ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON EL MUNDO UNIVERSITARIO
Kinshasa, domingo 4 de mayo de 1980
Señor rector,
señores y señoras, profesores,
queridos estudiantes:
1. Estoy profundamente emocionado por las palabras de bienvenida qué acabo de escuchar, y que os agradezco de veras. ¿Es necesario que os diga cuánto me alegra el poder tomar contacto esta tarde con el mundo universitario africano? En el homenaje del que he sido objeto por vuestra parte, no veo solamente el honor tributado al primer Pastor de la Iglesia católica; percibo también una expresión de agradecimiento hacia la Iglesia, por la función que ha desempeñado a lo largo de la historia, y aún hoy, en la promoción del saber y de la ciencia.
2. Históricamente, la Iglesia ha dado origen a las universidades. Durante siglos, ha desarrollado en ellas una concepción del mundo en la que los conocimientos de la época se inscribían en la visión más amplia de un mundo creado por Dios y redimido por nuestro Señor Jesucristo. Por eso se consagraron tantos hijos suyos a la enseñanza y a la investigación, para iniciar a generaciones de estudiantes en los diversos grados del saber, en el marco de una visión total del hombre que integra sobre todo la consideración de las razones de su existencia.
Sin embargo, la idea misma de universidad, universal por definición en su proyecto, no implica que ésta se sitúe de ningún modo al margen de las realidades del país en el que está implantada. Al contrario, la historia demuestra cómo las universidades han sido instrumentos de formación y de difusión de una cultura propia de su país, contribuyendo poderosamente a forjar la conciencia de la identidad nacional. La universidad forma parte, pues, naturalmente, del patrimonio cultural de un pueblo. En este sentido podría decirse que pertenece al pueblo.
Esta manera de ver la universalidad en su finalidad esencial —el saber lo más vasto posible y enraizado de manera concreta en el seno de una nación— es de gran importancia. Pone especialmente de manifiesto la legitimidad de la pluralidad de culturas, reconocida por el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 55), y permite discernir los criterios del auténtico pluralismo cultural, ligado a la manera de caminar de cada pueblo hacia la verdad única. Pone de manifiesto también que una universidad fiel al ideal de una verdad total sobre el hombre no puede prescindir, ni siquiera bajo pretexto de realismo o de autonomía científica, del estudio de las realidades superiores de la ética, de la metafísica y de la religión. En esta perspectiva es donde se sitúa el particular interés que la Iglesia ha tenido por el mundo de la cultura y las importantes contribuciones con que lo ha enriquecido. Para la Iglesia, la revelación divina acerca del hombre, del sentido de su vida y de su esfuerzo por construir el mundo, es esencial para un conocimiento completo del hombre y para que el progreso sea siempre totalmente humano. Esa ha sido la meta de la actividad misionera de la Iglesia: hacer, como recuerda el Concilio, que todo lo que hay de bueno en el corazón del hombre, en su pensamiento, en su cultura, sea elevado y llegue a su plenitud para la gloria de Dios y la felicidad del hombre (cf. Lumen gentium, 17).
3. La universidad de Kinshasa tiene un puesto notable en esta colaboración histórica entre la Iglesia y el mundo de la cultura. El centenario de la evangelización del Zaire coincide, en efecto, con el vigésimo quinto aniversario de la universidad nacional del país. ¿Cómo no congratularse por la clarividencia de los que fundaron esta universidad? En ella se manifiesta magníficamente el lugar que ocupa en la evangelización la promoción cultural y espiritual del hombre. Es la prueba de que la Iglesia, y particularmente la prestigiosa Universidad Católica de Lovaina, habían visto claro y tenían confianza en el futuro de vuestro pueblo y de vuestro país. La importancia de la comunidad católica en vuestro país hace deseable que aun hoy permanezca la universidad confiadamente abierta a la relación con la Iglesia.
Al rendir homenaje hoy, ante vosotros, a la universidad nacional del Zaire y a su comunidad universitaria, lo hago dirigiendo también mi mirada a todo el mundo universitario africano: desempeña y desempeñará siempre un papel cada vez más importante, irreemplazable y esencial, en la realización plena de las promesas que vuestro continente encierra para sí mismo y para todo el mundo.
4. Permitiréis, estoy seguro, a un antiguo profesor de universidad, que ha consagrado largos y felices años a la enseñanza universitaria en su tierra natal, que os hable unos momentos de lo que yo considero como los dos objetivos esenciales de toda formación universitaria, completa y auténtica: ciencia y conciencia, o dicho de otra manera: el acceso al saber y la formación de la conciencia, como está claramente expresado en el lema mismo de la universidad nacional del Zaire: "Scientia splendet et conscientia". •
La primera misión de una universidad es la enseñanza del saber y la investigación científica. De tan vasto campo, no abordaré aquí más que un punto: quien dice ciencia dice verdad. El auténtico espíritu universitario estaría absolutamente ausente allí donde no se diera la alegría de buscar y de conocer, inspirada por un ardiente amor a la verdad. Esta búsqueda de la verdad da la grandeza al saber científico, como se lo recordaba el 10 de noviembre último a la Pontificia Academia de las Ciencias: "La ciencia pura es un bien, digno de gran estima, pues es conocimiento y, por tanto, perfección del hombre en su inteligencia. Ya antes de las aplicaciones técnicas, se le debe honrar por sí misma, como parte integrante de la cultura. La ciencia fundamental es un bien universal que todo pueblo debe tener posibilidad de cultivar con plena libertad respecto de toda forma de servidumbre internacional o de colonialismo intelectual" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 2 de diciembre de 1979, pág. 9).
Quienes consagran su vida a la ciencia pueden sentirse legítimamente orgullosos, y también quienes como vosotros, alumnos y alumnas, pueden pasar varios años de su vida formándose en una disciplina científica, pues nada hay más bello, a pesar del trabajo y el esfuerzo que requiere, que poder entregarse a la búsqueda de la verdad de la naturaleza y del hombre.
5. ¿Cómo no llamaros aquí brevemente la atención sobre el amor a la verdad, sobre el hombre? Las ciencias humanas, lo he subrayado ya varias veces, ocupan un lugar cada vez mayor en nuestro saber. Son indispensables para llegar a una organización armoniosa de la vida común en un mundo en que las relaciones se hacen cada vez más numerosas y más complejas. Pero al mismo tiempo, sólo se puede hablar de "ciencias" del hombre en un sentido muy especial, radicalmente distinto del sentido habitual, precisamente porque hay una verdad del hombre que transciende toda tentativa de reducción a un aspecto particular, cualquiera que éste sea. En este campo, un investigador verdaderamente completo no puede, ni en la elaboración del saber ni en sus aplicaciones, hacer abstracción de las realidades espirituales y morales que son esenciales a la existencia humana, ni de los valores que de ellas se derivan. Pues la verdad fundamental es que la vida del hombre tiene un sentido, del que depende el valor de la existencia personal como una justa concepción de la vida en sociedad.
6. Estas rápidas consideraciones sobre el amor a la verdad, que me gustaría poder desarrollar más ampliamente en diálogo con vosotros, ya os han indicado lo que yo entiendo cuando me refiero a la función de la universidad y de vuestros estudios para la formación de la conciencia. Ciertamente, la universidad tiene sobre todo una función pedagógica de formación de sus estudiantes, a fin de que éstos sean capaces de acceder al nivel de conocimientos requerido, y ejercer eficazmente su profesión en el mundo en el que serán más tarde llamados a trabajar. Pero más allá de los diferentes saberes que ha de transmitir, la universidad no puede tampoco desinteresarse de otro deber: el de permitir y facilitar la inserción del saber en un contexto más amplio, fundamental, en una concepción plenamente humana de la existencia. De esa manera, el estudiante consciente evitará caer en la tentación de las ideologías, engañosas siempre por simplificadoras, y estará en condiciones de buscar a un nivel superior la verdad sobre sí mismo y sobre su misión en la sociedad.
7. Queridos amigos, profesores y estudiantes: Querría poder estimularos personalmente a cada uno de vosotros y a cada uno de los que representáis, que es a todo el mundo estudiantil, el mundo de la cultura y de la ciencia en Zaire y en África, a que aceptéis plenamente cada uno vuestras responsabilidades. Son pesadas; exigen lo mejor de vosotros mismos, pues la universidad no tiene como primer objetivo el proporcionar títulos, diplomas o puestos lucrativos: tiene una importante función: formar hombres al servicio del país. Por eso implica grandes exigencias para con el trabajo a realizar, para consigo mismo, para con la sociedad.
Si toda investigación universitaria exige una verdadera libertad para poder existir, requiere también por parte de los universitarios dedicación al trabajo, cualidades de objetividad, de método y de disciplina, en una palabra, competencia. Esto, como vosotros sabéis bien, es lo que lleva a los otros dos aspectos. Una de las características del trabajo universitario y del mundo intelectual es que, quizá más que en ningún otro terreno, cada uno se encuentra constantemente confrontado con su propia responsabilidad en la orientación que da a su trabajo. Sobre este último punto, tengo el gozo de repetiros la grandeza de vuestra misión y de animaros a emprenderla con toda vuestra alma. No trabajáis solamente por vosotros, por vuestra promoción. Por el hecho mismo de ser universitarios, participáis en una búsqueda de la verdad sobre el hombre, en una búsqueda de su bien, con el deseo de cooperar a la revalorización de la naturaleza para un auténtico servicio al hombre, en la promoción de los valores culturales y espirituales de la humanidad. Esta participación en el bien de la humanidad se realiza, concretamente, a través de los servicios que prestáis y que se os solicitarán en vuestro país: para la salud física y moral de vuestros conciudadanos, para el bienestar económico y social de vuestra nación. Pues la educación privilegiada que os ofrece la comunidad no se os da para vuestro provecho personal. El día de mañana, toda la comunidad, con sus necesidades materiales y espirituales, tendrá derecho de acudir a vosotros, tendrá necesidad de vosotros. Y vosotros tendréis que ser sensibles a la llamada de vuestros conciudadanos. Es una tarea difícil, pero entusiasmante, digna del sentimiento de solidaridad que tenéis tan arraigado: tendréis que servir al hombre, servir al hombre africano en lo que tiene de más profundo y más precioso: su humanidad.
8. Las perspectivas que no hago más que esbozar ante vosotros esta noche, queridos amigos, implican como realidad fundamental que la ética, la moral, las realidades espirituales, sean percibidas como elementos constitutivos del hombre integral, entendido tanto en su vida personal como en el papel que debe desempeñar en la sociedad y por tanto, como elementos esenciales de toda sociedad. La primacía de la verdad y la primacía del hombre, lejos de oponerse, se unen y se coordinan armoniosamente para quien busque con sinceridad y respeto el realismo con todas sus consecuencias.
De ahí se sigue que, igual que hay una manera equivocada de concebir el progreso técnico convirtiéndolo en el absoluto del hombre, poniéndolo al servicio de la satisfacción de sus deseos más superficiales, falsamente identificados con el éxito y la felicidad, hay también una manera equivocada de concebir el progreso de nuestro pensamiento sobre la verdad del hombre. En este campo, os dais cuenta de ello, el progreso se hace profundizando, integrando. Los errores son corregidos, pero fueron errores, mientras que no hay verdad sobre el hombre, sobre el sentido de la vida personal y comunitaria que pueda ser “superada” o convertirse en error. Esto es importante para vosotros que, en una sociedad en plena mutación, debéis trabajar por su progreso humano y social, integrando la verdad que os llega del pasado en aquella que os permitirá hacer frente a perspectivas nuevas.
9. En función de la verdad del hombre, en efecto, debe rechazarse el materialismo, en todas sus formas, pues siempre es fuente de esclavitud: esclavitud a una búsqueda de bienes materiales o, mucho peor aún, esclavitud del hombre, cuerpo y alma, a ideologías ateas, siempre en definitiva, esclavitud del hombre al hombre. Por eso, la Iglesia católica ha querido reconocer y proclamar solemnemente el derecho a la libertad religiosa en la búsqueda leal de los valores espirituales y religiosos; por eso también eleva su oración para que todos los hombres encuentren, en la fidelidad al sentido religioso que Dios ha puesto en su corazón, el camino de la verdad total.
