DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA
DE LA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA
Jueves 26 de marzo de 1981
Venerados hermanos:
1. Al dirigiros mi cordial saludo, deseo dar las gracias ante todo al señor cardenal Baum por las amables palabras que ha querido dirigirme, recordando momentos transcurridos juntamente con vosotros en años pasados. Si he acogido inmediatamente la invitación que me habéis hecho, ha sido también por la satisfacción de encontrar caras conocidas, y además —como es obvio— por la solicitud de compartir el estudio de los problemas particularmente urgentes hoy.
El cardenal Baum, como Prefecto de la Congregación, dirige por primera vez esta asamblea: mientras le renuevo los deseos más cordiales de un trabajo fecundo, quiero dirigir también una palabra de felicitación y gratitud al señor cardenal Garrone, el cual ha presidido el dicasterio, durante 14 años, en momentos delicados.
La expresión de mi aprecio agradecido se extiende después a todos los cardenales y obispos miembros aquí presentes, por el sacrificio y la generosidad con que afrontan el estudio de cuestiones que tocan tan de cerca la vida de la Iglesia. Quiero dar las gracias también a los superiores y oficiales de la Congregación por la generosidad que demuestran cada día en el cumplimiento de sus respectivas funciones. Gracias de corazón. No es necesario que manifieste lo mucho que aprecio vuestra colaboración, queridos hermanos e hijos, lo muy agradecido que estoy por vuestro esfuerzo.
2. He examinado las cuatro ponencias, ya tradicionales en estos encuentros. Me han gustado los temas propuestos al estudio. Por lo que se refiere a los seminarios, juzgo que la formación para el uso de los medios de comunicación social merece una consideración atenta, desde el momento en que lo sacerdotes de hoy deben estar en relación con estos instrumentos de los cuales pueden sacar también beneficios para su apostolado. Por otra parte, el nuevo documento se inserta bien en la serie de los ya publicados por la Congregación sobre teología, filosofía, derecho canónico, liturgia, espiritualidad. Sé que les seguirán otros sobre el estudio de los Padres, sobre la doctrina social de la Iglesia, etc.: al expresar mi satisfacción, hago votos para que de estas iniciativas puedan surgir copiosos frutos.
También he visto con interés la amplia documentación acerca de cuanto se realiza para la preparación de los futuros educadores del clero. Se trata de un campo sobre el que nunca se insistirá bastante, en cuanto que los superiores y profesores de los seminarios son los verdaderos forjadores de los futuros sacerdotes.
Además quisiera subrayar los resultados de la encuesta con relación a las vocaciones adultas. Se trata de un sector que parece ofrecer perspectivas confortadoras para un próximo futuro. Aten-tos como estáis para captar rápidamente los "signos de los tiempos", no dejaréis de dirigir vuestras preocupaciones también en esta dirección.
La escasez de tiempo no me permite profundizar en el examen de cada uno de los problemas, que ciertamente me interesan mucho, porque cada uno de ellos tiene su relieve específico en la formación de ese "homo Dei", cuyas características no me canso de recordar en los numerosos encuentros que trato de tener siempre con los seminaristas de todo el mundo y con sus formadores. Sin embargo, quiero afirmar también aquí lo mucho que me interesa que la comunidad cristiana tenga sacerdotes santos y sabios, enamorados de Cristo, firmes en la doctrina católica, profundos en la vida interior, amantes de la Iglesia, formando un solo corazón y una sola alma con el propio obispo y con los otros presbíteros, llenos de celo por sus hermanos y hermanas. Todo lo que se haga para lograr este ideal, no podrá menos de tener la bendición del Señor y el más cordial estímulo por parte de su Vicario.
3. Las cuestiones referentes a las Universidades eclesiásticas y a las Universidades Católicas tienen también un interés fundamental para la vida de la Iglesia.
Por lo que hace a las primeras, sólo hay que esperar ahora una aplicación fiel de la Constitución Apostólica Sapientia christiana. El documento ha sido bien recibido en todas partes, aun cuando aquí y allá se hayan puesto algunas objeciones, debidas a particulares situaciones locales y contingentes. Ciertamente la Congregación sabrá darles una solución conveniente.
Me agrada en particular que se afronte el estudio de las Universidades Católicas, para darles su "Magna charta", en la que se defina claramente su catolicidad, dentro del respeto a su naturaleza concreta de verdaderas universidades. No será un trabajo fácil; sin embargo, merece ser emprendido, dada la importancia que semejante clarificación de fondo reviste para todos nuestros centros de estudios superiores. Y el estudio deberá llevar también a una acentuación mayor de la presencia que los obispos deben tener en la vida y en la marcha de nuestras Universidades Católicas. De este modo se profundizará posteriormente en la indispensable colaboración que debe mediar siempre entre magisterio y ciencia.
4. Por lo que se refiere a las escuelas católicas aplaudo con gozo la iniciativa que se propone asegurar la particular formación cristiana de los laicos, que militan en las filas de los educadores de nuestras escuelas. El apostolado educativo les es congenial. El testimonio auténticamente eclesial de los laicos ha de tener particular resonancia entre los alumnos, los cuales, estando llamados en su mayoría a la vida matrimonial, podrán ver en sus profesores un modelo que imitar 6in reservas. Es de desear que la presencia de óptimos padres y madres de familia entre los profesores de las escuelas católicas no dé motivo a las lamentaciones que a veces se recogen entre los padres, preocupados por ciertas formas de expresión menos acertadas sobre temas delicados como la religión o la educación sexual.
5. Finalmente, está el sector de las vocaciones, que constituye un punto crucial para la vida de la Iglesia de hoy y de mañana. El fascículo que se refiere a este asunto es el testimonio del intenso trabajo que se está realizando dentro de este campo en toda la Iglesia. Los "Planes nacionales para la pastoral vocacional", y los diversos centenares de "Planes diocesanos", llegados a la Congregación, ofrecen fundados motivos para esperar que la mies tendrá operarios suficientes en un futuro no lejano. Las estadísticas que allí se encuentran son verdaderamente consoladoras por lo que se refiere a algunas naciones: todos deseamos que en otras se pueda hacer en breve la misma constatación.
Culmen y punto de partida para un nuevo impulso será el próximo Congreso internacional de las vocaciones, que se celebrará en mayo, aquí en Roma. Yo mismo presidiré la solemne concelebración inaugural, para subrayar la importancia de ese Congreso, en el cual los más directos responsables diocesanos de la pastoral de las vocaciones harán un profundo examen de la situación y concertarán líneas programáticas y operativas para el futuro. Desde ahora dirijo mi agradecimiento y felicitación a todos los que están trabajando solícitamente por el buen éxito del Congreso.
Al volver a ver cada uno de estos aspectos de vuestro trabajo, no puedo menos de dar gracias al Señor, que me hace tocar con la mano lo mucho que su gracia obra en todas las partes del mundo en vuestros sectores específicos. Durante mis viajes apostólicos he encontrado en todas partes seminaristas llenos de entusiasmo, que miran confiadamente hacia el futuro. He encontrado universitarios comprometidos en el nombre de Cristo. He encontrado gente dedicada a la actividad educativa cada vez más consciente de la importancia eclesial de sus afanes. Estas son visiones consoladoras para daros ánimo y que hacen resonar en nuestra mente la llamada firme y animosa del Señor: "Ego sum... nolite timere". Que María Santísima, Reina de los Apóstoles, os acompañe a todos con su protección materna.
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