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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN MIXTA INTERNACIONAL
DEL CONSEJO MUNDIAL METODISTA Y DE LA IGLESIA CATÓLICA


Viernes 5 de diciembre de 1980

 

Queridos hermanos en Cristo:

Es siempre un gozo y un consuelo recibir grupos como el vuestro, cuyas reuniones constituyen intensos momentos focales de una actividad que es una gran bendición para nuestro tiempo: la búsqueda de la reconciliación entre los seguidores de Cristo. El período del Concilio Vaticano II, cuando los obispos de la Iglesia católica se comprometieron fuertemente en esta tarea, por el Decreto sobre el Ecumenismo, fue también el período en el que el Espíritu Santo movió a los cristianos de diversas tradiciones a un compromiso semejante, y se entablaron a nivel mundial algunos diálogos como ese en que vosotros estáis ahora empañados. Así, durante catorce años, especialistas y pastores metodistas y católicos han sumado esta actividad a sus tareas ordinarias.

Algunos de vosotros pertenecéis a aquel generoso grupo de observadores que el metodismo quiso enviar a las sucesivas sesiones del Concilio. Habéis querido poner de relieve a menudo, en vuestros informes, cómo estos atentos observadores quedaron impresionados por las profundas afinidades entre las tradiciones e ideales metodistas y católicos: entre la predicación ferviente de los Wesleys y otros dirigentes metodistas posteriores, sobre la santidad personal y la obra de los gigantes espirituales de la historia católica. Al elegir esta afinidad como un punto de referencia de vuestro diálogo, habéis hecho una sabia elección. La vuestra ha sido de veras una "conversación sagrada", centrada en el común amor de Cristo, de manera que en ella las espinosas cuestiones que son herencia de la triste historia de la actual división entre cristianos (cuestiones que no habéis soslayado), han podido ser afrontadas con serenidad, buena voluntad y caridad. Nadie más que el ecumenista debe recordar las palabras de San Pablo: "Si, hablando lenguas de hombres y de ángeles, no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe" (1 Cor 13, 1).

Vuestro diálogo se despliega ampliamente. Junto a las discusiones acerca de las diferencias doctrinales se ha acentuado el positivo desafío que todos los testigos de Cristo afrontan hoy, no sólo en el campo social, donde procuran proclamar provechosamente el mensaje cristiano a un mundo perturbado por el cambio, sino todavía más en el delicado ámbito interior de la conciencia cristiana, donde ningún hombre o mujer logra sustraerse a las opciones costosas, a los sacrificios inseparables de la adhesión a Cristo.

La bendición de Dios descienda con abundancia sobre vuestra labor. No os dejéis inquietar por las voces de los impacientes y escépticos, sino haced cuanto esté en vuestro poder para asegurar que vuestra búsqueda de la reconciliación resuene y se refleje dondequiera que se encuentren metodistas y católicos. El Espíritu Santo, cuya misteriosa acción en la Iglesia ha sido objeto hace poco de vuestra fecunda reflexión, derrame sus dones sobre nosotros todos: la sabiduría, el consejo y la fortaleza requeridas para cooperar unos con otros y con él, en el cumplimiento de la voluntad de Dios a quien "sea por Jesucristo la gloria por los siglos de los siglos" (Rom 16, 27).

 



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