DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL LLEGAR A KINSHASA
Viernes 2 de mayo de 1980
Señor Presidente,
señor cardenal,
excelencias,
señoras, señores,
queridos humanos y hermanas:
¡Dios bendiga al Zaire! ¡Dios bendiga a todo el África!
1. Es un gran gozo para mí llegar por primera vez al continente africano. Sí, al besar esta tierra mi corazón rebosa de emoción, gozo y esperanza. Es la emoción de descubrir la realidad africana y encontrar en ella esa parte notable de la humanidad que merece estima y amor, y que está llamada también ella a la salvación en Jesucristo. Es el gozo pascual que me invade y quisiera compartir con vosotros. Es la esperanza de que una vida nueva, una vida mejor, una vida más libre y fraterna sea posible en esta tierra, y a ello la Iglesia que represento puede contribuir en gran medida. Esta visita y los encuentros que va a proporcionar son gracias que quiero agradecer al Señor en primer lugar: ¡Dios sea bendito!
2. A todos los habitantes de África, sea cual fuere su país y su origen, expreso mi saludo amistoso y cordial y mis sentimientos de confianza. Saludo primeramente a mis hermanos e hijos católicos, y a los otros cristianos. Saludo a cuantos, profundamente animados por sentimientos religiosos, desean con ardor someter su vida a Dios y buscan su presencia. Saludo a las familias, a los padres y madres, a los niños y a los ancianos. Saludo especialmente a los que sufren en el cuerpo o en el alma. Saludo a los que se dedican al bien común de sus conciudadanos, en su educación, prosperidad, salud y seguridad. Saludo a cada una de las naciones africanas. Me regocijo con las que ya han tomado en sus manos el propio destino. Pienso asimismo en la hermosa herencia de sus valores humanos y espirituales, en sus esfuerzos beneméritos, en todas sus necesidades actuales. A cada nación le queda por recorrer un largo camino para forjar su unidad; ahondar su personalidad y su cultura; y llevar a efecto el desarrollo que se impone en tantos campos y todo ello dentro de la justicia y procurando compartir e interesarse por todos e insertarse de modo activo en el concierto de las naciones. Para esto África tiene necesidad de independencia y de ayuda mutua desinteresada; tiene necesidad de paz. A todos y cada uno expreso votos cordiales y fervientes.
3. Vengo aquí como Jefe espiritual, servidor de Jesucristo en la línea del Apóstol Pedro y de todos sus Sucesores, los Obispos de Roma. Con mis hermanos los obispos de las Iglesias locales, tengo la misión de confirmar a los hijos de toda la Iglesia en la fe verdadera y en el amor según Jesucristo, de velar por su unidad y vigorizar su testimonio. Un número importante de africanos ya profesa la fe cristiana, y quisiera que mi visita les sirviera de aliento en esta etapa significativa de su historia. De estas Iglesias, dos me han invitado especialmente al centenario de evangelización, que otras se preparan a celebrar también.
Vengo aquí como hombre de la religión. Tengo en gran aprecio el sentido religioso tan arraigado en el alma africana, y que no se ha de relegar sino por el contrario purificar, elevar y afianzar. Estimo a quienes tienen interés en vivir su existencia y construir su ciudad en relación vital con Dios, teniendo en cuenta las exigencias morales que El ha inscrito en la conciencia de cada uno y, por consiguiente, de los derechos fundamentales del hombre, de los que El es garante. Con quienes tienen esta visión espiritual del hombre, comparto la convicción de que el materialismo, venga de donde viniere, es una esclavitud de la que es necesario defender al hombre.
Vengo aquí como mensajero de paz, deseoso de alentar como Jesús a los artífices de paz. El amor verdadero busca la paz y la paz es absolutamente necesaria para que África pueda dedicarse enteramente a las grandes tareas que le esperan. Con todos mis amigos africanos quisiera que el día de mañana cada niño de este continente pudiera disponer del alimento del cuerpo y del alimento del alma en clima de justicia, seguridad y concordia.
Vengo aquí como hombre de esperanza.
4. Sin detenerme más, doy las gracias a África de su acogida. Estoy sumamente impresionado por la hospitalidad que tan generosamente me han ofrecido tantos países de este continente desde algunos meses. Me he visto verdaderamente en la imposibilidad de aceptar todas las invitaciones en este primer viaje de diez días. Lo he sentido de verdad y pienso sobre todo en las expectativas que hubiera querido satisfacer, de algunos países particularmente merecedores y ricos en vitalidad cristiana. Pero son visitas que quedan para más adelante. Espero sí que en el futuro la Providencia dará ocasión al Papa de realizarlas. Tengo firme esperanza de volver a este continente. Ya desde ahora, tengan seguridad de mi estima y buenos deseos todos esos países. Además, cuando aborde los varios temas de mi viaje y me dirija a los distintos niveles de interlocutores, pensaré en ellos, en sus méritos, gozos y preocupaciones, humanas y espirituales. Mi mensaje es para África entera.
:5. Y ahora me vuelvo muy especialmente a este país del Zaire que está en el corazón de África, y es el primero que me acoge. Este gran país lleno de promesas, que me siento feliz de visitar, este país llamado a grandes empresas, empresas difíciles. Mis primeras palabras son para dar gracias al Señor Presidente y a su Gobierno, y dar las gracias a los obispos por su apremiante invitación.
Conozco la fidelidad de gran número de zaireños a la fe cristiana y a la Iglesia católica, gracias a una evangelización que ha progresado con mucha rapidez.
Se cumple ahora el centenario de esta evangelización que vengo a celebrar con vosotros, queridos amigos. Es bueno mirar el camino recorrido en el que Dios no ha ahorrado gracias para el Zaire; una pléyade de obreros del Evangelio vino de lejos y consagró su vida a conseguir que también vosotros tuvierais acceso a la salvación en Jesucristo. Y los hijos e hijas de este país abrazaron la fe. Esta ha producido frutos abundantes en muchos bautizados. Sacerdotes, religiosas, obispos, un cardenal, han salido del pueblo zaireño para animar junto con sus hermanos esta Iglesia local y darle el rostro verdadero, plenamente africano y plenamente cristiano, vinculados a la Iglesia universal que represento entre vosotros. Los próximos días volveremos a hablar de todo esto. La perspectiva de todos estos encuentros me proporciona honda alegría. Ya desde ahora reciban todos estos hermanos e hijos, todos los habitantes de este país, mi saludo caluroso y los deseos de amistad que mi corazón nutre para ellos.
¡Dios bendiga al Zaire! ¡Dios bendiga a África!
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