La Iglesia en Brasil cumple sencillamente su misión cuando trata de estar cercana a esos amplios sectores de la población pobre.
Pobre, en ciertos casos muy pobre, que vive en extrema indigencia. Esta es la pura y simple misión evangélica. La Iglesia no sería fiel al Evangelio si no estuviera cerca de los pobres y no defendiera sus derechos en aquella amplia .sociedad. Al hacer eso, en mi convicción, la Iglesia no es sólo fiel a su misión evangélica; cuando digo "Iglesia" pienso en la Iglesia jerárquica y en el laicado, en el apostolado de los laicos. Así, pues, la Iglesia no solamente es fiel a su misión evangélica, sino que actúa igualmente por el bien de la sociedad. Porque, como muchas veces he subrayado, también durante los encuentros con las autoridades, a quienes ejercen el poder les debe interesar que la sociedad sea justa, a fin de que, apartándose del totalitarismo y realizando una auténtica democracia, esa sociedad se haga cada vez más justa por el camino de las razonables y providentes reformas sociales. Haciéndolo así, se pueden evitar revueltas, violencias, derramamiento de sangre que cuestan muchos sufrimientos humanos. Tanto más cuanto que la sociedad brasileña es una sociedad orientada pacíficamente, habituada a relaciones de hermandad entre los hombres. Quizá precisamente el origen de esa sociedad, fundada sobre muchos pueblos y razas, el modo en que se han amalgamado en el transcurso de cinco siglos, ha determinado esa actitud. Convendrá entonces hacer todo lo posible para llegar a una sociedad más justa, a una mayor justicia social por el camino pacífico de las inevitables reformas.
Y he aquí por qué es una obligación de la Iglesia comprometerse en esos procesos, tanto según el contenido inmutable del Evangelio, como según ese contenido concreto del Evangelio que encontramos en los documentos contemporáneos dedicados a la enseñanza social de la Iglesia. Naturalmente, al hacer todo esto la Iglesia debe estar atenta a mantener la autenticidad de su ministerio. Es un ministerio evangélico y apostólico y no una actividad política; a este respecto, pienso sobre todo en el ministerio de los Pastores de almas: los obispos y los sacerdotes. La Iglesia debe, por tanto, defenderse bien contra toda manipulación externa; esto es, contra la imposición de una interpretación de esa actividad, que nada tiene ni quiere tener en común con el ministerio de la Iglesia, con su carácter evangélico, apostólico y pastoral-social.
Cada uno de los puntos incluidos en su última pregunta merecía, en fin de cuentas, un examen más detenido. Me he limitado, sin embargo, a lo que he creído más significativo y he tratado de ponerlo de relieve. Añado que las bienaventuranzas del sermón de la montaña han sido el pensamiento conductor de mi peregrinación en Brasil; especialmente la primera: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". En modo más amplio he hablador de ello durante la visita a la favela Vidigal, en Río de Janeiro. Es asombroso que en esta lapidaria bienaventuranza encontremos toda la esencia de la enseñanza de la Iglesia sobre el hombre y sobre la sociedad justa. Cuando se la escucha por primera vez no parece eso posible y, sin embargo, es así.
P. Se dice a veces que en el Episcopado brasileño existen divergencias de opinión sobre muchas cuestiones, especialmente cuando se trata del papel de la Iglesia respecto a los problemas sociales. En su discurso a los obispos brasileños, en Fortaleza, Vuestra Santidad ha exhortado con rigor a la unidad. ¿Cómo cree Vuestra Santidad que es posible superar las tensiones existentes?
