PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA CEREMONIA DE DESPEDIDA DE ALTO VOLTA
Aeropuerto de Uagadugú
Sábado 10 de mayo de 1980
1. Ya ha llegado la hora de la marcha, el final de esta brevísima estancia entre vosotros, en vuestro país de Alto Volta, mucho más querido ahora para mí. Debo marcharme, pero sabed que estaréis siempre presentes en mi pensamiento, vosotros, con los que me he reunido, y también los que no han podido venir. A éstos, queridos hijos e hijas de Alto Volta, les transmitiréis las exhortaciones y los deseos del Papa, que pide al Señor Jesús que os bendiga a todos hasta el más lejano de vuestros poblados, en la más humilde de vuestras casas.
2 Os dejo una última consigna. Es el resumen del mensaje que he querido hacer oír durante este viaje por los países africanos, tan bien preparados para comprenderlo por su rica tradición sobre el sentido de la familia y el sentido de la acogida. Tomo para ello la enseñanza de San Pedro, el primer Papa. aquel a quien el Señor confió su Iglesia y del que soy sucesor ahora en medio de vosotros. El recordaba a los fieles: sed "la casa espiritual" de Dios, pues sois "el pueblo que El se adquirió" (cf. 1 Pe 2, 5. 9). En el mismo sentido, el Concilio Vaticano II ha recordado muchas veces que la Iglesia es la casa de Dios en la que habita su familia (cf. Lumen gentium, 6) y que todos los hombres han de tomar conciencia de que forman una sola familia, y que todos ellos están llamados a formar parte de la familia de Dios (cf. ib., 51). Esta verdad está en la base de la misión, es decir, del esfuerzo por hacer conocer a todos los hombres la salvación. el amor de Dios por nosotros y las exigencias de ese amor (cf. Ad gentes, 1).
Así, pues, os digo: seguid fielmente las orientaciones que os dan vuestros obispos, mis hermanos en el Episcopado, para que vuestras comunidades sean cada vez más, aquí en Alto Volta, la familia de Dios. Que vuestra manera de vivir se inspire en esta profunda verdad. Indicaré tres puntos:
Primero: quien verdaderamente forma parte de la familia no teme ponerse al servicio de su Padre; tened, pues, la preocupación por las vocaciones. Jóvenes, sed generosos y generosas para responder a la llamada de Dios si os pide que le sigáis en la castidad, la pobreza y el servicio, para hacer crecer su familia con vuestros esfuerzos. Pienso especialmente también en los catequistas, cuya entrega es tan necesaria para el progreso del Evangelio. Padres, sed generosos para suscitar y alentar las vocaciones necesarias para la vida de la Iglesia en Alto Volta, sobre todo, con vuestro ejemplo de vida cristiana.
Segundo: quien forma parte de la familia de Dios desea también que todos descubran su misma dicha. Por vuestra parte sed misioneros de vuestro propio país siendo testigos del amor de Dios a todos sus habitantes.
Finalmente: por la misma razón, porque quieren ser los testigos del amor de Dios para con su familia, los católicos de Alto Volta deben ser siempre miembros activos y leales de su comunidad nacional, que es también una gran familia. En vuestro pueblo conviven, en efecto, diversas creencias religiosas: tradicionales, musulmanas y cristianas. Esta situación, que es para vosotros una llamada suplementaria a una conducta ejemplar, no debe impedir, y no impide, lo sé, ni las relaciones de buena vecindad, ni la colaboración de todos en el desarrollo local y nacional, siempre dentro del respeto mutuo y recíproco.
Por eso me llena de satisfacción el saludar una vez más a todo el pueblo de Alto Volta, cuya acogida calurosa y emocionante he apreciado tanto. Agradezco sinceramente a Su Excelencia el Presidente de la República, y a todas las autoridades civiles la delicada manera con que han hecho posible este encuentro inolvidable. Doy las gracias a todos los miembros de la prensa por la difusión que han dado a mis palabras, y a todos los que se han hecho y se harán eco de mi voz. Y doy las gracias, finalmente, a todos los habitantes de este país, sin excepción, y a todos sus hermanos de Togo, que han querido unirse a ellos. A todos los que han venido a costa, lo sé, de tanto esfuerzo y tanta fatiga, les digo: gracias.
Si yo debo dejaros, vosotros sabéis bien que Nuestro Señor no os deja, que El vive siempre con vosotros. En su nombre os bendigo una vez más de todo corazón.
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