DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS DIRECTIVOS Y MIEMBROS
DE LAS FEDERACIONES EUROPEAS DE FÚTBOL
Viernes 20 de junio de 1980
Señor Presidente:
Le agradezco vivamente las amables palabras que acaba usted de dirigirme y, por mi parte, me alegro de saludar, a la vez que al Presidente de la Federación Internacional de Fútbol, a los representantes de las Federaciones europeas, reunidas en Roma para celebrar su congreso, con motivo de esta fase final del campeonato de Europa que se está disputando actualmente en Italia. A todos, señoras y señores, doy la más cordial bienvenida.
El fútbol cuyas grandes competiciones organizáis, contribuyendo también a seleccionar los jugadores, ofrece cada semana, en casi todos los países, ocasión para concentraciones masivas, donde muchas familias de jóvenes —¡y de no tan jóvenes!— encuentran una sana diversión, un interés por el valor deportivo del juego, e incluso un apasionamiento de "hinchas" de su equipo. Es un hecho social que tiene su importancia para los millones de espectadores de los estadios y, ahora, también de la televisión. Pero la importancia es mayor todavía para los jugadores y, a este respecto, yo pienso ante todo, por encima de los grandes equipos que vosotros patrocináis, en la multitud de personas que practican el fútbol, desde la más corta edad, por el placer del deporte y en competiciones de aficionados. Por experiencia, he podido apreciar el gusto e interés de ese deporte, entre cuyos animadores me cuento.
Ante vosotros, no es necesario que subraye sus valores físicos y morales, pero cuando se practica como es debido, ya que estáis bien persuadidos de ello. El futbolista no solamente encuentra en el juego, desde el punto de vista corporal, la distensión que necesita, adquiriendo además un aumento de agilidad, habilidad y resistencia, un fortalecimiento de su salud, sino que aumenta también en fuerza moral y en espíritu de colaboración. Una sana emulación desarrolla también el sentido del equipo, la caballerosidad ante el adversario; y ensancha el horizonte humano de intercambios y encuentros entre ciudades y a nivel internacional. La unidad de Europa, por ejemplo —y hablo de ella porque casi todos sois de este continente—, no digo que se vaya a realizar precisamente en torno a un balón redondo, u ovalado, pues los problemas se sitúan en un nivel más complejo; pero el deporte puede ciertamente contribuir a hacer que los contendientes se conozcan mejor, se aprecien mutuamente y vivan una cierta solidaridad por encima de las fronteras, precisamente sobre la base común de sus mismas cualidades humanas y deportivas.
Sí: como tantos otros deportes, el fútbol puede elevar al hombre. Naturalmente que, para ello, debe conservar en la vida personal, familiar y nacional, el puesto que le corresponde, para no correr el peligro de relegar a segundo término los otros grandes problemas sociales o religiosos; así como tampoco los otros medios para desarrollar los valores del cuerpo, del espíritu del corazón, del alma sedienta de lo absoluto. El bien que Dios quiere para cada uno y para la sociedad se consigue con un equilibrio de conjunto.
Por otra parte, todos sabemos muy bien que los valores del deporte no están automáticamente asegurados. Como todas las cosas humanas, necesitan ser purificados, ser protegidos. Hoy en día, surge muy frecuentemente la tentación de desviar el deporte de su finalidad propiamente humana, que es el desarrollo óptimo de los dones del cuerpo y, por tanto, de la persona, en una emulación natural, por encima de toda discriminación; y así se puede llegar a perturbar el desarrollo leal de las competiciones deportivas o a utilizarlas para otros fines, con peligro de corrupción y decadencia. Quienes aman verdaderamente el deporte, pero también toda la sociedad, no sabrían soportar tales desviaciones, que de hecho se apartan del ideal deportivo y del progreso del hombre. También ahí la defensa del hombre exige vigilancia y noble lucha. Espero encontrar en esto una de vuestras preocupaciones. Y me parece que ese objetivo entra, en efecto, dentro del marco de las responsabilidades que os incumben, como dirigentes o miembros de vuestras federaciones europeas.
Yo deseo que los campeonatos se desarrollen siempre dignamente, en clima de alegría, de paz, de caballerosidad, de amistad. Formulo mis mejores votos para vuestra tarea y para vuestros equipos. (Y a tal respecto no me puedo permitir ser parcial, ante representaciones tan meritorias. Entonces, tengo que decir simplemente: ¡"Que gane el mejor"!).
No olvido tampoco que sois hombres y mujeres que tenéis también otras preocupaciones, concretamente que tenéis una familia. ¡Que Dios bendiga vuestras familias, vuestros hijos! Cada uno de vosotros, además, en el secreto de su conciencia, está en relación con Dios, que es el Autor de la vida y el fin de nuestra existencia. El Pastor de la Iglesia de Roma desea, por tanto, que esa relación se desarrolle, que Dios sea vuestra luz, vuestra esperanza, vuestra alegría. Ese es el sentido de la bendición que imploro sobre vosotros, de todo corazón.
Quisiera añadir ahora unas palabras en inglés de saludo a todos. Como otros deportes, el fútbol pasa por encima de las diferencias lingüísticas para expresar sentimientos de solidaridad en el juego limpio. El interés del público en este sector de sanas competiciones, muestra que están implicados en la preparación y organización de los partidos muchos aspectos del bien común. En vuestra actividad hay muchas oportunidades de contribuir a la causa total del progreso humano. Que la meta del servicio a la comunidad y del servicio a la fraternidad europea, os sostengan en todos vuestros contactos con jugadores y espectadores.
Confiando en que la mayoría de vosotros hayáis entendido ya mis precedentes palabras, desearía ahora saludaros brevemente en alemán, lengua también reconocida oficialmente en la liga europea de fútbol. Conozco bien el gran número de personas que en vuestro país son socios de un club de fútbol. Sí, casi se puede asegurar que todo pueblo que tiene su propia iglesia, tiene también su campo de fútbol. Como otras muchas asociaciones de vuestra patria, este deporte puede construir múltiples e importantes relaciones entre los hombres, contribuyendo a despertar y robustecer la solidaridad de un pueblo o de un barrio en una ciudad.
La Iglesia católica tiene en gran estima tales relaciones y elementos comunitarios, cuando ellos impulsan al individuo, no a masificarse, sino a preocuparse por los intereses de los demás, equilibrando constantemente las aspiraciones y opiniones particulares. Con este deseo, imparto mi cordial bendición a vosotros, a vuestras familias, a los deportistas y a todos los aficionados, a quienes vosotros representáis.
En este encuentro con los dirigentes de las Federaciones europeas de Fútbol, deseo tener un cordial pensamiento también para todos los futbolistas, que son los protagonistas de este deporte tan popular y, al mismo tiempo, tan fascinador. Vaya para ellos mi más afectuoso saludo, unido al deseo de que, conscientes siempre de las responsabilidades que tienen en relación con su numerosísimo público de aficionados y admiradores, den siempre un claro ejemplo de las virtudes humanas y cristianas que deben manifestarse en su comportamiento: lealtad, corrección sinceridad, honradez, respeto a los demás, fortaleza de ánimo, solidaridad.
Acompaño estos votos con una especial bendición apostólica, que extiendo a sus familiares y demás seres queridos.
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