ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA V ASAMBLEA PLENARIA
DEL PONTIFICIO CONSEJO PARA LOS LAICOS
Castelgandolfo
Lunes 5 de octubre de 1981
Queridos amigos del Pontificio Consejo para los Laicos:
1. Para mí es siempre una alegría muy grande recibir con ocasión de vuestra asamblea plenaria anual, a todos vosotros, miembros, consultores y personal de la secretaría, reunidos como una familia en torno a vuestro Presidente, el cardenal Opilio Rossi. Podría decir incluso que nos encontramos entre "viejos amigos", puesto que todavía hace pocos años —aunque nos parece que se trata ya del pasado— yo era consultor del Consejo de Laicos. Hoy veo caras bien conocidas entre vosotros. En cambio, otras personas con las que hemos trabajado y de las que guardamos muy grato recuerdo, nos han precedido en la casa del Padre, en donde —así lo esperamos— contemplan al Señor cara a cara. Y también a vosotros os llevo en el corazón, a los que cada año vuestra asamblea me brinda ocasión de conocer más.
En primer lugar quisiera daros las gracias por el valioso servicio que prestáis al Sucesor de Pedro al colaborar de modo específico en su ministerio pastoral, es decir, impulsando y orientando la participación de los laicos en la vida y misión de la Iglesia. Es ésta una tarea inmensa que nos ha legado el gran acontecimiento conciliar, la de hacer que un número siempre creciente de cristianos se comprometa a vivir consciente y coherentemente su sacerdocio de bautizados como piedras del edificio de Cristo, ciudadanos y protagonistas de su pueblo peregrino.
Os doy las gracias asimismo y por vuestro medio a los movimientos y asociaciones, consejos y grupos de laicos del mundo entero que me han enviado a través del Pontificio Consejo para los Laicos numerosos y cordiales mensajes de comunión, durante mis días de prueba. Estos mensajes me proporcionaron mucho consuelo. Para responder a esto, os encargo comuniquéis a vuestros esposos y esposas, a vuestros hijos, a vuestros compañeros de trabajo, a los miembros de las asociaciones y movimientos a que pertenecéis y a los miembros de las comunidades en que vivís, que el Pana les ama, les pide que estén unidos a él y tiene necesidad de esta unión expresada en la oración y en el compartir unas mismas intenciones.
Sí, más que nunca debemos dar testimonio de nuestra unión profunda e inquebrantable en una Iglesia serena y más madura, firme y viva, gozosa y llena de esperanza frente a las altas tareas que exige la evangelización y los desafíos históricos que ha de afrontar, mientras esta Iglesia camina entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios.
2. Habéis querido centrar el tema de la asamblea plenaria del Dicasterio sobre aspectos particulares de la vocación primordial de los laicos cristianos, que consiste en la "gestión de los asuntos temporales que ellos ordenan según Dios" (Lumen gentium, 31), en impregnar de espíritu evangélico las múltiples estructuras de la vida social.
Ya mi predecesor Pablo VI, siguiendo la línea del Concilio, en su relevante Exhortación Apostólica "Evangelii nuntiandi" había recalcado que la "vocación específica" y la "forma concreta" de evangelización se realizan en tareas varias desempeñadas en el orden temporal con el fin de poner "por obra todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a la vez presentes ya y activas en las cosas del mundo" (70). Hay aquí una urgencia: con su presencia original, el laicado católico debe estar a la altura de las exigencias que requiere la renovación de los distintos campos de la vida y del trabajo humanos.