R. Creo que en buena parte esa es una cuestión interna del Episcopado brasileño. Yo personalmente hablaría no tanto de "divergencias" cuanto sobre todo de "variaciones" que nacen de las circunstancias. Hay una enorme diferencia, por ejemplo, entre los obispos de las regiones del Amazonas, de la región de Manaus o Belém, y los obispos de las gigantescas metrópolis de São Paulo y Río de Janeiro. Esos Pastores de la Iglesia actúan en circunstancias muy distintas y, por tanto, "deben" diferenciarse en cierto modo entre ellos. Por eso, creo que el Episcopado brasileño debe ser forzosamente pluralista por el mismo pluralismo de Brasil. Por lo demás, no creo que el pluralismo deba necesariamente significar tensión y contradicciones. Pienso que puede significar también complementariedad. En mi discurso quería expresar un deseo y creo que el mismo Episcopado brasileño se mueve en esa dirección, a fin dé que, aun trabajando en condiciones tan dispares, en su tan numerosa comunidad jerárquica —ya que en Brasil hay unos trescientos obispos— se pueda crear precisamente una síntesis complementaria de las actitudes y de las orientaciones. Naturalmente, ciertos problemas deben ponerse en primer plano, especialmente cuando se trata del compromiso socio-moral del Episcopado. La razón de la existencia de la Conferencia Episcopal, la razón de la existencia, en general, de las instituciones del Episcopado, del Colegio Episcopal, es la unidad en la multiplicidad. Sin duda no se trata aquí de uniformidad, sino de unidad.
La multiplicidad, no obstante, debe dejarse sentir en la medida en que lo pide la unidad del ministerio desarrollado en condiciones tan diferentes. Creo que esto puede aplicarse al Episcopado brasileño como su característica general.
P. El viaje a Brasil, ¿ha cambiado la visión que tiene Vuestra Santidad respecto a las cuestiones de la Iglesia en ese gran país católico?
R. No diré que ha cambiado; diré más bien que me ha ayudado a tener un conocimiento más profundo y más avalado por la experiencia de las cuestiones que conocía antes de modo indireo to, gracias a los muchos coloquios, a muchas relaciones, a las descripciones, a la literatura, a las publicaciones, por no hablar de la prensa. Así, pues, todos esos problemas, que antes conocía de manera indirecta, han tomado, en el contacto con la viva realidad de esa Iglesia, otra dimensión dentro de mí mismo. Y aquí está el enorme valor de este tipo de viajes. Al mismo tiempo, esa es una prueba clarísima de la necesidad de continuar la misión de San Pedro, tal como la pensaba ejercer Juan XXIII y como comenzó a realizarla Pablo VI; naturalmente, desarrollada dentro del marco de las posibilidades reales.
P. El mensaje brasileño de Vuestra Santidad tiene un significado más amplio; afecta no sólo a Brasil, sino a toda América Latina, indirectamente a todo el Tercer Mundo y, en fin, a la Iglesia universal. ¿Qué significado atribuye Vuestra Santidad, en su ministerio pastoral de Obispo de Roma, a ese mensaje?
R. Una respuesta parcial a esa pregunta la he dado ya al comienzo de nuestro coloquio, hablando de la relación existente entre el viaje a Brasil y el de México y también entre el encuentro brasileño y el tenido en Puebla. Me refiero, en este caso, al encuentro con el Episcopado de América Latina, perteneciente al CELAM, pero también con los obispos brasileños como tales. Me parece que este viaje ha permitido no sólo a mí sino también a toda la Iglesia una mayor consolidación, una mejor inserción en la comunidad universal, que representa la característica fundamental de la Iglesia, de esa Iglesia concreta "brasileña", con su problemática, su vida, su experiencia, sus esperanzas y también sus dificultades. Esto significa también, entre otras cosas, una mayor apertura hacia una comunión de oración. En efecto, en los días del viaje, en todo, el mundo se rezaba de modo especial por la Iglesia en Brasil.
Al mismo tiempo, ha sido el momento de la realización de una comunión de las experiencias, de la sensación de "vivir la Iglesia" conjuntamente; es decir, la conciencia de ser todos juntos una Iglesia, de ser Iglesia juntamente con los brasileños, como lo somos a la vez con los habitantes de este o aquel país de África, con los mexicanos, los polacos, los franceses. Creo que en esta perspectiva un viaje-peregrinación así se convierte, de algún modo, en un "mensaje". Ese mensaje no está tanto en las palabras pronunciadas como en el hecho realizado y vivido.
