VIAJE APOSTÓLICO A PARÍS Y LISIEUX
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL REGRESAR A ITALIA
Aeropuerto romano de Fiumicino
Lunes 2 de junio de 1980
1. Le agradezco vivamente, Señor Ministro Adolfo Sarti, las corteses palabras de saludo y homenaje que usted, en nombre del Gobierno italiano, me ha dirigido al pisar la tierra de Italia. Al término de este viaje apostólico, que me ha llevado más allá de los Alpes, a la noble y querida nación francesa que, a través de los siglos, ha adquirido innumerables méritos ante la Iglesia y ante la historia, entre los muchos sentimientos que apremian mi espíritu, siento principalmente el deber de expresar mi agradecimiento más sincero.
Ante todo a Dios, por el don que me ha concedido de realizar esta deseada peregrinación, en espíritu de obediencia a ese mandato de confirmar a los hermanos, que el Señor Jesucristo me ha confiado, al llamarme a la responsabilidad suprema de Pastor de la Iglesia universal, en la Sede de Pedro.
2. También doy las gracias al Señor Presidente Giscard d'Estaing y a las demás autoridades políticas, civiles y militares francesas y, en particular, a los venerados hermanos en el Episcopado, por la afectuosa acogida: junto con ellos expreso mi gratitud a todos los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, trabajadores y Asociaciones católicas, a quienes respectivamente he tenido la satisfacción de dirigir mi palabra de exhortación. Y pienso también en todos esos fieles que en París y en Lisieux me han dado tantas demostraciones espontáneas de devoción y de afecto y, lo que cuenta más, de viva y sentida participación en las celebraciones litúrgicas de la Palabra divina y de la Eucaristía.
No es posible ahora resumir, ni siquiera fugazmente, los momentos más significativos que he tenido la posibilidad de vivir en París, en la gran metrópoli de las antiguas tradiciones cristianas, y en Lisieux, la admirada ciudad de Santa Teresa del Niño Jesús, la pequeña gran Santa, que no cesa de hablar de Dios al corazón de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo, tan sediento de los valores espirituales. Ha sido un encuentro muy confortante con el Pueblo de Dios que está en Francia, que ha respondido con un gran acto de fe al paso del Papa.
3. También he tenido ocasión de visitar la sede de la UNESCO, de saludar a los distinguidos representantes de las diversas naciones y de abrirles mi espíritu sobre la varia y amplia temática referente al compromiso por una promoción cultural cada vez más adecuada, deteniéndome sobre todo en el sentido cristiano de la cultura misma. Y estoy sinceramente agradecido al Director General, Señor Amadou Mahtar M'Bow, y a todas las personalidades que allí he podido encontrar, por la cordial acogida.
El servicio de la Iglesia y del hombre se dilata cada vez más, y pide al Papa hacerse presente dondequiera lo reclamen las exigencias de la fe y la afirmación de los verdaderos valores humanos. Para confirmar esta fe cristiana y para promover estos valores el Papa se pone en camino por las vías del mundo.
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