DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE AUSTRIA ANTE LA SANTA SEDE*
Sábado 10 de enero de 1981
Muy estimado Señor Embajador:
Con esta visita oficial al Vaticano comienza usted hoy su nueva misión, llena de responsabilidad, como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Austria ante la Santa Sede. Le doy por ello mi felicitación y mi cordial bienvenida. Le agradezco sinceramente las afectuosas palabras con que ha ponderado, con motivo de la entrega de sus Cartas Credenciales, las relaciones tan amistosas que desde hace tanto tiempo han existido entre su país y la Santa Sede. Asimismo le devuelvo la expresión del aprecio y de los buenos deseos que en nombre del Excmo. Sr. Presidente me acaba de manifestar.
Usted representa a un país, cuya historia ha estado decisivamente marcada por una confiada colaboración mutua entre el Estado y la Iglesia. Precisamente en la situación cambiante de nuestro tiempo, a la que usted ha hecho una breve alusión, la Iglesia se siente llamada de un modo singular, incluso en la sociedad pluralista de hoy, a aportar su contribución específica, en responsabilidad solidaria y común con las autoridades competentes del Estado, para tender a la consecución del bienestar general en cada una. de las naciones y para lograr una comunidad internacional entre los pueblos.
Como subrayó una vez más el Concilio Vaticano II, "la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas; cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre" (Gaudium et spes, 76). No cálculos políticos o intereses económicos, no pretensiones de poder externo u otros motivos egoístas, sino únicamente la misión universal de evangelización al servicio del hombre y de la comunidad humana es lo que motiva la inserción de la Iglesia y de la Santa Sede en el ámbito de relaciones oficiales y diplomáticas, así como la colaboración política internacional con los Estados en función del bienestar común de la humanidad, en función de la' paz y de un orden social justo para cada una de las naciones y para todos los pueblos entre sí.
Como manifesté en el discurso ante las Naciones Unidas, la legitimación de toda política está en realidad en "el servicio al hombre, en la asunción, llena de solicitud y responsabilidad, de los problemas y tareas esenciales de su existencia terrena, en su dimensión y alcance social, de la cual depende a la vez el bien de cada persona" (núm. 6; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 14 de octubre de 1979, pág. 2). Este servicio exige hoy especialmente la defensa de la dignidad inviolable del hombre y de sus derechos fundamentales, el fomento de su desarrollo completo —incluido el de su responsabilidad ética—, el interés por los pueblos necesitados y la garantía de la paz entre las naciones, así como también el esfuerzo conjunto por la progresiva unificación de los pueblos de Europa y de todas las familias humanas, en espíritu de solidaridad y fraternidad mundial. En este servicio al hombre y a las naciones, precisamente ante las múltiples amenazas de hoy, tanto internas como externas, la autoridad responsable del Estado y de la sociedad, y la comunidad internacional de los pueblos, encuentran en la Iglesia y en la Santa Sede un aliado siempre leal y un compañero siempre disponible a cooperar.
Como ha subrayado usted en su saludo, muy estimado Sr. Embajador, también su país se siente comprometido a seguir estos altos ideales en la vida nacional e internacional. Austria, como miembro distinguido de la Comunidad Internacional de naciones, presta hoy, mediante iniciativas políticas y diplomáticas, e incluso mediante ayudas humanitarias, una contribución considerable a la comprensión y colaboración mundial de los pueblos al servicio de la paz y de un progreso social cada vez más amplio y más justo en todas las naciones. Esto queda subrayado también por el hecho de que importantes Organizaciones internacionales hayan elegido como sede propia a la capital de Austria.
Gustosamente le expreso mi deseo de que, mediante su actividad diplomática de intermediario, actividad que ahora comienza oficialmente en cuanto Embajador ante la Santa Sede, se robustezca todavía más y se sigan desarrollando fructuosamente las buenas relaciones existentes entre su país y la Santa Sede, así como el esfuerzo común por un mundo más pacífico y justo, en el futuro, para todos los hombres y pueblos de buena voluntad. Con este fin quiero acompañar con mis mejores deseos su futura labor aquí en la Ciudad Eterna, y pido para usted y sus colaboradores la protección y la asistencia singular de Dios, de modo que puedan llevar a cabo felizmente tan responsable tarea.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 5, p.15.
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