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ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON LAS RELIGIOSAS DE CLAUSURA PRESENTES EN LA PARROQUIA
ROMANA DE SAN SILVESTRE Y SAN MARTÍN "AI MONTI"


Capilla de los padres carmelitas
Domingo 17 de febrero de 1980

 

Este encuentro me resulta familiar porque ya siendo laico y luego sacerdote, obispo y cardenal, he vivido largos años en contacto con las tres familias religiosas presentes. Por ello no me siento extraño entre vosotras, sino como en familia. Nos conocemos bien precisamente porque nos vemos poco, como ha dicho vuestra representante; es éste el misterio de nuestro conocimiento, un conocimiento muy íntimo porque es íntimo con la intimidad propia del Espíritu Santo, del Espíritu del Señor. Es la intimidad de la oración, del sacrificio y del espíritu lo que nos une. Entre todas las religiosas, que sé están muy cerca de mí, vosotras sois las más cercanas porque estáis unidas a mí de modo especial en el Espíritu, en el Cuerpo místico de Cristo. Y de ello os quiero dar las gracias: del sacrificio de vuestra vida, de vuestra clausura, de vuestra austeridad, de vuestra disciplina, de vuestra oración. Todo ello constituye la fuerza de la Iglesia; la Iglesia no tiene otra fuerza, sino ésta. Humanamente la Iglesia es muy débil. No posee las grandes riquezas materiales que tienen las potencias de este mundo. La Iglesia es pobre. Pero su única y gran fuerza es la fuerza del Espíritu, de la pobreza, del amor. Y es una fuerza que siempre pide más. Vuestra vida es el testimonio de lo que pide el amor y de lo que se puede realizar y cumplir con la fuerza del amor y la oración. Este testimonio es un deber ante el mundo y es muy necesario al mundo, a este mundo contemporáneo tan inmerso en el materialismo que ya no sabe discernir los valores de la vida, sus objetivos, la humanidad de la vida. Esta es la causa por la que vuestro testimonio es tan necesario a la Iglesia y al mundo. Tal vez no conocéis bien el aprecio que tiene por vuestro sacrificio la Iglesia entera como también los hombres. Esta tarde quiero hacerme portavoz de todos para manifestaros este aprecio. A veces falta la voz, pero la verdad es siempre ésta. Me encomiendo a mí mismo y encomiendo a toda la Iglesia a vuestra vocación, a vuestro sacrificio y a vuestra oración.

 



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