DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS REPRESENTANTES DE LA FEDERACIÓN INTERNACIONAL
DE ASOCIACIONES CONTRA LA LEPRA
Sábado 13 de diciembre de 1980
Queridos amigos:
1. Me siento verdaderamente feliz por este encuentro con vosotros, delegados de la Federación Internacional ILEP. En vosotros saludo también a todas aquellas personas que, con generosa sensibilidad, han hecho suya una noble causa a la que dedican diariamente sus energías mentales y afectivas. Vuestra Federación de Asociaciones Antilepra, que incluye las Asociaciones de veintidós países industrializados y que trabaja en estrecha colaboración con ocho países donde la lepra es endémica, lleva a cabo la laudable tarea de afrontar el problema de esta enfermedad en forma organizada; gracias a una adecuada coordinación de iniciativas y esfuerzos, se preocupa de evitar despilfarras y dilaciones.
Aprovecho esta ocasión para haceros ver lo feliz que me siento de poder comunicaros lo mucho que aprecio las altas miras que inspiran vuestra labor. Estoy también contento por poder dirigiros una palabra de ánimo para que sigáis adelante con la tarea que habéis comenzado. Yo mismo he podido comprobar personalmente la obra desplegada para combatir esta enfermedad: pude visitar algunas leproserías durante mis visitas pastorales a África y a Brasil. Si confiamos en las estadísticas, que nos dicen que actualmente sólo el veinte por ciento de las personas afectadas por la enfermedad de Hansen reciben tratamiento médico, nos damos cuenta que los esfuerzos a desplegar son aún considerables. Todavía hay en el mundo millones de seres que sufren, que se encuentran abandonados y que deben apañárselas como pueden, quedando expuestos así a las consecuencias de una enfermedad que generalmente ofrece poca resistencia a una terapia adecuada. Se trata de un hecho que no puede escapar a la conciencia de cualquier persona con sentimientos cristianos, o meramente humanos.
2. Desarrolláis vuestras actividades de acuerdo con una estrategia internacional que trata de examinar todas las necesidades de la gente afectada, tanto a nivel sanitario como económico y social. De cara a este plan, y en armonía con los programas elaborados por la Conferencia Alma Ata de la Organización mundial de la Salud, os habéis impuesto la tarea de desarrollar vuestra contribución al nivel de "medicina básica", que cuenta con la responsable participación de las comunidades a las que va dirigida vuestra asistencia en las tareas de prevención y cura.
Lucháis también por ir más allá de cualquier tipo de terapia que suponga el aislamiento de los enfermos. Mediante la previsión de servicios móviles adecuados, es posible de hecho ofrecer a los pacientes el tratamiento necesario, permitiéndoles así que permanezcan con sus familias y continúen en su trabajo.
Es fácil percibir las ventajas de esta forma de proceder: además de ahorrar a los enfermos la experiencia siempre traumatizante del aislamiento, ayuda a vencer los viejos prejuicios y los miedos injustificados que todavía existen en algunos sectores de la sociedad. Si queremos hacer más efectivas las distintas formas de combatir la lepra que están siendo utilizadas providencialmente en el mundo, debemos disipar todas las supersticiones que hay en torno a ella.
3. Las Asociaciones incluidas en vuestra Federación, así como el resto de organizaciones que trabajan en este campo, están dirigiendo sus esfuerzos al ámbito de la investigación científica. Estos estudios, algunos de ellos muy prometedores, apuntan en numerosas direcciones: estoy pensando en las investigaciones realizadas sobre el bacilo de la enfermedad de Hansen, que tratan de determinar su exacta composición bioquímica, de identificar con mayor precisión sus características, de medir la eficacia de nuevos fármacos y de producir lo más pronto posible una vacuna antilepra.
La financiación de esta investigación, así como la producción de fármacos ya conocidos, muy rápidos y efectivos, pero también muy costosos, exige unos recursos económicos considerables. Los fondos con los que podéis contar no son suficientes para hacer frente a estas exigencias. Con razón os comprometéis en un esfuerzo cada vez más intenso por alertar y sensibilizar a la sociedad, con el propósito de llevar a cada hogar el grito de tantos hermanos y hermanas que, simplemente porque están enfermos, se hallan condenados a una existencia de segregación y embrutecimiento.
Me siento feliz de poder animaros en esta campaña tan humanitaria. Y no puedo dejar de expresar mi esperanza en que la generosidad de los esfuerzos individuales correrá parejas con el empeño de las Organizaciones Internacionales y de los Gobiernos, de tal forma que se logre una victoria total y duradera en esta esperanzadora batalla.
4. Esta esperanza, que no puede dejar de recibir el apoyo de toda persona de buena voluntad, resuena de forma especial en los corazones de quienes reconocen en Cristo al Hijo de Dios, que mediante el amor se convirtió en hermano de todo ser humano. ¿Cómo puede un cristiano dejar de sentir el desafío de esta afirmación tan dura: "Cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo" (Mt 25, 45)?
La Iglesia se está preparando para revivir, en el misterio de la Navidad, el maravilloso acontecimiento de la entrada en la historia humana de la Palabra hecha carne. Fue un acontecimiento marcado por la pobreza y el rechazo, por la hostilidad de algunos y la indiferencia de la mayoría. Desde la cuna, en la que yacía rodeado por simples pastores (una categoría reconocida como "impura" por la sociedad de aquel tiempo), el Hijo del Hombre pregunta a cada uno de los creyentes cuánto está haciendo, él o ella, por combatir no sólo el bacilo de la enfermedad de Hansen, sino también el bacilo de tantas otras formas de lepra, que se originan y se desarrollan en el contagioso bacilo del egoísmo.
Que la contemplación de este prodigio del amor de Dios sirva para fomentar en los corazones de los fieles renovadas decisiones de solidaridad fraterna; que a todos os proporcione el consuelo de experimentar una vez más la verdad de aquel "dicho" que San Pablo nos ha conservado: "Hay más dicha en dar que en recibir" (Act 20, 35). Con estos buenos deseos, invoco gustosamente la abundante bendición de Dios Todopoderoso sobre vosotros, vuestros colaboradores y cuantos contribuyen en vuestra tarea con sus generosas aportaciones.
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