ADIÓS A ÁFRICA
DISCURSO DE DESPEDIDA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Aeropuerto de Abiyán, Costa de Marfil
Lunes 12 de mayo de 1980
1. Al terminar mi visita a la República de Costa de Marfil, con el corazón lleno de agradecimiento, me dirijo una vez más a usted, Señor Presidente y, a través de usted, a toda la población de este país. Gracias, sí, muchas gracias por vuestra acogida verdaderamente inolvidable, por el calor de los encuentros, por el clima ferviente y amistoso que ha caracterizado todos mis contactos. Gracias por haber comprendido el carácter especial que he querido dar a esta visita, de acuerdo con mi misión espiritual de servicio universal. Gracias por vuestra satisfacción. La mía ha sido, si cabe, más grande todavía. Comprendo el honor que me habéis hecho. Sé valorar también vuestros esfuerzos por reservar a vuestro invitado una hospitalidad que honra a Costa de Marfil y a África. De todo ello conservaré siempre un buen recuerdo, os lo aseguro.
En particular doy las gracias a las autoridades por el honor que me han tributado al dar mi nombre a una calle de la ciudad de Abiyán y a la gran plaza de Yamusukro.
Es un gesto delicado que espero contribuirá no sólo a mantener vivo el recuerdo de mi visita, sino sobre todo el recuerdo de mi estima y afecto hacia todo el pueblo de Costa de Marfil.
Me da alegría asimismo haber tenido ocasión de bendecir la primera piedra de la catedral de Abiyán y de la iglesia de Nuestra Señora de África. Así se ha establecido un vínculo personal entre el Papa y estas dos iglesias. Me atrevo a esperar que cuantos recen en ellas no se olvidarán de rezar también por la Iglesia universal... ¡y por mí!
El recorrido que hice ayer por fuera de la capital para encontrarme con la juventud de este país, fue para mí una experiencia de gozo y una hora de esperanza en el porvenir de esta querida nación.
2. A mons. Bernard Yago, a mis hermanos los obispos, y a todos los católicos del país, mientras hay que decirles "hasta la vista", ¿puedo confiarles que está surgiendo en mí cierta nostalgia? La nostalgia de haber visto comunidades vivientes, llenas de entusiasmo y de imaginación, y tener ahora que dejarlas... La imaginación es una virtud en la que se piensa demasiado poco. Pero vosotros sabéis dar prueba de ella para encontrar, en el contexto que os es propio, los caminos adecuados de evangelización. Dais así un ejemplo que podrá servir de aliento a otras Conferencias Episcopales y a otras Iglesias locales. Ello os crea al mismo tiempo una especie de obligación moral, en nombre de la solidaridad de los miembros del Cuerpo de Cristo, que hace que todos —clero, religiosos y religiosas, laicado—, procuren purificar cada vez más su testimonio para hacerlo constantemente más conforme a lo que el Señor quiere de ellos. Os expreso mi esperanza y, al mismo tiempo, mi más profunda satisfacción.
3. Adiós ahora a ti, África, este continente tan amado ya y que, desde mi elección a la Sede de Pedro, no veía la hora de descubrir y recorrer. Adiós a los pueblos que me han recibido y a todos los demás a los que algún día, si la Providencia lo permite, me gustaría llevar personalmente mi afecto. He aprendido muchas cosas en este recorrido. No os podéis figurar lo instructivo que me ha resultado. A mi vez quisiera dejar a los africanos un mensaje surgido del corazón, meditado ante Dios, exigente, porque viene de un amigo para sus amigos.
África me ha parecido una gran cantera, desde todos los puntos de vista, con sus promesas y también, quizá, con sus riesgos. Por dondequiera que se vaya, se advierte un interés considerable en favor del desarrollo y de la elevación del nivel de vida, en favor del progreso del hombre y de la sociedad. El camino a recorrer es largo. Los métodos pueden ser diferentes y revelarse más o menos adecuados. Pero el deseo de avanzar es innegable. Y han sido ya obtenidos sensibles resultados. Se desarrolla la instrucción, se vencen enfermedades que antes eran mortales, se ponen en práctica técnicas nuevas, se comienza a saber luchar contra ciertos obstáculos naturales. Se aprecia también cada vez más el valor de las riquezas peculiares del alma africana, y esto suscita un noble orgullo. Paralelamente, el acceso a la soberanía nacional y su respeto parecen ser objeto de las aspiraciones de todos.