P. Como en todos los países del mundo, también en Brasil, sobre todo en Curitiba, Vuestra Santidad se encontró con los polacos. ¿En qué modo el Papa polaco mira a esa antigua comunidad de polacos emigrados en Brasil?
R. Sobre este tema se podría hablar mucho y se diría siempre poco. Ante todo, hay que admitir que los polacos en Brasil son uno de los grupos de procedencia europea, uno de los grupos inmigrados de Europa. Es uno de los más conspicuos, pero también otros son numerosos, especialmente en Porto Alegre, en Río Grande del Sur, en Curitiba; es decir, en el Estado de Paraná. Hubiera sido oportuno localizar a todos y dedicar a todos una atención especial. Entre los grupos étnicos más numerosos fueron recordados el polaco, el italiano, el alemán y, por último, el ucranio. En Brasil hay además otros muchos y no proceden sólo de nuestro continente. Bien conocido es el papel que ocupan en la estructura social brasileña los negros de África a los que me dirigí en Salvador da Bahia. Están presentes también en Brasil numerosos grupos étnicos de origen asiático: no faltan, en las diversas provincias brasileñas japoneses, chinos y otros originarios del Extremo Oriente.
Por lo que respecta a los polacos —o mejor, a los brasileños de origen polaco—, conservan, de modo muy evidente. la propia identidad, la propia singularidad. Entre ellos está muy vivo el recuerdo de los difíciles comienzos. Símbolo elocuente de ello podía ser la cabaña que construyeron en el estadio de Curitiba durante el encuentro con el Papa. Trataban así de reconstruir el primer tipo de casa campestre construida hace mucho tiempo por los inmigrados polacos en el interior del Paraná, semejante a las cabañas polacas. La fabricaban obviamente con material local, sin un sólo clavo. Ponían simplemente unas vigas sobre otras a lo largo y a lo ancho y, entre esas vigas, unidas por la pericia del carpintero, lograron habitar y vivir. Esos coterráneos nuestros han conservado en Brasil el apego a la antigua patria, aunque muchos de ellos no la hayan visto nunca. Han conservado durante mucho tiempo el conocimiento de la lengua polaca. ¿Hablan polaco todos? Es difícil saberlo; es difícil decir cuántos, en qué porcentaje. Sin embargo, por ejemplo, los obispos brasileños de origen polaco hablan muy bien nuestra lengua.
Indudablemente han conservado su fe, la han guardado bien. Entre los diversos grupos sociales, los polacos han contribuido —y siguen contribuyendo de modo especial a la obra de edificación de la Iglesia en Brasil. Han conservado también el traje nacional y numerosas tradiciones culturales. En el estadio de Curitiba asistí a un espectáculo de danza y cánticos sencillamente maravilloso. Pero, sobre todo, han conservado su fe. Han dado a la Iglesia en Brasil,, especialmente en el Estado de Paraná y en la archidiócesis de Curitiba, numerosas vocaciones sacerdotales y también religiosas. Los sacerdotes polacos, las congregaciones religiosas polacas, especialmente los misioneros de San Vicente de Paúl y también, un poco más tarde, los . miembros de la Sociedad de Cristo y las religiosas de la Santa Familia, han trabajado entre los inmigrados polacos. No quisiera omitir ninguna congregación de religiosos o religiosas.
En todo caso, los polacos tienen su puesto en ese mundo brasileño, en esa gran comunidad brasileña de los pueblos y tienen también su parte en la hermandad recíproca con que esa comunidad de pueblos varios se distingue.
P. Santo Padre, le doy las gracias de todo corazón. Me doy perfecta cuenta que la concesión de esta entrevista al "Tygondih Powszechny" significa un reconocimiento precioso para la revista a la que Vuestra Santidad estuvo ligado tantos años como arzobispo de Cracovia y sobre la cual ha publicado muchas veces sus propios escritos.
* Entrevista a Jerzy Turowicz director del Tygodnik Powszechny (Semanario Universal) de Cracovia (Polonia). El periódico la publicó en su número del 3 de agosto de 1980. L'Osservatore Romano, Edición semanal en Lengua Española, domingo 17 de agosto, 1980
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana