DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS, SACERDOTES, RELIGIOSOS Y FIELES
EN LA CATEDRAL DEL SAGRADO CORAZÓN
Brazzaville
Lunes 5 de mayo de 1980
Queridos hermanos en el Episcopado,
y vosotros que habéis consagrado vuestra vida al Señor:
1. Recibid el saludo paternal y afectuoso del Vicario de Cristo, que ha venido a veros como peregrino del Evangelio, para deciros como el Apóstol Pablo: "Me acuerdo de vosotros... a causa de vuestra comunión en el Evangelio desde el primer día hasta ahora; tengo la confianza de que el que comenzó en vosotros la buena obra la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús... Testigo me es Dios de cuánto os amo a todos en las entrañas de Cristo Jesús" (Flp 1, 5-6, 8).
Esta solicitud constante que yo siento por vosotros, he querido expresarla personalmente, ya que era grande mi deseo de veros, de animaros y de bendeciros a todos. También vosotros ansiabais dar al Papa, durante este su viaje a África, el testimonio de vuestra fe y de vuestra fidelidad a la Iglesia. Respondiendo con gozo a vuestra invitación, soy consciente de que nos encontramos, unos y otros, en un momento muy especial y que el Señor pide que lo hagamos fecundo. Por encima de la alegría humana y espiritual de este encuentro entre hermanos en Jesucristo, está la presencia misma de Cristo que nos acompaña en este lugar venerable, la primera sede episcopal del Congo. Hacia El, que fue enviado al mundo "para que nosotros vivamos por El" (1 Jn 4, 9), volvamos juntos nuestra mirada en una oración de acción de gracias y de súplica.
2. Una oración de acción de gracias por todo cuanto ha realizado ya en vosotros y con vosotros, vosotros todos a quienes ha llamado para que vayáis y deis fruto. ¿No han sido vuestros esfuerzos perseverantes los que han hecho que la semilla, lanzada por los primeros misioneros, haya podido fructificar ampliamente? ¿Y que la formación de los catequistas, sistemáticamente emprendida, ofrezca hoy un instrumento notable para la evangelización? Sé, por otra parte, que muchos jóvenes se muestran dispuestos a cooperar en la instrucción religiosa de los niños de las escuelas y de transmitirles sus propios motivos de esperanza. Sé igualmente que por todas partes, en las parroquias y en los lugares alejados, no les asustan las dificultades y se trabaja con ardor para anunciar la Buena Nueva. Me parece ver en ello una prueba de madurez. Los discípulos de Jesús beberán en su cáliz (cf. Mc 10, 39). Para eso fueron elegidos. Esto hará también que le conozcan y por eso los llama en adelante sus amigos (cf. Jn 15, 15). Cuando yo veo aquí, en África, todos esos cristianos decididos, no puedo dejar de pensar que, en nuestros días, Cristo tiene muchos amigos en África y que la Iglesia en África está madura para afrontar todas las contrariedades y todas las pruebas.
La valentía, la lealtad, el entusiasmo de poseer un tesoro y el deseo de compartirlo son realmente las cualidades del apóstol, que vosotros queréis cultivar. A los ojos de los hombres ese tesoro es impalpable, sigue siendo misterioso. Pero vosotros lo conocéis y, en cierto modo, vivís esas palabras tan profundas que la Escritura pone en boca de Pedro: "No tengo oro ni plata; lo que tengo, eso te doy; en nombre de Jesucristo Nazareno, anda" (Act 3, 6).
En la historia del Congo abundan ya los testigos fieles, fieles a su Dios, fieles al mensaje evangélico, fieles a la Iglesia universal y a las enseñanzas del Papa. Quiero dar también gracias por todos ellos; y especialmente por el ejemplo que dejó el querido y venerado cardenal Emile Biayenda. Su desaparición trágica hizo que le llorarais como a un padre. Yo mismo le lloré como a un hermano muy querido. Y vengo a llorarle y a rezar aquí, ante su tumba, en medio de vosotros, con vosotros, seguro de que si Cristo quiso llevarlo con El, es que ya tenía preparado su sitio para la eternidad (cf. Jn 14, 23), y que puede así interceder mejor todavía por vosotros y por su patria. En ese sentido, su ministerio pastoral continúa a vuestro servicio. ¡Bendito seas, Señor, por habernos dado este Pastor, este hijo de la nación congolesa y de la Iglesia, el cardenal Biayenda!
3. Y ahora, Señor, yo te ruego por mis hermanas y hermanos católicos del Congo. Te los confío a Ti, ya que me has permitido poder visitarlos. Te recomiendo su fe, joven pero repleta de vitalidad, para que siga aumentando y sea pura y hermosa y comunicativa; y que pueda seguir siendo expresada y proclamada libremente, porque es prenda de vida eterna el que conozcan al único verdadero Dios y a su enviado, Jesucristo (cf. Jn 17, 3). También les encomiendo a tu Santa Madre la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia y Madre nuestra. Que Ella les tome bajo su protección totalmente maternal y vele por ellos en sus dificultades. ¡Que Ella les enseñe a mantenerse al pie de tu cruz y a reunirse en torno a Ella en la espera de tu venida al final de los tiempos!
Con ellos, te ruego por su unidad, que tiene en Ti su origen y sin la cual su testimonio se debilitaría: unidad del cuerpo episcopal, unidad en el clero y en las diócesis, capacidad de colaborar por encima de cualquier diversidad étnica o social, unidad también con la Sede de Pedro y la totalidad de la Iglesia. No puedes cerrar los oídos a esta oración, Tú que te has entregado para unir a los hijos de Dios.
Escucha también la invocación que te dirigimos en este día por la santificación de los sacerdotes, de los religiosos, de las religiosas y de todos cuantos, en los diversos centros de formación, se preparan a consagrar su vida a Ti. Que sepan, respondiendo a tu llamamiento, renunciar a las cosas de este mundo por Ti, a toda búsqueda de gloria material y humana, mostrándose disponibles a las exigencias de la Iglesia en cualquier misión que les fuera confiada (cf. Ad gentes, 20). Felices por su donación total, felices por su celibato, puedan ellos, cuya Eucaristía colma todas sus jornadas. profundizar en lo que significa ofrecer su vida en holocausto por la salvación de los hombres.
En tu bondad, sé que te acordarás especialmente del sacrificio de los misioneros, los cuales, por amor Tuyo, dejaron su país de origen, sus familias, todo lo que tenían, para venir a vivir entre sus hermanos congoleños, amar a este pueblo, que llegó a ser el suyo, y servirlo. ¡Recompensa, Señor, tanta generosidad! ¡Haz que sea reconocida, que suscite otras vocaciones, que despierte en todos un verdadero espíritu misionero!
Concede también, muy especialmente, tu benevolencia a tus humildes servidores los obispos, a quienes Tú has confiado estas Iglesias locales. Yo estoy con ellos, esta mañana, para confirmarlos en tu nombre. Aquí están los tres Pastores del Congo y la mayor parte de sus hermanos de las Conferencias Episcopales cercanas, con los que se reúnen habitualmente bajo la presidencia, hoy, de mons. N'Dayen, arzobispo de Bangui. Hay también algunos obispos de otros países cercanos. Han aportado sus preocupaciones pastorales y todas las intenciones que les han confiado sus comunidades. Sí; como pediste a Pedro y a sus sucesores, yo quiero asegurarles la fuerza tranquila y la certeza de tu asistencia en su trabajo cotidiano tan meritorio. Y quiero asegurar también, a cuantos no han podido estar hoy con nosotros, mi proximidad fraternal y espiritual, tomar sobre mis espaldas una parte de su peso, mientras algunos de ellos sufren tan duramente por los sufrimientos de su país. Queridos hermanos del Chad, pienso especialmente en vosotros y en la grey que os ha sido confiada. ¡Que Dios os ayude a curar sus llagas y aliviar sus corazones! ¡Que os conceda la paz!
4. Hermanos y hermanas: no puedo seguir hablando más tiempo, pese a ser tantos los sentimientos que llenan mi alma, que me gustaría entretenerme algo más con vosotros. Me ha parecido que, aun con las limitaciones del programa, el Papa podía al menos dedicar este encuentro a una oración en común, invitándoos también implícitamente a hacer lo mismo en toda ocasión, para que anunciéis verdaderamente lo que habéis contemplado del Verbo de Vida (cf. 1 Jn 1, 1). Eso es lo que se espera de los ministros de Dios. Todo lo demás lo pueden dar otros. Si queréis obrar con celo, sed ante todo piadosos y comprenderéis todo. Vivid en unión con Dios. El os ayudará a soportar las tribulaciones humanas, porque aprenderéis a enlazarlas con la cruz, con la redención. Y, lo que es más, El vendrá a vosotros y con vosotros permanecerá.
Rogad también por mí, mis muy queridos en el Señor. ¿Me lo prometéis? Yo os prometo por mi parte que este nuevo vínculo que acaba de establecerse con esta región de África, se traducirá concretamente en el recuerdo de vuestros rostros, de vuestras personas, de cuantos se benefician de vuestros cuidados pastorales o de quienes de algún modo aquí representáis. A todos, mi bendición y mis fervientes votos. Y que Dios bendiga también a vuestra patria y a todas las naciones circundantes.
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