10. Querría añadir todavía una palabra, dirigida especialmente a mis hermanos y hermanas en nuestro Señor Jesucristo. Vosotros creéis en el mensaje del Evangelio, queréis vivirlo. Para nosotros, el Señor Jesucristo es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vicia (cf. Jn 14, 6). Ya he desarrollado, especialmente, en la primera Encíclica Redemptor hominis, que dirigí al mundo al principio de mi ministerio pontificio, y también en mi Mensaje del primero de enero pasado sobre "La verdad, fuerza de la paz", cómo, para nosotros cristianos, Cristo nuestro Señor, por su encarnación, es decir, por la realidad de nuestra humanidad que asumió para salvarnos, nos ha revelado la verdad más total que hay sobre el hombre, sobre nosotros mismos, sobre nuestra existencia. El es, con toda verdad, el camino del hombre, vuestro camino. Por eso, la evangelización, que responde a un mandato del Señor, encuentra su puesto en vuestra colaboración en la tarea forjadora del futuro de vuestro pueblo pues, visto a la luz de la fe, es colaboración en los proyectos divinos sobre el mundo y sobre la humanidad y, en definitiva, colaboración en la historia de la salvación.
11. En el momento en que se celebra en Zaire el centenario del anuncio de la Palabra de Dios, y en el momento en que se forma un mundo africano nuevo al servicio de una humanidad más rica en África, estáis llamados a participar plenamente en él, siendo al mismo tiempo los testigos de Cristo en vuestra vida universitaria y profesional. Dad prueba de vuestra competencia, de vuestra sabiduría africana, pero sed al mismo tiempo hombres y mujeres que aporten el testimonio de la concepción cristiana del mundo y del hombre. Que toda vuestra vida sea para los que os rodean y para todo vuestro país, un. anuncio de la verdad sobre el hombro renovado en Cristo, un mensaje de salvación en el Señor resucitado. Cuento con vosotros, universitarios católicos, queridos hijos e hijas, cuento con vuestro compromiso fiel al servicio de vuestro país, de la Iglesia, de toda la humanidad, y os doy las gracias.
12. Queridos amigos, profesores, alumnos y alumnas: Vuestra universidad, al principio de su existencia, tenía como divisa: "Lumen requirunt lumine!; ¡A su luz, buscan la luz!". Deseo que vuestros estudios, vuestras investigaciones, vuestra sabiduría sean para todos vosotros un camino hacia la Luz suprema, el Dios de verdad, a quien pido que os bendiga.
* * *
(Terminado el discurso escrito, Juan Pablo II comenzó un diálogo directo con los estudiantes)
Me dispongo a hablaros sin esquemas, de manera no oficial. Sin duda estáis interesados en conocer la conversación que he tenido con vuestro rector mientras venía en el coche. Os diré que lo conozco desde hace tiempo, desde 1974, cuando como yo, también él tenía algún año menos. Lo veis siempre joven, en cambio yo me hago viejo. Le he preguntado por vuestra universidad y vuestros problemas, pues estos temas me interesan siempre. He tratado de enterarme de cómo es la estructura de vuestra universidad. Me he interesado por la aplicación de los estudiantes y me ha dicho que aprueban un 12 por ciento, y que existen problemas de vario tipo. Espero que ahora a la vuelta conseguiré más detalles sobre otros aspectos. Los problemas de los estudiantes me interesan siempre. Quiero deciros que la fidelidad ha sido otro de los problemas de nuestra conversación, y que el problema de vuestra formación universitaria me interesa y preocupa. Os agradezco la atención que prestáis a estas palabras que suplen un discurso oficial.
Quisiera regalar a la universidad, por manos de vuestro rector, una medalla conmemorativa, conmemorativa para vosotros y para mí. He vivido profundamente este encuentro con los universitarios zaireños, con esta universidad que tiene ya una cierta tradición no larga, pero con horizontes y objetivos muy importantes. Y de estos objetivos deseo hablaros, de vuestra comunidad universitaria, de los profesores y los estudiantes. Yo siempre pido oraciones por la juventud. Confío en que vuestras esperanzas se hagan realidad, aunque no sea sin dificultad; pues ello es importante para vuestro país y para toda África.
El Señor os bendiga. Bendiga Dios omnipotente a todos, profesores y alumnos. Hasta otra vez. ¡No! Un momento todavía. El arzobispo y el rector me dicen que no se ha terminado, quieren que os bendiga. Lo hago de corazón, con suma complacencia.
Mientras tanto, habéis hecho algo maravilloso, me habéis enseñado cómo me las tengo que arreglar con mis amigos periodistas. Pero dado que hemos cantado poco, ahora nos tenemos que resarcir.
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