Hay un patrimonio original, que conviene absolutamente salvaguardar y promover en armonía. No es fácil dominar cierta efervescencia, hacer que las fuerzas vivas sirvan al auténtico desarrollo. Es grande, en efecto, la tentación de demoler en vez de construir, de procurarse a gran precio las armas para poblaciones que necesitan pan, de querer apropiarse del poder —a veces enfrentándose unos grupos étnicos a otros, en luchas fratricidas y sangrientas—, mientras los pobres suspiran por la paz, o incluso de dejarse llevar del ansia de explotación en beneficio de una clase de privilegiados.
No os dejéis envolver, queridos hermanos y hermanas africanos, en este engranaje desastroso, que realmente nada tiene que ver ni con vuestra dignidad de criaturas de Dios, ni con todo lo que sois capaces de hacer. No queráis imitar ciertos modelos extranjeros, basados sobre el desprecio del hombre o sobre el interés. No tratéis de correr en busca de necesidades artificiales que os darán una libertad ilusoria u os llevarán al individualismo, mientras que la aspiración comunitaria está tan fuertemente arraigada en vosotros. No os dejéis ilusionar por los atractivos de ideologías que os hacen vislumbrar una felicidad completa, siempre aplazada para más adelante.
Seguid siendo vosotros mismos. Yo os lo aseguro: vosotros, orgullosos como estáis de vuestras posibilidades, podéis probar ante el mundo que sois capaces de resolver por vuestra cuenta los propios problemas, con la asistencia humanitaria, económica y cultural que os es todavía útil y que se os debe en justicia, procurando orientar todo ello en buena dirección.
Para llegar a esto, es necesario una ética personal y social. La honradez, el sentido del trabajo, del servicio, del bien común; el sentido profundo de la vida de sociedad, o el sentido de la vida sencilla, son palabras o expresiones que ya entendéis perfectamente. Yo os animo a que busquéis siempre su aplicación concreta y leal, como animo a mis hijos e hijas católicos a que las pongan ellos mismos en práctica y ayuden a descubrir su alcance.
4. He venido a África, especialmente para conmemorar el centenario de la evangelización en algunos países. Son aniversarios cargados de esperanza, la esperanza de un nuevo aliento para emprender una nueva etapa. Esto vale para todos los países visitados. Sois la Iglesia en África. ¡Qué honor y también que responsabilidad! Sois toda la Iglesia y, al mismo tiempo, una parte de la Iglesia universal, un poco como el Evangelio que es el bien de cada uno y se refiere igualmente a todos. Un poco como Jesucristo mismo que, habiéndose encarnado en un determinado pueblo, vive su encarnación en cada pueblo, porque El vino para todos, pertenece a todos, es el don maravilloso del Padre a toda la humanidad. Creo verdaderamente y profeso que vino para los africanos, para elevar y salvar el alma africana, igualmente en espera de salvación, mostrarle su belleza enriqueciéndola también por dentro, predicarle la vida eterna con Dios. Vino para los africanos como para todos los hombres, es decir, con el mismo motivo, porque no es extraño a ningún sentimiento nacional, a ninguna mentalidad, e invita a sus discípulos, de cualquier continente que sean originarios, a vivir entre sí el admirable intercambio de la fe y de la caridad.
Como El, yo quisiera deciros en este día, con todo el amor que llena mi corazón: el Papa es el servidor de todos los hombres, el Papa se siente en África como en su casa.
¡Adiós, África! Llevo conmigo todo lo que me has dado tan generosamente y todo cuanto me has revelado a lo largo de este viaje. ¡Que Dios te bendiga en cada uno de tus hijos y que te haga disfrutar la paz y la prosperidad!
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