En el corazón de las situaciones y problemas en que se juega el porvenir del hombre, éste debe ser ante todo el testigo de una humanidad nueva, debe crear nuevos espacios donde se puedan hacer experiencias de fraternidad, nutrir su imaginación creativa con el dinamismo del Evangelio, y dar ejemplo del sacrificio generoso —que incluye un difícil equilibrio entre prudencia y valentía— de quienes combaten para abrir a Cristo, Señor de la historia, las puertas del corazón del hombre, de la cultura de los pueblos, del porvenir de las naciones y de un nuevo orden internacional. La Iglesia tiene necesidad de laicos que sean heraldos del Evangelio, a fin de que éste impregne todo el tejido de la vida social, constituya su entramado, base de la "civilización del amor" y signo asimismo de la venida del Salvador y, por tanto, de la plenitud del Reino.
Por todo ello, tengamos esperanza en los laicos, confiemos en ellos, animémosles a comprometerse, de forma que quede superada cierta visión deformada del sacerdocio que oscurece el significado del ministerio pastoral cuando el sacerdote cede a la tentación de hacerse líder en el piano político, sindical o social.
3. Entre los vastos campos de acción del laicado cristiano, vuestra asamblea se ha fijado en tres fundamentales: la familia, el trabajo y la cultura.
Una vez más os doy las gracias por vuestra elección, pues pone de manifiesto el deseo de hacer vuestras algunas de las mayores preocupaciones de mi pontificado, tenerlas en cuenta y llevarlas a la práctica.
La familia, el trabajo y la cultura son tres ejes esenciales sobre los que gira la vida del hombre, se realiza su humanidad y se construye su personalidad cristiana de hijo de Dios, hermano de sus semejantes y señor de la creación. Son lazos universales, determinantes en el desarrollo integral del hombre y en el aporte original del Evangelio a la vida social; son lazos que interpelan.
Comprenderéis que no me es posible hablar aquí con detalle de sus inmensas posibilidades, ni de los problemas y retos que plantean.
Pero quisiera recordaros la importancia —de la que sin duda sois conscientes— de la opción preferencial hecha por el magisterio pontificio y el magisterio episcopal en favor de la familia, lugar de origen del hombre, célula-base de la sociedad, cuna de la civilización, comunidad llamada a ser Iglesia doméstica. Y también quisiera recomendaros que aprovechéis lo más posible la rica herencia que nos ha dejado el último Sínodo de los Obispos. Sabed que precisamente al considerar el carácter prioritario de la pastoral familiar. he sentido la necesidad de crear el Pontificio Consejo para la Familia, que contará sin duda alguna con la colaboración activa de vuestro Dicasterio.
Para todas las cuestiones referentes al trabajo me permito remitiros a mi última Encíclica Laborem exercens. Por otra parte, su contenido subyace en vuestros trabajos como indica el programa. Para mí los temas que trata revisten hoy gran importancia. Por ello os exhorto no sólo a estudiarla atentamente, sino a ponerla en práctica, pues su fecundidad depende y dependerá del compromiso eclesial y cristiano de los laicos en el mundo del trabajo. Abrid los ojos y ved; los tiempos están maduros para que el Evangelio produzca cada vez más fruto en los distintos sectores del mundo del trabajo y en los movimientos de trabajadores, ahora que están en crisis las sociedades de toda índole que se ocupan de la organización del trabajo y se basan en el materialismo y "economismo", y cuando están resultando ilusorias las utopías de salvación que no respetan las virtualidades y todas las dimensiones de la humanidad.
Os invito también a contribuir con todas las fuerzas a la renovación de la cultura que, cual expresión del hombre integra], debe estar al servicio de éste, radicada en las tradiciones mejores de los pueblos y las naciones, abierta a la trascendencia y basada en las costumbres populares y, a la vez, en las realizaciones científicas y técnicas más nobles Sólo esta renovación tendrá capacidad de dar sentido nuevo a la vida humana, hará brotar nuevos proyectos y esperanzas nuevas a nivel personal y colectivo, y llevará a un mañana más digno del hombre.
Y ahora a todos los que estáis aquí presentes, a vuestras familias y, por vuestro medio, a todos los laicos que mantienen múltiples formas de presencia en la Iglesia y en el mundo, doy con todo afecto paterno y fraterno mi bendición apostólica.
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