PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE SU VISITA AL INSTITUTO CATÓLICO
DE ÁFRICA OCCIDENTAL (ICAO)
Abiyán, Costa de Marfil
Domingo 11 de mayo de 1980
Debo darle, las gracias, señor rector, y dar las gracias a los miembros de este centro. Con toda sencillez os digo que me siento como en mi casa entre vosotros. Me digo muchas veces: Cuando el Señor instituyó el Colegio de los Doce Apóstoles, ¿no instituyó al mismo tiempo un seminario, una escuela, una facultad de teología, una universidad? Claro está que no; pero hay algo de ello, pues es verdad que al final de los años transcurridos con ellos, les dijo "enseñad". Esto quiere decir que debían saber enseñar. Para saber enseñar hay que comenzar siendo discípulos, yendo a un centro, aprendiendo a estudiar. Todavía no existía el sistema que tenemos hoy, el sistema escolar, el seminario, la universidad. Existía una escuela fundamental, una escuela que se halla en la base de todas las escuelas existentes hoy. Escuela elemental, media y universitaria.
Os diré una convicción mía; la he ido adquiriendo a lo largo de una experiencia que hicimos los obispos de la Iglesia contemporánea, y ya hace casi veinte años de ello. Lo sabíamos bien los cardenales y obispos del Concilio, sabíamos que llegaríamos a encontrar algo nuevo en la escuela del Espíritu. Y gracias a esta convicción hemos obedecido al Señor que actuaba por su Espíritu en esta escuela. También nosotros podemos dar a la Iglesia de nuestro tiempo, a la Iglesia de nuestra época, nuevas enseñanzas, las enseñanzas de ayer, de los comienzos, de hoy y del porvenir. Os digo esto para rendir homenaje al trabajo que hacéis aquí. Yo estoy muy vinculado a la institución universitaria, a la facultad de teología; y pienso sobre todo en la facultad de teología de Cracovia, que es algo parecida a la vuestra, pues es la más antigua de la nación. Pero en este caso se trata de una antigüedad de seis siglos. Cuando os veo aquí pienso en los profesores y estudiantes del siglo XIV que formaron la nueva generación de estudiantes, discípulos y maestros del Evangelio y de la humanidad de aquellos tiempos. Vosotros venís después de ellos, y el Papa procede de aquella generación. Allí fue discípulo y profesor, y ahora Papa; y ello gracias a la vocación del Espíritu, pero también gracias a aquellas enseñanzas, a aquella universidad, gracias a aquella facultad.
Me parece que os he dicho lo más importante. Os lo he dicho sin preparación, sin texto escrito; me ha brotado de lo hondo del corazón. Y diciéndoos esto, os bendigo y bendigo vuestro trabajo, vuestros esfuerzos, que son a la vez científicos y apostólicos. Es preciso que vuestra ciencia y enseñanzas sean científicas, pero han de convertirse en apostólicas al mismo tiempo, pues el mundo necesita apóstoles, y los apóstoles tienen necesidad de ciencia. Hay urgencia de buena teología, de buenas bases filosóficas, y se necesita también la ciencia contemporánea; pero hace falta que todo sea apostólico y, hasta diría, enraizado en el corazón de la divinidad, enraizado en el Corazón de Jesucristo mismo, porque El es la luz del mundo; y el mundo tiene necesidad de ciencia, de progreso científico, pero sobre todo tiene urgencia de luz, y Jesucristo es la luz del mundo.
Os bendigo de todo corazón, junto con los cardenales y obispos presentes; porque nos encontramos en un momento de la Iglesia en que la colegialidad responde al llamamiento del Señor. Ha llamado a todos los Apóstoles, y de entre ellos ha nombrado a Pedro.
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