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VISITA PASTORAL A OTRANTO

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS AUTORIDADES Y AL PUEBLO


Domingo 5 de octubre de 1980

 

Señor Ministro,
Señor Alcalde,
queridos ciudadanos de Otranto y de la península Salentina.

1. Siento el deber, ante todo, de agradecer vivamente a las autoridades civiles y religiosas presentes las cordiales palabras de bienvenida que me han dirigido no sólo en este sagrado lugar, sino ya en el aeropuerto de Galatina, en el momento en que he pisado este margen extremo de Italia. Correspondo a su saludo con sincera deferencia, y lo extiendo de muy buen grado a todos aquellos que se han congregado aquí para manifestarme, además del obsequio y la devoción, también su satisfacción por mi visita de hoy. Pero al encontrarme —y ya es la segunda vez— en el sur de Italia, deseo dirigir también un afectuoso pensamiento a las queridas poblaciones que habitan aquí, de las que conozco y aprecio mucho la expansiva bondad y el calor humano.

2. He dicho "sagrado lugar", porque nos encontramos sobre la Colina de los Mártires: precisamente aquí, hace exactamente cinco siglos, se produjo el espléndido, unívoco, heroico testimonio de los centenares y centenares de hijos de esta tierra generosa, quienes; incitados y precedidos por el ejemplo admirable del Beato Antonio Primaldo, cayeron de uno en uno por "ser fieles a la fe". Feliz, por tanto, ha sido la decisión de fijar el lugar de nuestro primer encuentro en el "locus martyrii": éste, en efecto, basta por si sólo para definir inmediatamente la razón principal de mi viaje, que es —como sabéis— recordar un acontecimiento tan glorioso en la historia de la Iglesia y honrar a quienes fueron sus protagonistas.

3. Al hacer esto, mi mirada no se limita sólo a un pasado, si bien tan insigne y memorable, sino que se proyecta también sobre la realidad eclesial de hoy. Los mártires de Cristo —los de las primeras generaciones, los de la llamada edad media o del comienzo de la moderna (es el caso de vuestros y nuestros Mártires otrantinos), así como los de nuestros tiempos— ofrecen, en efecto, un ejemplo que equivale a un permanente y universal mensaje para la Iglesia y el mundo. ¿Acaso no es cierto que el martirio se impone por sí mismo, por las virtudes que supone y expresa? ¿Acaso no es cierto que el sacrificio, llevado hasta la "pérdida" de la vida, tiene un lenguaje propio que trasciende la época en que es realizado y se hace inteligible en todos los tiempos? Es precisamente éste el motivo del culto perenne que, no sólo para cumplir la norma litúrgica, se profesa a los mártires.

La sangre de los Mártires de Otranto, que bañó y consagró precisamente estos terrones, es un tesoro valioso que forma parte de esa energía escondida que penetra y alimenta, en su más profunda vitalidad, a la Iglesia a nivel universal y local. Pero —como es evidente— sobre todo para vosotros, hermanos de la archidiócesis de Otranto, y para vosotros, habitantes de la tierra de Otranto, existe este tesoro, hecho de méritos, enseñanzas y ejemplos.

Al renovar la expresión de mi gratitud por la calurosa acogida de que he sido objeto en esta ciudad tan noble por su origen y por su plurisecular historia religiosa y civil, de buen grado añado el augurio de que mi visita pastoral os sirva de aliento y ayuda no sólo en el devoto reconocimiento y en el legítimo orgullo con que consideráis a los Mártires vuestros coterráneos, sino también y sobre todo en la profesión intrépida de esa fe católica de la que ellos fueron testigos y modelos. Como ellos, también vosotros ¡sed siempre de Cristo y estad siempre con Cristo!

 



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